Por qué el 2001 encuentra un inquietante déjà vu en el 2021

La periodista y conductora analizó la crisis institucional que sacudió al país hace 20 años y contrastó aquel escenario social y económico con el actual

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El descontento de la gente se hizo sentir en las calles en diciembre del 2001 (NA)
El descontento de la gente se hizo sentir en las calles en diciembre del 2001 (NA)

El espejo retrovisor de dos décadas le dio a la crisis de 2001 la chance de una revisión de cierta perspectiva histórica. “Cierta perspectiva” porque mirar el 2001 desde el 2021 ofrece incómodos reflujos presentes en término de problemas que se repiten: la falta de dólares, problemas de gobernabilidad, un presidente débil y un índice de pobreza inmoral. Decir reflujo y repetición implica que en realidad son problemas que nunca se solucionaron. Y aquí encontramos la primera interpelación: por qué si luego de aquélla crisis la Argentina transitó la mayor bonanza económica de su historia producto del boom de los commodities y entre ellos los precios excepcionales de la soja, no pudo revertir la trampa de su decadencia y su postración. Por qué los años de riqueza no fueron una oportunidad de despegue.

Se puede sintetizar que la economía kirchnerista anduvo bárbaro mientras había plata para repartir, con o sin bolsos, pero lejos de una matriz productiva tuvo una matriz extractiva, con impuestos que llevaron al punto de lo insoportable la carga tributaria en Argentina pero sin sentar las bases para una economía moderna con crecimiento sustentable. Cuando la plata comenzó a acabarse, primero quisieron tapar la inflación, luego los pobres, luego los delitos y después ante cada problema inventaron un nuevo cepo. El resto es historia conocida.

A Cristina le gustaría decir que en 2015 perdieron por culpa de las letras de molde de los diarios y por los jueces. Pero la inflación ya carcomía los salarios y el populismo sin plata devenía en cada vez más autoritario encendiendo las alarmas sobre un asedio al sistema y a la división de poderes. Esa demanda de institucionalidad y sensatez económica traccionó al voto a la búsqueda de un cambio. Pero la ingeniería electoral que le permitió el triunfo a Cambiemos y Mauricio Macri no supo ser una ingeniería de gobierno en los mismos términos ni logró las reformas de fondo para salir del modelo populista recostándose en el endeudamiento externo para suplir el déficit y llegando al mismo viejo cuello de botella que termina en el Fondo Monetario Internacional.

Una imagen de la actualidad y una crisis económica crónica con permanentes mutaciones (Foto NA)
Una imagen de la actualidad y una crisis económica crónica con permanentes mutaciones (Foto NA)

La mirada hacia 2001 también ofreció en este aniversario de dos décadas acercamientos más agudos sobre la tensión ideológica y económica de aquella debacle, con un presidente que tenía minoría en el Congreso, al que primero dejó su vice, y luego le bajó el pulgar el líder de su propio partido que era Alfonsín. Sigue en el centro de las discusiones el rol del peronismo -sobre todo en los incidentes en las calles-, la brutal represión, la torpeza política de la declaración del estado de sitio y la eventual presión de sectores empresarios por una devaluación.

El corazón de las tinieblas de aquella crisis yacía en la postergación de una salida de la convertibilidad que ya agonizaba desde las postrimerías del gobierno de Carlos Menem. En aquellos años, la convertibilidad era el gran tótem nacional. La estabilidad y el control de la inflación, vistos desde hoy son un páramo envidiable. Entonces ningún político se atrevía a enfrentar los costos de una salida del llamado 1 a 1. El empate del peso con el dólar era cada vez más caro.

El Fondo Monetario había advertido sobre la situación seis meses antes del desastre y cuando le soltó la mano a Argentina, la crisis terminó tomando las decisiones que la política esquivaba y como siempre, cuando la crisis toma las decisiones, ya todo es peor. La devaluación era un hecho por la falta de dólares.

Tras su renuncia, el ex presidente Fernando de la Rúa debió retirarse en helicóptero de Casa Rosada (Víctor Bugge/NA)
Tras su renuncia, el ex presidente Fernando de la Rúa debió retirarse en helicóptero de Casa Rosada (Víctor Bugge/NA)

Hasta qué punto el estado puede apropiarse y confiscar los bienes de los ciudadanos con corralitos, devaluaciones, impuestos o cepos, para pagar las cuentas de su ineptitud es una discusión actual, y no saldada que ha reverdecido dos décadas después con cuestionamientos al tamaño del Estado y a su intervencionismo extremo.

La actualidad de los problemas de 2001 interpela como pocas cosas a la clase política. El “que se vayan todos” de entonces hoy se asoma en la natural desconfianza en la política para resolver los problemas, en la búsqueda de referentes fuera del sistema y en la baja de asistencia a las urnas más allá de los efectos de la pandemia. El voto a Clemente no está exorcizado: la decepción, la indignación, la anomia, son vectores de ese símbolo.

Sin dudas la política se vuelve una contradicción, en el sentido ontológico, si no sólo no es capaz de resolver los problemas que impiden el desarrollo de los ciudadanos que representa, sino que además los profundiza. Y qué decir cuando en tantas ocasiones, quienes deberían ser los adalides de la cosa pública se vuelven en cambio adalides de la cosa nostra, si me permiten la elocuencia de la metáfora.

El 2001 no es del todo pasado en Argentina. Su larga sombra nos interpela y nos afecta. Su circularidad o su presencia ominosa como fantasma de los diciembres tiene raíz en la falta de resolución de los problemas que lo hicieron posible. Hay quienes hablan de las permanentes crisis argentinas. Más bien parece una crisis económica crónica con permanentes mutaciones, para usar una palabra de la pandemia, que redunda en el más lamentable progreso, el que no es el de los ciudadanos sino de la decadencia y la pobreza.

* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” (Radio Mitre)

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