El liberalismo ha sostenido a través de la historia que el hombre tiene derechos (vida, propiedad y búsqueda de la propia felicidad) y que cuando un gobierno vulnera esos derechos se convierte en una dictadura.
Los defensores del colectivismo, estatismo, intervencionismo y populismo sostienen en cambio que dichos derechos, o no existen como tales, o que en caso de existir constituyen apenas “derechos secundarios” que deben quedar subordinados a un bien mayor, el “bien común” o “el bien de las mayorías”.
Históricamente fueron los ingleses los primeros en insistir ante sus reyes que dichos derechos existían y que debían ser respetados: la “Carta Magna de las Libertades” escrita en 1215 en contra de los abusos del Rey Juan Sin Tierra, exige no solo justicia equitativa y rápida sino también libre comercio, libre tránsito, respeto por la propiedad privada y límites al poder del rey.
La Revolución Gloriosa de 1688 insiste en la vigencia de dichos derechos.
En 1689 John Locke publica sus “Dos Tratados sobre el Gobierno Civil” en el que resalta la importancia de respetar los “derechos naturales del hombre” y ataca el “derecho divino de los reyes”; bajo la influencia de Locke, Benjamín Franklin, Thomas Jefferson y John Adams influyen en la Declaración de Independencia americana y proclaman la separación de poderes y la vigencia de los derechos individuales .
Más tarde Voltaire y Montesquieu, también bajo la influencia de Locke, intentan imponer derechos en Francia; lamentablemente no lo logran pues son vencidos por la influencia de Rousseau y su “Contrato Social”, en el que éste subordina los derechos individuales al “bien común”, representado este último en la Asamblea Nacional. La ausencia de derechos termina consagrando a Robespierre y su guillotina, transformando una revolución promisoria en una orgia de sangre que concluye como era de esperar en el absolutismo encarnado en Napoleón Bonaparte.
Tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos, en donde el respeto por los derechos individuales se logra abrir paso, el progreso es sorprendente. Estados Unidos se convierte en menos de un siglo en primera potencia mundial. En Inglaterra tiene lugar la Revolución Industrial que eleva el poderío inglés y lo expande rápidamente a varios países y regiones del mundo.
En la Argentina, bajo la influencia de Alberdi y de Sarmiento, luego de derrotada la tiranía de Rosas, se dicta una Constitución y se consagran derechos, logrando transformar al país en primera potencia sudamericana atrayendo inmigrantes de varios países europeos. Un país de bárbaros y analfabetos es transformado en pocos años en un faro de civilización.
La concepción de “derechos naturales” de Locke padecía sin embargo de una debilidad intrínseca que fue aprovechada por los colectivismos de la época para derribarla y dar de esa forma por tierra con el progreso alcanzado durante el Siglo XIX. Esto ocurre a comienzos del siglo XX.
La idea de que los seres humanos tenían derechos partía de tres supuestos posibles:
1) que los derechos provenían de Dios.
2) que eran prerrogativas que las sociedades otorgan discrecionalmente a los hombres.
3) que provenían de la naturaleza humana.
La primera justificación cae rápidamente por la imposibilidad de probar la existencia de Dios.
La segunda también cae rápidamente. El creer que la ley es la que otorga derechos, deja en evidencia que así como los crea, también puede derogarlos. Los supuestos “derechos” se convierten de esa forma en “permisos temporarios”.
La tercera justificación es la de John Locke. La idea de que los derechos provienen de la naturaleza logra sostenerse hasta fines del Siglo XIX.
La Teoría de los Derechos Naturales se basa en la idea de que los hombres han sido creados a imagen y semejanza de Dios y que incluye el haberlos provisto con libre albedrío y racionalidad. De esa forma, ningún rey o parlamento puede quitarle al hombre lo que le fue dado por voluntad divina. El retrasar el problema no lo elimina: se plantea entonces la imposibilidad de demostrar la existencia de dicha supra-naturaleza otorgadora de derechos .... Por iguales causas que la primera justificación, esta tesis también termina fracasando.
A fines del Siglo XIX la idea de que los derechos naturales son una invención humana sin respaldo en hechos de la realidad y que por lo tanto no existen, comienza a esparcirse por toda Europa. Poco a poco estas mismas ideas también llegan a los Estados Unidos y se abren paso por las principales universidades del país.
