Cuando se desencadenó la Revolución Francesa fueron muchas las cabezas de fermiers que terminaron en canastos de mimbre. Los fermiers eran arrendatarios privados en quienes la Corona, necesitada de financiar una nobleza voraz, licitaba la recaudación fiscal para hacer más eficiente el proceso de expoliación ciudadana. Los fermiers recorrían las tierras francesas rodeados de guardias privados buscando cualquier indicio de “capacidad contributiva” real o imaginaria para cobrar la taille (la tala) un impuesto arbitrario definido a ojo del recaudador según la riqueza que percibiese; la gabelle (gabela), un impuesto que gravaba ciertos productos como la vajilla de loza o vidrio; los traites (trechos), peajes cobrados a transportistas de mercadería que se encontraban en los caminos; las aides (ayudas), impuestos sobre el pan, la sal, la pimienta, el tabaco negro y la cerveza artesanal, entre otros.
Los inspectores de impuestos eran muy temidos ya que en sus manos tenían la ruina de los demás ciudadanos. Por supuesto, este enorme poder se ejercía haciendo preferencia por sus amigos y parientes, tanto como dando rienda suelta a la venganza contra sus enemigos o aquellos que tenían un buen pasar y generaba envidia y resentimiento. Los franceses se escondían al ver llegar a los fermiers y ocultaban cualquier mejora en sus tierras por más mínima que fuera para evitar que el recaudador la viera y pidiese más impuesto. Como apunta Antonio Margariti (Impuestos y Pobreza) cuando Choisel Gouffier, un terrateniente solidario, quiso donar tejas a un grupo de campesinos para evitar los frecuentes incendios de sus viviendas techadas con paja éstos le agradecieron pero rechazaron el regalo. Las tejas aumentaban el valor de la taille.
El encono y la rebeldía contra los recaudadores de impuestos fue creciendo y en poco tiempo no bastaron los guardias que acompañaban a los fermiers y se necesitó una ley penal más dura que incluía el apoyo de la gendarmería real y hasta el ajusticiamiento del rebelde tributario y su hijo mayor. El asesinato no se hacía sólo para amedrentar a los demás “contribuyentes” sino, sobre todo, para declarar mostrencas las tierras de los rebeldes y repartirlas entre la nobleza. Entre los muchos episodios de violencia se destaca el de los cuatrocientos aldeanos del Borbonesado que se rebelaron contra la taille y fueron condenados de por vida a trabajos forzados en las galeras.
Más conocida es la rebelión impositiva que sucedió en Estados Unidos, donde las colonias americanas dominadas por Inglaterra tenían parlamentos que promulgaban sus propias leyes pero no podían hacerlo con temas impositivos, sobre los que mandaba Londres. Los norteamericanos podían importar productos terminados y exportar materia prima con barcos británicos pagando impuestos. A partir de 1763, trece colonias inglesas se rebelan contra la aplicación de impuestos y monopolios comerciales, proponiendo un “nuevo orden secular” (tal como dice el billete de un dólar). Luego, en 1773 sucede el incidente del Boston Tea Party en el que americanos disfrazados de indios mohawks arrojaron a la bahía trescientos cajones de té británico de la Compañía de Indias Orientales, enfurecidos por los impuestos que cobraban los ingleses. Pocos años después llegaría la independencia norteamericana que emerge en buena parte como una rebelión fiscal de plantadores, granjeros y comerciantes.
Doscientos años más tarde, en 1978, se produjeron violentas manifestaciones de rebeldía fiscal en el estado de California a partir de que los ciudadanos recibieron boletas fiscales con un incremento del 50% respecto del año anterior. Como señalan Brennan & Buchanan (El poder fiscal) altos impuestos y una clase política reluctante a tratar cualquier propuesta de baja del gasto público provocaron que el pueblo californiano organizara una resistencia por fuera de los partidos políticos con dos objetivos: bajar impuestos y gasto público; y establecer controles constitucionales claros que garanticen dicha reducción en el futuro. Este movimiento derivó en un sindicato de contribuyentes llamado UOT (United Organization of Taxpayers) para dirigir la rebelión fiscal y promover enmiendas constitucionales. Después de ocho meses de “huelga fiscal” sin pagar impuestos, la clase política californiana tiró la toalla y aceptó la enmienda, que luego fue copiada por más de veintiocho estados de la Unión.
