Debo confesar que el “21″ es un número que me caía simpático.
Atajaba en mi club, Hebraica, con la camiseta 21.
Mi hijo, Rafi, nació a las 21.
No sé por qué siempre me gustó el 21.
Borges dice que uno se encapricha misteriosamente con algunos números.
Como sea, terminando el 2021 puedo decir que esa simpatía por el 21 se perdió para siempre.
Como vos sabés, no fue un gran año en lo personal. Pero para no ser autorreferencial, siento que tampoco fue un gran año para todos los argentinos.
¿Cómo empezó el 2021? Me acuerdo cuando brindamos a las 0 horas del 1º de enero. La frase fue: “Nada puede salir peor que en 2020″.
Sin embargo, así fue. Objetivamente.
En 2020 se murieron 43.000 argentinos por esta porquería llamada COVID, y en 2021 se murieron 74.000.
El 2020 cerró con 7.000 contagios por día, y el 2021 cierra con 40.000 contagios por día.
En 2020 hubo 36% de inflación, y el 2021 cierra con 50 puntos de inflación.
En 2020, el dólar libre llegó a $166, y el 2021 cierra con la cotización prendida fuego, a $210.
Pero lo más importante es que 2020 había cerrado con mi familia entera: mi mamá; mi papá; mi hermana; mi cuñado; mis dos sobrinos; mi esposa; mis dos hijos; mis suegros; mi cuñada; mi cuñado; mi otro sobrino.
Perdón de vuelta por hablar en primera persona. Sé que no corresponde. Sé que no es lo ideal. Pero nunca imaginé cerrar el 2021 sin mi padre porque el maldito COVID se lo había llevado.
Y pensándolo en frío, lo que más me duele, además de no verlo más, además de no abrazarlo más, además de no charlar más, además de no recibir más sus mensajes, además de no recibir más sus llamadas, además de no recibir más sus caricias, además de extrañar los almuerzos, además de todo lo obvio, es que esa muerte precipitada e injusta, como la de tantos otros argentinos, no haya tenido consecuencias.
No es solo la muerte de mi papá. Yo siento que este año murieron muchos argentinos que no se tenían que morir.
Hubo en nuestro país muchas muertes que no tenían que pasar. Hubo en nuestro país muchas muertes que se podían y tenían que evitar.
Pero primó la irresponsabilidad, el capricho, la negligencia y la ideología.
Todavía hoy me cuesta explicarles a mis hijos que se quedaron sin abuelo porque una señora decidió jugar al TEG con las vacunas.
Todavía hoy me cuesta explicarle a mi hermana que se quedó sin papá porque esa vacuna china llegó tarde, cuando él ya estaba contagiado.
Todavía hoy me cuesta hablar con mi mamá del tema. Todavía hoy la miro a los ojos y veo una viudez injusta. Ella y yo sabemos que eso no tenía que pasar. Ella, Leonor, mi hermana, Ivanna, y yo sabemos que nos sacaron a Mauro antes de tiempo.
Tenía cuerda para rato, tenía para más. Estaba intacto; estaba rápido; estaba ágil; estaba flaco; estaba con ganas; estaba bien; estaba para seguir; estaba para disfrutar más a sus nietos; estaba para viajar más con su esposa a la playa; estaba para más asados; estaba para patear más pelotas; estaba para más charlas; estaba para más programas; estaba para más.
Y yo creo que eso le pasó a muchas familias argentinas. La sensación de que una manga de irresponsables les arruinó la vida porque priorizaron la ideología.
Porque era más importante quedar bien con Putin; porque era más importante no ceder con Pfizer; porque hay un pibe que se cree el “Che Guevara” por no comprar vacunas a un laboratorio americano.
Yo siento, y tengo ganas de decirlo, que muchos nos quedamos sin papá, sin abuelo, sin abuela, sin un primo, sin una prima, sin un tío, sin una tía, o sin un hermano porque Máximo Kirchner y su madre tenían ganas de jugar a la revolución cubana en pleno siglo 21;
Y entonces disfrazaron ese crimen ideológico con una épica absolutamente berreta. Resulta que cada viaje de aerolíneas a Moscú fue presentado como el regreso de Ulises a Ítaca después de la guerra de Troya, como dice el fenomenal Gambini.
