“La verdadera celebración ha de consistir en el convencimiento íntimo y profundo de la necesidad de remediar el mal ajeno como el propio, mantener nuestros bienes lo necesario para que otros menos afortunados no carezcan de lo indispensable” - General Juan Perón (Navidad de 1946)
“La Nochebuena es de los pobres, de los humildes, de los descamisados desde que Cristo, despreciado por los ricos que le cerraron todas las puertas, fue a nacer en un establo… y ¿acaso los ángeles no llamaron a los pastores, a los hombres más humildes y pobres de Belén y únicamente a ellos le comunicaron la buena nueva que venía a alegrar al mundo?” - Eva Perón (La razón de mi vida)
Escribo estas líneas al calor de un año que se termina para nuestra Patria y nuestro pueblo con más penas que glorias. La Argentina está atada de pies y manos y las cuerdas del vasallaje aprietan de manera tal que aquella verdad que pronunciara Evita hace más de setenta años - “¿Qué teníamos, entonces, los argentinos? El único derecho de que gozábamos era el de morirnos de hambre” -, describe trágicamente la realidad actual.
En un país subyugado por el globalismo, el problema nacional es el eje del problema político. Sucede que nadie lo nombra porque la dirigencia sin distinción partidaria asumió hace décadas como un hecho indiscutible el nuevo orden mundial que postula que a la Argentina le sobran la mitad de compatriotas. Su lema: reducir población para aumentar saldos exportables y pagar la deuda externa. Sus medios: pobreza, exclusión, marginalidad, aborto, violencia. El peronismo parece haber abandonado hace tiempo el humanismo cristiano que abrevara de la doctrina social de la Iglesia y que hacía eje en el trabajo y la producción, en la protección de la familia y en el valor de la solidaridad, para trocarlo por un progresismo de base liberal individualista. Liberalismo rancio y destructivo que, paradójicamente, la revolución justicialista dio por tierra cuando en sus tres gobiernos (1946-1955 y 1973-1976) realizó la comunidad organizada como alternativa civilizatoria a un mundo en crisis, en donde la persona humana podía reconstruirse en la armonía que para la doctrina justicialista era el sentido de plenitud de la existencia.
Vale recordarlo sucintamente: los modelos del individualismo capitalista y el colectivismo comunista tenían una concepción materialista del hombre, semejante a la del progresismo de hoy. El primero había sustituido el espíritu por la razón y el cientificismo técnico. Para el segundo no existía lo individual, todo en el hombre era función social en su expresión formal, el Estado. La doctrina justicialista proponía por el contrario, su propia valoración del hombre y de la comunidad en equilibrio y armonía. La función del hombre era doble, individual y social en un todo equilibrado y armónico. Por eso dio al espíritu un valor superior al de la materia. En palabras de Evita: “Nuestro movimiento es eminentemente espiritual, porque se basa en la moral y exalta los valores morales del individuo y está por sobre la materia”. Pero reconoció que sin la materia, el espíritu no podía actuar y el hombre quedaba a medio camino en la consecución de su destino: “Es difícil poder levantar la moral de un pueblo que se encuentra menesteroso o necesitado. Primero es necesario dar pan suficiente al cuerpo, para después dar el pan necesario al espíritu”, dictó la sabiduría del General Perón.
Es en tal sentido que el humanismo justicialista enlazado en la vida del pueblo permitió la unidad de la relación materia-espíritu. Para Evita la historia de la humanidad no era otra cosa que la lucha de los pueblos por conseguir esa unidad y ese espíritu: “Porque los pueblos saben solamente que este espíritu y esta unidad podrán salvarnos en los períodos vacíos en los que la noche cae sin ninguna estrella, aun sobre los pueblos que creyeron alcanzar el privilegio de la eternidad”. En esa noche del alma de los pueblos se alzó la doctrina justicialista, de carácter eminentemente creativo y constructivo, encargada de dar contenido al nuevo modelo civilizatorio: “Las doctrinas triunfan en este mundo, según la dosis de amor que lleven infundida en su espíritu. Por eso triunfará el justicialismo, que empieza afirmando que es una doctrina de amor y que termina diciendo que el amor es lo único que construye”. En esta proposición afloraba el contenido cristiano del peronismo que al recorrer instancias sociales y religiosas, transitó por diversas experiencias del cristianismo y, a su vez, puso de manifiesto la cualidad particular de la apropiación peronista del simbolismo religioso: “La prédica de Jesús es eminentemente popular y justiciera; de ahí que al Justicialismo no puede reconocérselo sino como un cristianismo adaptado a las condiciones históricas de nuestros tiempos”, en palabras de Evita.