Por último, cabe recordar el enorme traspié de Margaret Thatcher, victoriosa gobernante inglesa que aprovechando su prestigio e influencia quiso en su tercer mandato consecutivo crear un impuesto extravagante -al menos para los británicos- destinado a subsidiar a sectores industriales en problemas. Thatcher inventó el poll tax que gravaba inmuebles, cosa que a los ingleses no les hacía gracia dado que para ellos aplicar impuesto sobre sus casas era una señal de insoportable vasallaje (my home is my castle). La Primera Ministro envió millones de boletas impositivas a cada domicilio como si fueran cédulas de impuesto inmobiliario. Hubo disturbios, destrozos y policías heridos, tal fue la reacción del pueblo inglés. Pero además, la rebelión fiscal se conformó a partir de la devolución masiva de las boletas con la leyenda “Don´t concern yourself” (No te concierne). Finalmente, el Fisco tuvo que anular el impuesto y Thatcher renunció a su cargo.
Este recorrido por algunos gestos de rebelión fiscal acaso sirva para conceptualizar un tanto el fenómeno. Tal como apunta Margariti (Impuesto y Pobreza) podríamos decir que la rebelión fiscal es un movimiento de abajo hacia arriba de desobediencia civil contra una tributación excesiva y confiscatoria, desvinculada con los servicios suministrados por el Estado, que se padece mientras se percibe despilfarro del sector público, corrupción y una clase política disociada de la realidad de los contribuyentes.
En un país donde la mitad del año se trabaja sólo para pagar impuestos, el sector privado es aplastado bajo el peso de todo tipo de saqueos fiscales y regulatorios, y la hemorragia inflacionaria no cesa, que surja y se fortalezca un espíritu de rebelión fiscal, aunque aún sea invertebrado, sería algo provechoso para empujar a la política a comprender que los ciudadanos no son esclavos de la AFIP, que tienen vidas y familias propias con necesidades mucho más prioritarias que financiar al Estado.
Juan Bautista Alberdi (Sistema Económica y Rentístico) nos conmina a lograr la independencia económica frente al régimen saqueador que antes conformaba la Corona y luego el propio Fisco nacional: “El peor enemigo de la riqueza del país ha sido la riqueza del Fisco. Debemos al antiguo régimen colonial el legado de este error fundamental de su economía española. Somos países de complexión fiscal, pueblos organizados para producir rentas reales. Simples tributarios o colonos. Después de ser máquinas del fisco español, hemos pasado a serlo del fisco nacional. Siempre máquinas serviles de rentas, que jamás llegan, porque la miseria y el atraso nada pueden redituar”. La historia muestra que estas máquinas serviles, estas personas que son vistas como meras bases imponibles, en algún momento dicen basta, ya que cuanto menos tienen que perder, menos tienen que temer.
Una sociedad dolorosamente empobrecida. Un Estado que recauda, implacable, como si nada ocurriera. Demasiados funcionarios y legisladores que por falta de empatía, tino político, insoportable levedad o hasta quizás algún problema de cognición básica, actúan como indiferentes a la realidad de la mayoría de la gente.
En este preocupante contexto, la alusión a una rebelión fiscal -como la señalada por el diputado José Luis Espert- no es de modo alguno un problema -como pretende el diputado Leandro Santoro- sino acaso el principio de una solución. Fortalecer una cultura tributaria razonable y reformar las normas impositivas, eliminando el actual saqueo institucionalizado, es una tarea urgente. El sistema debe corregirse a sí mismo si no pretende que emerjan reacciones que lo desborden.