Siendo diputado nacional, en 1985, escribí un libro con el mismo título de este artículo. Sostenía que, después de una sangrienta dictadura, el único camino que nos permitiría cicatrizar heridas era una amplia concertación nacional que refundara nuestras resquebrajadas instituciones.
En 1982, después de la derrota de Malvinas, nos encontramos con la triste realidad de que, con la excepción de Raúl Alfonsín, los dirigentes políticos y sindicales habían respaldado al dictador Galtieri en su frustrada y desesperada aventura de recuperar nuestra islas del Atlántico Sur. Sacrificamos a miles de jovenes argentinos con el único propósito de “legitimar” al agonizante regimen militar que, después de 6 años de violar de la peor manera los DDHH y fracasar en lo económico y social, lo coronaba con una humillante derrota militar.
Raúl Alfonsín fue el líder que interpretó los mejores valores republicanos de esa época y supo representar las ilusiones de la mayoría del pueblo argentino de dejar atrás no solo la dictadura, sino también la última administración peronista de Isabel Peron.
Sin embargo, la idea del “Tercer Movimiento Histórico” -después del yrigoyenismo y el peronismo- fue una formulación equivocada que no se concretó pero tampoco habilitaba la “transición” que necesitábamos y que si pudieron llevar adelante nuestros vecinos Brasil, Chile y Uruguay.
El abrupto vuelco “liberal” intentado por Carlos Menem, sin consenso en el radicalismo ni en buena parte del peronismo, nos zambulle en el “Interinato Delaruista” que desembocó en la crisis del 2001.
Después del “Segundo Interinato Duhaldista”, una Argentina confundida y muy golpeada cayó en un “Populismo Clásico” que basó su licencia social en la generación de una “clientela” mayoritaria de planeros, empleados públicos y jubilados que enterró la “argentina de clase media” basada en cientos de miles de pymes, el emprendedurismo rural y la educación pública construida a lo largo del siglo XX.
El “Tercer Interinato Macrista” intentó sanear las cuentas públicas y recrear la credibilidad internacional perdida como resultado del default, pero no pudo alcanzar las coincidencias básicas que sean apoyadas por una amplia mayoría y que permitiera concretar, finalmente, la transición postergada desde 1983.
Entre la pandemia global y la impericia local, la administración en curso ha prácticamente quemado la posibilidad de concretar la “Argentina Unida” que pregona pero no ejecuta.
La única virtud del ciclo que comenzamos en 2022 es que tenemos todos los elementos que prueba la “responsabilidad compartida” durante los últimos 50 años.
Tan válida como lo era en 1985, lo es hoy la “alternativa de hierro“: CONCERTACIÓN o DISOLUCIÓN.
¿Qué puede venir después del 50% de pobreza, un porcentaje equivalente de inflación, falta absoluta de crédito internacional y el índice de inversión más bajo de la historia?
Desgraciadamente, todas las señales son muy negativas: el rechazo del “presupuesto trucho” y el desesperado intento de seguir aumentando impuestos, después de semejante derrota electoral, nos pone cada día más cerca de la disolución que de la concertación nacional. Ni hablar de nuestra errática e inconducente política regional y global.
Pero en un mundo con tantas incertidumbres y falta de liderazgo, es, quizás, el momento para reflexionar y evitar la caída desde el borde del precipicio.
CONCERTAR no es acordar la continuidad de las peores prácticas de corrupción, espionaje interno y privilegios para los amigos, sino el compromiso de erradicarlas (o al menos limitarlas sustancialmente) con la convicción de no repetir lo que nos viene pasando. Los resultados están a la vista.
Nadie conoce mejor el pecado que el pecador. Y en esa materia, lo sabemos todos y todas...