El General Perón y la Abanderada de los humildes en su interpretación de lo religioso leyeron el origen del fenómeno cristiano a partir del significado liberador de la figura de Cristo y su amor que no fue amor de tipo complaciente sino el del difícil y doloroso camino de la Cruz, de hacer justicia y verdad: “Cristo aparece como un defensor de los humildes, como un justiciero que anatematiza con palabra vigorosa a los opresores y pervertidos, llamándolos a cumplir con sus responsabilidades ante Dios y ante los hombres”. (General Perón) El Cristo que se significa es aquel que desestructura las jerarquías y pregona la superación de las divisiones de los hombres en clases: “Llega el tiempo en que los pobres serán menos pobres y los ricos menos ricos”, anunciará Evita. Se trata de lo realizado por la revolución justicialista en un programa de democracia social y participativa que reconoció y garantizó los derechos y obligaciones de las personas en un marco comunitario cuyo basamento fue la igualdad de todos los hombres frente a Dios: “Nadie puede impedir que los pueblos tengan fe. Si la perdiesen, toda la humanidad estaría perdida para siempre. (…) Yo admiro a la religión que puede hacerle decir a un humilde descamisado frente a un emperador: “¡Yo soy lo mismo que Usted, hijo de Dios!”. (Evita)
Los mensajes navideños de todos los años fueron oportunidad para volver sobre la imagen del Cristo de los pobres y recordar además las raíces cristianas del movimiento nacional: “En esta memorable hora de la paz del Divino Redentor, tregua cristiana de Nochebuena, quiero llegaros al corazón con el mensaje de una mujer que habla para el pueblo, porque viene de él (…) quiero ser la voz de mujer que comprende y agiganta a través del éter, ese maravillo toque íntimo, un poco alegre y un poco melancólico que debe poseer la Nochebuena de Jesús. (…) Nuestro orgullo de triunfadores de la injusticia entre clases, es la mejor prueba de que estamos en el camino de Dios. (…) Nuestra victoria es la más maravillosa de las victorias: es la victoria del Hombre, es la victoria de la esencia misma de Jesús: el Hombre. Supimos que el hombre no es un mecanismo de relojería, ni una maquinaria sometida a prueba de eficiencia y cuadro de desgaste. Supimos que el hombre es, ante todo, un pobre corazón lleno de amor, y rebosante de pasión por la vida. Supimos que el hombre es, en primer término, ansiedad, miedo, esperanza y voluntad; desterramos de los argentinos el miedo que envilece a los pueblos y la ansiedad diaria por el sustento, que condiciona y abruma la formación de la familia y de la Patria. Con ello volvió a los argentinos el fervor por su voluntad de trabajo, al devolverles la justicia. Y al fin, hemos hecho que de las excelencias del argentino, sea la esperanza cristiana de la fe en su pueblo, la más maravillosa de las resurrecciones”. (Navidad de 1947)
Al año siguiente, Evita habló primero a los trabajadores de la CGT: “En momentos en que la humanidad se apresta a celebrar con unción el advenimiento de Aquel que pregonó el amor y la fraternidad entre todos los hombres; (…) Esta noche, cuando en el sagrado recogimiento de nuestro hogar, celebremos en compañía de los nuestros la mística fecha, si echamos sobre el camino andado una mirada retrospectiva, veremos que, si dura fue la jornada, no fue, en cambio, estéril en la larga búsqueda de nuestro perfeccionamiento”, y luego en cadena nacional a todos los argentinos: “He aquí que, de nuevo, las primeras sombras nos acercan al milagro. Vivimos otra Navidad. La estrella se ha detenido y, postrados los Reyes, ofrecen la mirra y el incienso a los pies del hijo de José, el carpintero. Conmovidos, blandos en el gesto, turbios los ojos, nos embarga una especie de melancólica alegría: algo ocurre en el mundo, algo nuevo. Es que los pobres son menos pobres, los tristes menos tristes. Ha nacido el Redentor. Él resucitará a Lázaro. Él multiplicará los panes. Él arrojará a los mercaderes del templo. Él dará de beber al sediento y de comer al hambriento. Él, vendido por treinta dineros, escarnecido, crucificado, dirá: ‘Perdónalos Señor, no saben lo que hacen’, e impondrá al mundo, por siglos y siglos, las sublimes palabras: ‘Bienaventurados los que sufren…'. Así, cumpliendo el mandato evangélico, el justicialismo: ‘En la patria renacida, en la inmensa heredad que Dios nos dio, y que ya nadie podrá arrebatarnos’, permitió hogares felices ‘allí donde antes no hubo ni risas ni pan’, donde se gobernó para “que cada vida tenga su Navidad y su Renacimiento; que nada se oponga a que sobre la paja del pesebre, se eleve un cántico de alegría, de esperanza y de fe’”. (Navidad de 1948)
