Atenas o Jerusalem: promoción o prevención del suicidio

La diferencia entre ambos representativos casos, Narciso y Jonás, radica en la intervención protectora intentando reconciliar armónicamente los conflictos egoístas, altruistas o anómicos

Narciso, enamorado de su propiaNarciso, enamorado de su propia
Narciso, enamorado de su propia imagen e incapaz de separarse de ella cae en una absorta contemplación de sí mismo

Durkheim categoriza sociológicamente el suicidio en tres etiologías, la egoísta, altruista y anómica. La primera, resulta del aislamiento extremo del individuo respecto de la sociedad; la segunda, motivada por la indiferenciación entre el sujeto y la sociedad; mientras que la tercera refiere a la confusión o no aceptación de los límites sociales sobre el sujeto, careciendo de normas regulatorias de las pasiones o que no proveen de estructura para lograr sus metas. Podría también adicionarse una cuarta tipología, el suicidio fatalista, resultante de una sociedad con normas excesivamente cuantiosas y rígidas, cuya presión sobre el sujeto deviene insoportable.

Bajo estas categorías pueden inscribirse los catorce clásicos casos de la Grecia antigua. Ejemplos de suicidio egoísta en Sófocles son los personificados en el guerrero Ajax, dándose muerte para evitar vivir en la vergüenza. Yocasta, suicidándose al saber que su marido era su hijo. Hemón, prometido de Antígona, matándose al ver a esta suicidada y Eurídice, madre de Hemón, se suicida al ver a su hijo muerto. Y Deianira, quien enloquecida por su desgracia se da muerte a espada. En Eurípides, el suicidio altruista corresponde a casos como Evadne, Macaria y Polixena, ofreciendo sus vidas por los suyos; Ifigenia, sacrificando su vida para evitar desgracias a Aquiles y según Esquilo, liberar los barcos de Agamenón, inmóviles por haber detenido Artemisa el viento. Meneceo, quien también para Esquilo, acepta sacrificar su vida salvando la ciudad de Tebas. Y Alcestis, ofreciendo su vida para preservar la de su marido. Mientras que el suicidio anómico es representado en Sófocles por Antígona y Heracles, y en Eurípides por Fedra, cuyo denominador común es la hybris o desmesura, originando situaciones dramáticas excediendo toda normatividad.

En la Biblia, también podría categorizarse los suicidios de Ajitofel (Samuel II:17), Zimrí (Reyes I:16) y Abimelej (Jueces 9) como egoístas. Mientras que el de Sansón (Jueces 16), Saúl y su escudero (Samuel 31) como altruistas. Aquí, comparativamente, hay una significativa menor cantidad de suicidios y no existen los anómicos. Más aún, hay mayor cantidad de casos de prevención del suicidio tal como el de Ribká (Génesis 27-28), Moisés (Números 11), Elías (Reyes I:19), David (Salmos 22), Job (Job 7-13) y Jonás. Todos ellos, habientes de un denominador común para su prevención, la protección, guía, consejo y refuerzo adecuado que ayudan a una apropiada renovación en lo individual, en las relaciones sociales o de fe.

Pero la diferencia entre la grecorromana promoción y la bíblica prevención del suicidio se patentiza en Narciso, basado en el mito griego y Ovidio, y en el bíblico Jonás. En el primero, el vidente Tiresias le manifiesta a la madre de Narciso, la ninfa Liríope, que su hijo sería longevo mientras no se vea a sí mismo. Si bien todos se enamoraban de Narciso, eran siempre rechazados por su obstinado orgullo respecto de su propia belleza. Una de las despreciadas suplicó para que él pueda enamorarse de alguien tal como las demás se enamoran de él, pero que sea incapaz de ganarse el amor de su amada. Némesis escucha la súplica y engañando a Narciso hace que vea su rostro reflejado en las aguas de un estanque. Narciso, enamorado de su propia imagen e incapaz de separarse de ella cae en una absorta contemplación de sí mismo. Deseando abrazar y besar su rostro reflejado, un versión lo hace ahogar arrojándose a las aguas; mientras que otra, deseando pasionalmente lo imposible, separarse de sí mismo, de su propio cuerpo para poder unirse a tal belleza, muere infligiéndose su propio dolor. Narciso comienza tendiendo al suicidio egoísta, aislado y haciendo de los demás su espejo, al punto de desconectarse de su entorno siendo absorbido por su propia belleza. Luego, atraviesa la tendencia al suicidio altruista, enamorándose de su propia imagen como reflejo e ideal a poseer, insuficientemente diferenciado del ambiente, se vacía a sí mismo proporcionalmente a su anterior plétora de sí, lo que le impulsa a aferrarse a su otro yo proyectado en el mundo externo, a costa de sí mismo. Finalizando más tarde en el suicidio anómico, confundiendo o bien no aceptando los límites entre su persona y el mundo exterior.

