Un año político con más sombras que luces

Las dos grandes coaliciones que hegemonizan la dinámica política parecen seguir enfrascadas por un lado en la polarización y la dinámica agonal, y por el otro en sus diatribas y divergencias internas

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El Senado aprobó los cambios
El Senado aprobó los cambios en el impuesto a los Bienes Personales

Tras un diciembre que dio la impresión de -al menos en lo político- prolongarse más de lo habitual, el pasado viernes finalmente alzamos las copas y brindamos pensando en los balances del año que se va, y en los proyectos y deseos para el que acaba de empezar. Un ritual que por segundo año consecutivo transcurre en estos tiempos tan peculiares, signados por una pandemia mundial, y que en este contexto reúne antiguos y nuevos significados, tanto personales como sociales. Pero lo cierto es que, como ya es tradición y costumbre en nuestro país, la última semana del 2021 pasó y terminó no sin antes dejarnos nuevas fotos y hechos relevantes que marcaron contrarreloj la agenda política. Y que, incluso, sirven en gran medida para ilustrar tanto algunas de las características y dinámicas que tuvieron los principales actores de la política argentina a lo largo del último año, como para anticipar qué podemos esperar del futuro que está por venir.

En primer lugar, después de numerosas idas y vueltas, en la función de estreno de la nueva composición del Senado el oficialismo logró dar aprobación definitiva a la modificación al impuesto a los Bienes Personales, que había tenido origen en esa misma Cámara, pero que había sido modificada por Diputados la semana anterior. Un proyecto impulsado inicialmente por un senador del Frente de Todos, que había sido aprobado por unanimidad, que fue paralizado luego en la Cámara baja y fue puesto en la agenda por pedido de la propia oposición, que al no conseguir los votos necesarios permitió que el oficialismo lo modificara y aprobara.

De regreso en el Senado, Cristina Kirchner, que no cuenta ya técnicamente con quórum propio, tenía asegurado con poco esfuerzo el mágico número de 37, contando a los fieles y habituales aliados Weretilneck y Solari Quintana. Sin embargo, el positivo de Covid-19 del catamarqueño Andrada puso en riesgo la jugada y extendió las negociaciones, hasta que la riojana María Clara del Valle Vega, que ingresó a la Cámara por Juntos por el Cambio pero ahora integra un monobloque luego de varios conflictos y desencuentros, se sentó en su banca y habilitó el inicio de la sesión, 40 minutos después de la hora convocada. A pesar de que en la práctica parlamentaria esta demora no es algo inusual, fue la excusa que eligió esgrimir la oposición para pedir la anulación de la sesión, argumentando que se habían superado los 30 minutos de tolerancia que marca el reglamento. Una jugada peculiar, ya que de concretarse habría significado que, sin la actualización del piso que proponía la nueva ley, millones de argentinos hubiesen tenido que pagar el impuesto a los bienes personales en el 2021. Sin embargo, el oficialismo ignoró el pedido, continuó el debate en soledad y logró aprobar el proyecto. Después de esta derrota que dejó en claro que “frenar al kirchnerismo en el Senado” fue más una consigna electoral y una esperanza efímera que una realidad, Juntos por el Cambio fue a tribunales y presentó un amparo para impugnar la sesión, con la pretensión de que resuelva la justicia lo que no puedo acordar la política.

Esta larga novela marcada por las marchas y contramarchas, que incluye el truncado debate del Presupuesto para el 2022, reflejan no solo que el suspenso y la incertidumbre sobre los desenlaces de las votaciones en un Congreso mucho más ajustado llegaron para quedarse, sino también que las dos coaliciones políticas que hoy protagonizan la política argentina parecen estar más concentradas en el tire y afloje y en conseguir los números en el tablero de votación que reflejen una victoria, que en el contenido y el impacto real de las leyes que sancionan en la vida cotidiana de la ciudadanía.

Pero en donde la dirigencia sí logró la semana pasada concretar acuerdos y tender puentes entre fuerzas de diversos signos políticos fue en la legislatura bonaerense, donde en pocas horas se aprobó tanto en el Senado como en diputados la reforma que permitirá la re-reelección de intendentes en el 2023. Con la excusa de mejorar y aclarar puntos oscuros de la ley, la modificación considera como primeros mandatos a los iniciados en 2017, 2019 y 2021, permitiendo que quienes asumieron en el 2015 y reeligieron en el 2019, puedan volver a presentarse en la próxima contienda electoral.