Y dos años después Evita expresará: “En una noche así como ésta, hace exactamente 19 siglos y medio, una mujer y un hombre, una humilde familia de Galilea, llamaban inútilmente a las puertas del orgullo y de la soberbia y todas las puertas permanecieron cerradas. ¡Dios no quiso, en su gran sabiduría, que alguna vez los ricos y los poderosos, los soberbios y los orgullosos de la tierra, pudieran siquiera reprocharle que no hubiese acudido a ellas! Por eso, en aquella noche lejana y luminosa viene a nacer en un establo, y los primeros en llegar a rendirle homenaje de amor y adoración, fueron exclusivamente los humildes”. Por eso: “Siempre pensé que ésta es la esta noche en los que sufren, de los desposeídos, de los tristes, de los afligidos, pero sobre todo, la noche acariciada, y brillante de todos los hombres y mujeres humildes de la tierra. (…) El que venía a traer a los hombres un mensaje de amor y de justicia, recibió al nacer todo el desamor y toda la injusticia de los poderosos, que solamente pudieron ser compensados por el amor de los humildes. Por eso tal vez, porque siempre mi alma ha sido poseída por un profundo sentimiento de indignación por la injusticia humana, por eso tal vez, siempre me ha parecido también, que los humildes tienen un derecho absoluto y supremo sobre todas las Nochebuenas. Por eso también este mensaje de mi corazón es para ellos, para todos los humildes de esta tierra nuestra”; (Navidad de 1950)
En su último mensaje de Navidad, en la nochebuena de 1951, Evita renovó el papel de los humildes y la concreción de las esperanzas cristianas en el Justicialismo: “Salvando las distancias y remedando el cántico antiguo, nosotros podríamos decir que ‘Dios ha hecho grandes cosas entre nosotros, deshaciendo las ambiciones del corazón de los soberbios, derribando de su trono a los poderosos, ensalzando a los humildes y colmando de bienestar a los pobres’”. (Navidad de 1951)
El Justicialismo expresó siempre que la Nochebuena es humildad y es justicia. La Navidad es un mensaje de esperanza, antiguo y siempre nuevo, que Evita y Perón testimoniaron y que nosotros estamos llamados a testimoniar con responsabilidad porque el mensaje de Jesús es de vida, fe y amor. En estas fiestas encontremos la necesaria cultura del encuentro porque a pesar de los aplazamientos, como señala con insistencia su Santidad Francisco, la fe actúa finalmente y siempre en favor de los pueblos y su lucha por la justicia y la dignidad en el llamado a darlo todo por el bien de todos. El movimiento obrero organizado junto a la Iglesia son las únicas organizaciones libres del pueblo que permanecen en pie y que el globalismo no ha podido vencer. Con la reciente conquista de la unidad, los trabajadores argentinos con un programa claro guiado por las banderas del desarrollo, la producción y el trabajo encendimos la llama de la esperanza nacional.
Creer es el verdadero motor que nos permite buscar siempre el auténtico sentido de la vida. Trabajemos por la consolidación y el fortalecimiento de una única CGT que sea el motor de lo que viene y brindemos por una Patria sin pobres, por la reconstrucción de la familia argentina en la cultura del trabajo y la restauración de la comunidad organizada. Por la recuperación del sentido heroico de la vida para la forja de la redención nacional y de la épica que alienta la conquista de la política como tarea noble. Por lo mejor que tenemos que es nuestro pueblo que, parafraseando al poeta, está solo y espera la convocatoria patriótica al porvenir. Como ordenó Evita: “Yo sé que comparto esta noche un pequeño rincón en el alma de todos. Un pequeño rincón, donde somos hermanos de la esperanza. Un rincón que se me abre porque yo busqué, y sigo buscando (…) Con los ojos puestos en Dios, brindemos por la Patria”.
¡Feliz Navidad!
SEGUIR LEYENDO