Y no conformes con eso nos enteramos que mientras el Presidente nos insultaba; nos amenazaba; nos gritaba; nos multaba y nos trataba de idiotas: tenía su propia cuarentena vip.
La señora Fabiola Yáñez contó con 61 servicios de peluquería; 11 servicios de estilista; 26 servicios de fitness y coaching; y 43 servicios de estética corporal y facial. Y además pudo festejar su cumpleaños con sus amigas Sofía, Florencia, Rocío y Stefanía.
La única respuesta que escuchamos fue a Alberto echando la culpa a su querida Fabiola. Y entonces Aníbal Fernández no tuvo mejor idea que pensar en fajar a la Primera Dama: “¿Qué va a hacer el presidente, llegar y cagarla a palos?”.
Pensá que tras bambalinas cruzaba un empresario taiwanés que antes de conocer a Alberto no había ganado ningún contrato con el estado nacional. Y después de ir a su cumpleaños, resultó adjudicado 8 veces en menos de un año. Suertudo, el chino.
Pensá que, mientras tanto, ellos seguían sin comprar las vacunas americanas porque decían que había que entregar los glaciares, las cataratas, las embajadas y hasta las reservas del Banco Central.
Al final, se acordó con Pfizer. Y no hubo que entregar nada.
Nos tuvieron un año limando la cabeza con mentiras, mientras la gente se moría.
Pero hubo otras muertes evitables. Argentina también sufrió y sigue sufriendo la pandemia de la inseguridad.
Nos conmocionó a todos el asesinato del kiosquero Roberto Sabo, en La Matanza; Tanto es así que uno de los hijos dijo -quebrado- que se quería ir del país: “Me sacaron a mi papá. Me arruinaron la vida, me quiero ir del país”.
¿Cuál fue la respuesta del ministro de Seguridad Anibal Fernández? Intimidar a Nik en Twitter, explicándole que sabía a qué colegio iba su hijo. El mismo Aníbal Fernández, que el martes usó Twitter para desmentir un romance con Esmeralda Mitre. Real.
El 2021 cierra con dos noticias tristes pero que nos hacen mirar la vida desde otro lugar. El senador Esteban Bullrich y el “Kun” Agüero se retiran de sus carreras porque sus cuerpos se plantaron.
Es cierto. Empatía pura para reflexionar; para pensar; para meter una pausa en este vértigo insoportable llamado Argentina;
La frase del año, sin lugar a dudas, la dijo Esteban Bullrich: “No hay hombres imprescindibles, hay actitudes imprescindibles”.
Por favor, escúchenlo. Ustedes, los intendentes eternos; ustedes, los diputados que viajan a Disney; ustedes los que no pueden vivir sin un cargo; ustedes, los caudillos que inauguran estadios europeos con viviendas africanas.
Usted, señora, la que compra en Rapanuí; usted, que se cree Mandela; usted, que se cree Merkel; usted, que se cree inocente; usted, que se cree honesta; usted, que se cree líder; usted, que se hizo tanto daño.
Ninguno de ustedes es imprescindible. Nadie es tan importante. No hay héroes; no hay caudillos; no hay dioses; no hay mesías; no hay salvadores; no hay próceres; no hay mitos.
Dejen de pensar que son eternos; que son sabios; que son omni-presentes; que son omni-potentes; que son omni-scientes;
A este país no lo salva ninguno de ustedes. A este país lo va a salvar la sociedad argentina el día que deje de votar ladrones: ladrones de vacunas; ladrones de dinero; ladrones de rutas; ladrones de yates; ladrones de estancias; ladrones de imprentas; ladrones de esperanzas.
Argentina está cada vez más cerca de una revolución moral. Una revolución de la mayoría silenciosa. Una revolución de terciopelo como hizo Havel en Checoslovaquia contra la opresión comunista.
Ese día está llegando y ellos lo saben; Por eso, están aterrados;
Cortázar decía: hasta lo inesperado acaba en costumbre cuando se ha aprendido a soportar. Perdón maestro, no estoy dispuesto a eso. Me cansé de acostumbrarme a vivir mal. Me cansé de los ladrones.
Espero que el 2022 y el 2023 sean los años de la resurrección argentina.
Basta de inmorales.
Atentamente, Jonatan Viale.
* Editorial de Jonatan Viaje en “Pan y Circo” (Radio Rivadavia)
SEGUIR LEYENDO