Los regímenes colectivistas que ensangrientan gran parte del siglo XX (algunos continúan aún hoy en pleno siglo XXI) son consecuencia en parte, del fracaso en lograr imponer la tesis de los derechos individuales.
Hubo que esperar hasta mediados del Siglo XX para que apareciera una tesis novedosa en defensa de dichos derechos; en 1964 la escritora ruso-norteamericana Ayn Rand escribe un pequeño tratado de ética titulado “La Virtud del Egoísmo”. En él, Rand explica que discutir “derechos” implica discutir “ética”, la ciencia que le explica al hombre cuáles son los valores adecuados que un hombre racional debe adoptar para vivir en sociedad. La ética explica entonces en qué consiste su libertad de acción dentro de un medio social y por qué es importante que dicha libertad quede claramente delimitada por principios.
Rand al igual que Mises (economista austriaco de ideas liberales) observa que el hombre actúa y deduce que actúa para ganar valores, intentando pasar de un estado menos satisfactorio a un estado más satisfactorio. Observa también que mantenerse vivo implica la adquisición de valores ya que sin ellos no podemos sobrevivir. Si deseamos preservar nuestras vidas deberemos actuar para proveernos de valores, siendo un valor aquello por lo que cual actuamos para conseguir o conservar.
Descubre también que lo que hace posible al concepto de “valor” es el concepto de “vida” ya que sin vida no hay valores. Solo los seres vivos persiguen valores.
Rand aclara que la búsqueda de valores que nos ayudan a vivir más y mejor no es automática y que distinguir aquellos valores que nos ayudan a vivir de aquellos antivalores que destruyen o dañan la vida requiere de un complejo proceso de aprendizaje. Aclara también que el concepto de vida humana queda circunscripto a un formato específico de vida: poder vivir en libertad siguiendo las decisiones adoptadas por nuestra mente.
Dentro de este contexto, vivir como un siervo o un esclavo o como un súbdito de un gobierno despótico hace perder el atractivo por la vida y por la búsqueda de valores que la sustenten. También vivir disminuido por dolores físicos intratables o falencias físicas irremediables puede provocar perdida de valor y atractivo por la vida; esto explicaría el suicidio o la búsqueda de placeres dañinos de corto plazo a expensas de hipotecar el futuro.
Si deseamos vivir debemos elegir los valores correctos que protejan y prolonguen eficazmente nuestras vidas.
Cuando a una persona se le impide decidir cómo actuar y no se le brinda la libertad para tomar decisiones sin sufrir amenazas de violencia, se le está dañando su capacidad de supervivencia o florecimiento ya que se le impide utilizar en plenitud la herramienta que le permite dirigir y sustentar su vida. La violencia, la iniciación de la fuerza física en contra de una persona, el robo, el fraude, limitan la capacidad de decidir libremente por parte de dicha persona.
Los principales causantes de dichos impedimentos han sido a lo largo de la historia, los gobiernos.
Los derechos surgen pues de la condición humana de animal conceptual, de su capacidad racional, de su capacidad de pensar.
Los animales, mal que nos pese, carecen de derechos y dependen para su supervivencia en gran medida de nuestra benevolencia. Los animales no pueden formar conceptos.
Incluso cuando un criminal inicia una agresión imitando comportamiento animal, es probable que termine en una cárcel enjaulado. También cuando un hombre ve limitada su capacidad de pensar le nombramos curadores, cuidadores o tutores.
Toda acción orientada a restringir las acciones racionales de los seres humanos atenta pues contra los derechos del hombre y entorpece sus progresos. Estas acciones o afectan su derecho de propiedad a través de impuestos, regulaciones o confiscaciones; o afectan su derecho a la vida obligándolo a pelear guerras no consensuadas; o restringen su rango de opciones, reduciendo de esa forma sus posibilidades de ser feliz.
Cuando los políticos se atribuyen el tomar decisiones en materia de salud, religión, sexo y vida privada o en la vida comercial, laboral o monetaria de las personas, están impidiendo el libre ejercicio de nuestros derechos. Nos regresan así a las épocas oscuras de las sociedades pre-modernas. En ellas, el jefe de la tribu impone sus mandatos a todos sus integrantes, decidiendo por su mera voluntad la suerte de cada cual.