Contrariamente, el caso de Jonás manifiesta arquetípicamente la bíblica narrativa de prevención del suicidio. Jonás es comandado por Dios para ir a Nínive y advertir a sus habitantes para arrepentirse so pena de ser destruidos. Jonás intenta escapar de dicho mandato huyendo a Tarshish en un barco. Dios envía una tempestad y a punto de zozobrar, Jonás revela a la tripulación que él es la causa de semejante borrasca, pidiéndoles que lo arrojen al mar para así salvarlos. En el mar, Jonás es devorado por un gran pez, permaneciendo en su interior tres días rezando a Dios, para luego ser vomitado en las orillas, donde por segunda vez Dios le ordena ir a Nínive. Jonás cumple y arrepentidos los habitantes de Nínive, manifiesta un fuerte enojo y pesar, a punto de desear morir, por sentirse un agente indirecto de condena a su pueblo, Israel, dado que aquellos fueron más propensos a arrepentirse que su propio pueblo. Jonás se sienta en las afueras de Nínive, protegido del sol por una calabacera preparada por Dios, quien a su vez la seca deliberadamente. El sol, golpeando sobre el profeta hace que este desee morir, pero nuevamente Dios interviene preguntándole si él estaba muy enfadado por la destrucción de la calabacera. Ante la respuesta afirmativa de Jonás, Dios lo alecciona preguntándole cómo es que él siente lástima por la calabacera que ni siquiera colaboró en su cultivo ni cuidado y que duró menos de un día, pero se enfada porque Dios tiene piedad de Nínive y sus miles de habitantes, quienes no pueden discernir entre su mano derecha e izquierda.

Si bien Jonás pudo finalizar en un suicidio anómico, Dios interviene protegiéndolo en el estómago del pez hasta que se sobrepusiera de su confusión. Similarmente ocurre con los subsiguientes pensamientos suicidas de Jonás, tanto egoísta como altruista, ante los cuales Dios provee protección hasta que el profeta retome el equilibrio entre su individuación y la sociedad o el pueblo de pertenencia, finalizando en un dialogo aleccionador ordenando el desconcierto.

Concluyendo, la diferencia entre ambos representativos casos, Narciso y Jonás, radica en la intervención protectora intentando reconciliar armónicamente los conflictos egoístas, altruistas o anómicos. Dicha protección se manifiesta física y espiritualmente mediante sostén, apoyo, confianza, integridad y dignidad otorgada al sujeto en cuestión. Una especie de muro de contención para los factores suicidógenos externos que presionan al sujeto, y donde éste puede fortalecerse y resolver aquellos conflictos. Pero los griegos también sabían de esto, y así es testimoniado por Hermíone en Eurípides, quien es rescatada de su intento de suicidio mediante aquellos muros protectores provistos, en este caso, por su padre Menelao.

La decisión local será promocionar el suicidio asistido extremando la vulnerabilidad del más débil, revistiéndolo de derecho y cuya tendencia como en Suiza logra legalizar la cápsula Sarco, una cámara de gas formateada como ataúd futurista, donde la persona se suicida indolora y cómodamente inhalando nitrógeno; o instrumentar muros protectores por terapeutas con apoyo familiar y fe, ayudando al sujeto a equilibrarse o brindar cuidados paliativos aliviando el dolor y estrés del paciente y sus familiares, mediante un sostén integral.

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