El discurso del Presidente electo de Chile, Gabriel Boric, en la noche del triunfo tiene todos los componentes para despertar la imaginación de que un mundo mejor donde todos podrán alcanzar la felicidad es factible.
Boric efectuó una convocatoria con la vehemencia que lo caracteriza en sus apariciones ante las muchedumbres para dejar atrás el racismo, la discriminación, la desigualdad y construir una sociedad donde los trabajadores ganen más, trabajen menos para estar más tiempo con la familia y donde todos tengan acceso a la vivienda, salud y educación. Todas esas aspiraciones se complementan con el cuidado del medio ambiente, el rechazo a la minería y el respeto a los animales. También incluyó los objetivos de terminar con la sociedad patriarcal que esclavizó a las mujeres, acabar con las AFP para garantizar pensiones dignas y reconocer las tradiciones y lenguas de los pueblos originarios.
Cada una de las afirmación del Presidente electo fueron celebradas por la multitud que se congregó para acompañarlo en el holgado triunfo sobre el candidato del Frente Social Cristiano, José Antonio Kast, que con sus llamados al orden para volver a crecer no inspiró la pasión que despertó la visión enaltecedora del ganador. Los planteos de Boric encontraron una mayoritaria aceptación entre los menores de 35 años siempre propensos al idealismo y a una construcción comunitaria.
Las elecciones en Chile confirman que la utopía vuelve a tener un papel al momento de las definiciones políticas. No es nuevo. Los movimientos que siempre buscaron una transformación de las estructuras sociales estuvieron basados en crear un imaginario de bienestar contra la realidad circundante que desde hace tiempo recibe las peores calificaciones. El Mayo francés en 1968 fue el ejemplo más característico de ese tipo de manifestaciones que se replicaron en Chile en las demostraciones estudiantiles de 2011 contra el gobierno de Michelle Bachelet y el llamado estallido social de hostigamiento a Sebastián Piñera en 2019 bajo el liderazgo del Partido Comunista y de sectores de la nueva izquierda.
Las expresiones de construir una sociedad nueva incluyen también la transformación de los individuos para acompañar los cambios. Esto explica las críticas al afán de lucro o al egoísmo que están dirigidas al mismo fundamento de la economía capitalista explicitada en la teoría clásica para exponer el impulso al desarrollo de las fuerzas productivas y que Marx reseñara en El Manifiesto Comunista. En El Capital, Marx introdujo el concepto de plusvalía definido como la diferencia entre el pago al trabajador para su manutención y la fuerza de trabajo que sería el valor incorporado en la producción. En los mismos textos, se dice que la diferencia es apropiada por el capitalista por medio de la coerción ejercida sobre los trabajadores con la complicidad del Estado. Este planteo expone una anomalía moral que justificó a través de la historia los intentos de modificar el funcionamiento del sistema económico sobre nuevas bases que terminaron en fracasos.
Todos los programas económicos plantean una disyuntiva entre las aspiraciones morales y la racionalidad de los agentes económicos de aspirar al progreso. Cuando se intentó forzar la alteración de las reglas para imponer desde afuera restricciones los resultados fueron negativos pero aún ante la evidencia empírica la fuerza del convencimiento moral sobre la certeza de los fines termina por empujar intervenciones más profundas de las cuales es muy difícil retroceder.
Las campañas electorales son propicias para formular promesas creando expectativas de que es posible construir en forma mágica un futuro mejor. El mayor desafío consiste en el diseño de políticas racionales que logren en el tiempo satisfacer las demandas para no provocar frustraciones que deriven en crisis y terminen generando retrocesos. Las promesas puede ser una herramienta útil para ganar elecciones pero difícilmente contribuyan a generar condiciones para promover el crecimiento y el bienestar.
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