A pesar de los acuerdos mayoritarios, hubo fuertes voces y votos en contra al interior tanto de Juntos por el Cambio como del Frente de Todos, como las de María Eugenia Vidal y legisladores que todavía le responden, que rechazaron el proyecto, los legisladores de la Coalición Cívica, el senador nacional Martín Lousteau e incluso la voz del ex presidente Mauricio Macri, a los que se sumó también el potente rechazo de Sergio Massa y de sus legisladores. Otros, como Diego Santilli, alzaron la voz tibiamente para rechazar la jugada pero por lo bajo mandaron a sus legisladores a acompañar el proyecto. Finalmente, confiando quizás en que no se genere demasiado ruido y que la necesidad del apoyo de los intendentes y del territorio en el futuro supera a los posibles costos temporales en imagen, algunos convalidaron desde el silencio, como Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich.

Así, en una foto difícil de explicar para los recién avenidos en la política argentina, la alianza momentánea de Vidal, Massa, el FIT y libertarios en la legislatura se vio derrotada frente al acuerdo transitorio entre un sector del PRO, la UCR, el PJ y el kirchnerismo. Como consecuencia, intendentes de todos los colores políticos festejan, mientras la sociedad confundida entre los internismos y lealtades cruzadas, se pregunta una vez más quién representa qué en este juego de principios, valores y banderas que parecen intercambiables.

Aunque si de sostener principios éticos y republicanos se trata, parece que nadie está libre de pecado para arrojar la primera piedra, como dejó muy en claro el video difundido los últimos días por la propia Agencia Federal de Inteligencia, en donde el ex Ministro de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires durante el gobierno de Vidal, en una mesa con funcionarios y empresarios en la sede del Banco Provincia, expresa sin tapujos su deseo de tener una “gestapo” para terminar con algunos gremios. Frente a este regalo servido en bandeja, el oficialismo en pleno se dedicó a denunciar y rechazar contundentemente estas expresiones. Las declaraciones fueron tan explícitas que integrantes de la propia coalición tuvieron que desmarcarse y condenarlas públicamente, como el gobernador Gerardo Morales y el ex intendente Jorge Macri. Por su parte, Villegas ensayó unas leves disculpas y apuntó a la ilegalidad de las escuchas, mientras que Vidal esquivó el tema y siguió apuntando a marcar su posición contra la reelección de los intendentes, pero con una pátina moral ya bastante devaluada.

Mientras tanto, al filo del cierre del año y en una maniobra que pasó bastante desapercibida, el Secretario de Energía anunció a través de una serie de tuits que el aumento en las tarifas de energía eléctrica y gas será del 20% para la generalidad de los usuarios en 2022, y que se avanzará finalmente en la segmentación. Una definición relevante para la política económica y que además parece reflejar una tregua, teniendo en cuenta que la cuestión tarifaria viene marcando, desde hace meses, una fuerte puja entre Martín Guzmán, que quiere recortar el gasto en subsidios para continuar en el camino de la reducción del déficit fiscal, y sectores del kirchnerismo, que se oponían a cualquier aumento. Resta por ver si finalmente la tan mentada segmentación será una realidad en próximo año, o las resistencias seguirán a la orden del día.

En definitiva, ya hablando de balances, estas fotos que nos dejó la última semana del 2021 son representativas de muchos de los aspectos centrales de la dinámica política de un año muy movido. Un año que comenzó marcado por una mejora en la situación sanitaria y por el inicio de la llegada de las primeras vacunas al país, pero que en mayo volvió a verse paralizado por la segunda ola de la pandemia, que a diferencia del año anterior generó fuertes desencuentros entre la dirigencia política sobre las restricciones y la mejor manera de manejar la situación. Luego de una breve tregua que permitió el acuerdo para posponer las elecciones, la dinámica política estuvo signada por la polarización alentada por los dos tiempos electorales, y también por las contradicciones y debates al interior de las principales fuerzas políticas.

Y aunque hoy las elecciones quedaron definitivamente atrás, y ahora sí es tiempo de abordar con seriedad las urgencias y múltiples desafíos sociales y económicos derivados no únicamente de una pandemia que no da tregua, sino del arrastre del estancamiento de muchos años, las dos grandes coaliciones que hoy hegemonizan la dinámica política argentina parecen seguir enfrascadas por un lado en la polarización y la dinámica agonal, y por el otro en sus diatribas y divergencias internas que no logran resolver.

Así, las últimas fotos del 2021 reflejan que el proceso electoral pareció terminar alentando y adelantando las ambiciones de poder de uno y de otro lado, y alejando aún más los intereses de la política de las demandas de la gente. Y mientras el Frente de Todos perdió la oportunidad de encaminar una gestión que nació casi de la mano de la pandemia y que tuvo un primer año muy complejo, Juntos por el Cambio perdió la oportunidad de ofrecer a la sociedad una alternativa diferente. Podemos concluir entonces, que este fin de año nos dejó con más sombras que luces, y que no está claro que el cambio de calendario modifique milagrosamente los comportamientos y prácticas políticas de cara a los grandes desafíos que se deben resolver en el 2022. Aunque la esperanza, siempre, es lo último que se pierde.

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