El Congreso recuperó la centralidad porque recuperó el equilibrio político. Pero dista aún de la dinámica ideal que supuso esa conformación definida en las urnas. La hidráulica es para las máquinas, la política es otra cosa. Si la escribanía quedó atrás, ¿qué sistema impera hoy en el parlamento?
La derrota en la sesión especial pedida por la oposición para tratar la suba del mínimo no imponible del impuesto a los Bienes Personales, que parecía un triunfo cantado terminó en un fiasco y dejó al descubierto problemas más profundos que la mera ingenuidad. La flojedad de la oposición mayoritaria puede minar sus apetencias nacionales en un escenario político más volátil y con nuevas ofertas competitivas. En ese contexto el ítem “impuestos” es un campo de batalla de varios frentes.
Primero veamos la naturaleza de los dos bloques principales que pueden imponer temáticas por fuerza de números. El bloque oficialista tiene verticalismo peronista, con cepa fanática kirchnerista dominante y actúan como “believers” prácticamente. Además de contar con el árbitro, que es el presidente de la cámara, Sergio Massa, votado también por numerosas palomas.
Así como en las primarias en el oficialismo aceptaron sin chistar el dedazo para las listas, sin internas, en el Congreso, sin chistar obedecen. No hay quiebre si la jefa ordena incluso por sobre las intenciones del Presidente que ella también puso. Actuar a manu militari, con disciplina, y obediencia debida les garantiza estabilidad y previsibilidad. Los diputados o senadores de Cristina son afines a la idea de ella de división de poderes, es decir, que todos los poderes deben supeditarse al de ella.
Si el oficialismo es la escribanía, la oposición en cambio, en esta reencarnación, es un archipiélago de islas flotantes con varios semidioses y ningún Dios. La falta de definición de un liderazgo de la oposición, atomiza de por sí el espacio. Pero la cosa empezó tan mal en este sentido, que antes de asumir las bancas ya había estallado un prematuro internismo por la jefatura del bloque de la UCR que se resolvió de la peor manera, con la ruptura de la bancada promovida por Martin Lousteau, a cuyo bloque “Evolución” también pertenece la Disney-diputada cuya ausencia fue la más polémica en la sesión especial. Pero no son los únicos quebradizos.
Juntos por el Cambio, está fracturado en diez minibloques, y aunque afirmen que eso no afecta la votación, es una evidencia clara de la falta de coordinación reinante, para decirlo en forma elegante. Porque si la oposición no considera urgente lograr un funcionamiento sistémico, no sólo revela ineficiencia, sino que traiciona el mandato de las urnas.
La diputada Gabriela Brower Koening que cometió la inaceptable frivolidad de irse alegremente a Disney a sólo diez días de haber asumido, debería renunciar. Sólo eso purgaría como señal inapelable del pesar del espacio, su vergonzoso comportamiento. Otra cosa es espíritu de cuerpo. En la política no hay pecados de ingenuidad. Sólo hay pecados políticos y su venialidad se define por las consecuencias.
Qué decir si una sesión para aliviar un impuesto con incrementos injustos por la inflación termina convirtiéndose en una sesión para subir ese mismo impuesto. Es obvio que si se pide una sesión especial se debe garantizar los números. La oposición actuó como el que sale a presumir con un auto nuevo, pero luego le hacen una infracción porque no tenía licencia de manejo. Muchachos aprendan a manejar y después saquen el auto. Hoy, el Congreso de la Nación es la vidriera más notoria de la confrontación política y así como reflejó la debilidad del Gobierno en la sesión del Presupuesto, reflejó flojedad e improvisación de la oposición en la sesión especial por Bienes Personales.
La cuestión de los impuestos es además el campo de batalla con los sectores liberales que disputan la representación de las clases medias. Al llamar a una sesión especial, la diputada de Juntos por el Cambio, Silvia Lospenatto exclamó: “Nos comprometimos a bajar impuestos”. Pero en la sesión especial el oficialismo terminó subiéndolos y haciéndoles piquete de ojos.
Los diputados liberales se jactan de ser quienes nunca votarán o posibilitarán una suba de impuestos. En cuestiones impositivas no hay grises, hay dinero que se cuenta o se descuenta en el bolsillo. En otro sentido, la eficiencia o la gobernabilidad parlamentaria que muestre la oposición también es su carnet de presentación a un regreso al gobierno en 2023.
Ante un electorado impaciente, agotado por la crisis y la pandemia, la confianza no tiene cheques en blanco. En las elecciones pasadas perdió el Gobierno pero no ganó del todo por méritos propios la oposición. Ahora, la gula política mal llevada puede deparar más de una indigestión. Ciertamente, el pecado capital de la gula se hace un festín en la política. Pero tener mayor número de bancas para papelones como el de Bienes Personales, hace recordar que a veces, Dios le da pan a quien definitivamente no tiene dientes.
* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” (Radio Mitre)
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