Hubo tiempos donde envidiábamos a los polacos por el regalo de la vida que fue para ellos tener un Papa propio. Antes debieron sacarse de encima los restos de una dictadura y así lo hicieron porque todo pueblo sueña con un lugar en lo universal.
Dios para los creyentes y la casualidad para los ateos, nos cruzó con un hombre santo y sabio capaz de rezar en el Muro de los Lamentos junto a un rabino y un religioso musulmán. Esa marca en la historia de la humanidad llevará el sello de nuestra humilde y pretenciosa identidad. Pero la realidad en nosotros suele ser una herida absurda, recordemos que cuando el Santo Padre asumió los kirchneristas en su pequeñez lo rechazaron imaginando que con su limitación mental podían imponer a la cristiandad una vara ideológica supuestamente revolucionaria.
Recuerdo el repudio de un grupo de pretenciosos y desubicados diputados, luego la realidad y el mundo arrastraron a nuestros mediocres a acompañar los acontecimientos. Otra vez lo universal nos quedaba grande. Siendo aún presidenta, Cristina intentaría convertirse en seguidora y más tarde a Macri se lo vería fotografiado en el Vaticano desubicado como en el resto de sus actos de gestión.
La asociación de elegantes, triunfadores y pretenciosos varios, diría después como mantra inmutable que “El Papa es peronista”, como si la dimensión lugareña del repudio a los humildes sirviera para aplicar la vulgaridad de la calificación al resto del mundo. El cerebro del PRO, un asesor ecuatoriano que es ateo y oscuro decidió que en ese espacio no había votos. En fin, dos decadencias armonizadas de una dirigencia enriquecida intentaron confrontar con el Santo Padre con el temor oculto de quedar obligados a un gesto de pacificación que ninguno de ellos estaba con la cuota de grandeza necesaria para alcanzar.
El Santo Padre no es peronista, ni izquierdista, ni “pobrista” como dicen los alcahuetes con pretensiones intelectuales, es el jefe de una Iglesia milenaria arraigada en la esencia de Occidente y mucho más allá. Cristo expulsó a los mercaderes del templo, ese recuerdo lastima el inconsciente de algunos. Escuchar a cualquiera de nuestros políticos, empresarios y sindicalistas deja de sobra en claro que ningún pacificador sería bienvenido en nuestra perversa manera de relacionarnos, de utilizar todos los recursos existentes para profundizar nuestras diferencias. Impotencia de ser uno, de ser patria, nación, multiplicidad de excusas, la Suprema Corte es una muestra palpable, dirigida por un digno ex ministro de Néstor Kirchner y les parece poco. Ambas partes necesitan, sueñan, con una justicia que ejecute sus odios, libere a los propios y lleve preso al jefe de los otros.
Cuarenta y cinco años de retroceso, social, económico y político, instituciones desechas, desde las Fuerzas Armadas hasta la Justicia, el imperio de los bancos y los negociados anteponiendo su verdad al conjunto, sus miserias de codicia sin moral. Dos partidos, dos canales opuestos acusando al otro, denunciando sin pausa y sin propuestas. Unos hacen discursos olvidando su derrota, negando el hecho, otros explican el futuro sin atreverse jamás a revisar su propio fracaso.
Ahora está de moda “mirar al futuro”, la autocrítica les queda grande, temen tener que revisar las prebendas, los negociados, las fugas de capitales. Alguna vez tuve ocasión de decirle a Su Santidad que “si la vida nos regaló un Papa y no puede siquiera visitarnos, más que un regalo será un nuevo trauma”. Hizo un duro silencio, me miró con ternura y respondió entre pausas: “Qué más querría yo que poder visitarlos, Usted sabe mejor que yo que ellos -los que mandan- no lo soportarían”. Me sentí molesto conmigo mismo, mi pregunta lastimaba, siempre hablamos mucho, me da una hora a solas todos los años, me fui caminando en silencio. Aclaro que confirmo el sentido de mi pregunta, dudo de si esa fue su respuesta, la memoria a veces refleja los deseos.
Mereciendo el respeto universal, desde las naciones unidas a tantos gobiernos y pueblos agradecidos de sus visitas y sus prédicas, demasiados alaridos pueblerinos intentan reducir el valor de su mensaje. Nadie es profeta en su tierra, en especial cuando los odios se intentan convertir en profecías y los fracasos en alternativa electoral que nos deja carentes de esperanza. Nada más contundente que el Santo Padre para reflejar nuestra impotencia por ser Nación. Los egos de los pequeños no soportan la sabiduría de los que trascienden, el egoísmo suele ser siempre resentido y agresivo. Y por ahora, es el sentimiento que mejor nos define, sepamos que la incapacidad es madre de la pobreza. Dicen que no hay mal que dure cien años pero los nuestros están durando demasiado. En el país hermano de Chile se enfrentaron y luego supieron reencontrarse. Nosotros carecemos tanto de ideas como de grandeza, el Papa Francisco lo muestra como pocos. Es un dolor. Soy creyente y anhelo festejar la Navidad. ¿Por qué no compartir con los ateos el desafío del encuentro, la alegría del nacimiento de un Dios para nosotros que bien podría ser una esperanza para ellos? Es un intento agresivo y meditado de desear “Feliz Navidad”.
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