Variedad de idiotas

Los problemas estructurales de la Argentina son de muy larga data y es imposible enfrentarlos sin consensos amplios que se reflejen en políticas de Estado sustentables. Quienes asumen roles públicos de representación no pueden alegar ignorancia al respecto

Cámara de Diputados

En estos tiempos complejos y desafiantes, donde reinan las imágenes y los videos, es bueno recordar el valor del lenguaje, factor clave e irreemplazable de la inteligencia humana, sin el cual no se comprende el increíble recorrido vital que llamamos historia.

Sabemos que, así como la inteligencia ha alcanzado un grado notable de desarrollo en las personas su contrapartida, la estupidez, se encuentra igualmente presente en muchas de ellas. En tal sentido, la Real Academia Española define la estupidez como la torpeza notable en comprender las cosas. Pues bien, la misma academia de nuestra lengua ha incorporado a su diccionario histórico una definición referida a una forma particular y actual de ese concepto. La palabra “covidiota” que remite a quien “se niega a cumplir las normas sanitarias dictadas para evitar el contagio de la covid”.

Recordemos que en la Grecia donde nació la democracia (500 AC), la vida estaba condicionada por la existencia de la ciudad -la polis-, que desempeñaba en el universo político de los griegos la misma función que los estados modernos. Un griego se consideraba, ante todo, un ciudadano. El que vivía apartado de la vida de su comunidad, el que llevaba una vida particular, sólo para sí, era llamado idiota (de “idios” propio o particular) y, como el que vive aislado suele adquirir pocos conocimientos, es ignorante, rústico, con el transcurso de los siglos el término idiota pasó a tener la connotación peyorativa que hoy le damos.

En estos días, cuando los efectos de mutaciones virales como Delta y Omicron desatan nuevas olas de covid en el mundo, los “covidiotas” se convierten en factores de grave incremento del daño causado por el virus. Vale decir, no sólo se ponen a sí mismos en serio riesgo sino que perjudican -y mucho- a la sociedad en su conjunto.

¿Podría ser este el momento de seguir enriqueciendo el lenguaje con algún término capaz de definir otras conductas de evidente y notable torpeza que afecten seriamente la salud -ya bastante deteriorada- de la democracia? Hablamos de personas que, habiendo asumido importantes responsabilidades con sus congéneres, actúan sin comprender los intereses ni las verdaderas preocupaciones de aquellos a quienes deberían representar y sólo atienden a sus anhelos por conservar o incrementar su cuota de poder -llámese caja-, en el marco de una pugna política partidaria cada vez más brutal y desmesurada.

Vivimos en un país que afronta hace no menos de cincuenta años serios problemas estructurales como el estancamiento y la inflación. Un país donde la exclusión social se ha consolidado al extremo de tener casi la mitad de la población bajo la línea de pobreza y el deterioro de la educación parece no tener piso. La dirigencia en general -y la dirigencia política en particular- están profundamente desprestigiadas y la desconfianza en las instituciones no para de crecer.

Vivimos en una sociedad que descree del cumplimiento de las reglas porque cree -con fundados motivos- que “los otros” no las cumplirán; no es que la “viveza” se considere un mérito sino una herramienta para sobrevivir en un marco en el cual, además, ninguna regla alcanza una mínima estabilidad como para confiar en ella y actuar en consecuencia.

En 1983 recuperar el valor de la democracia fue un logro extraordinario del conjunto social; a partir de allí, estamos recorriendo un largo camino de aprendizaje y construcción de esta forma de convivencia social y garantía de los derechos. Ignorantes de esos valores, gran parte de la dirigencia política basa su discurso en la descalificación, en la construcción binaria, en el “ellos” y “nosotros”. La responsabilidad está toda en la vereda de enfrente, a la cual se atribuye el origen de todos los males. La solución está sólo en la victoria propia, en “terminar” con quien causó -y causa- los problemas.

Máximo Kirchner en la Cámara de Diputados

Esa conducta no sólo se evidencia en lo que llamamos “la grieta” sino también en el modo de encarar las diferencias al interior de cada partido o alianza política. Los sucesos recientes exhiben con crudeza lo descarnado -muchas veces irracional- de los enfrentamientos. La alianza que ejerce el gobierno ha dedicado más tiempo a enfrentarse en actos públicos o a luchar internamente que a gestionar una situación política económica y social en extremo delicada. La alianza opositora no esperó ni a celebrar su éxito electoral para empezar su pugna por las candidaturas de 2023 y competir por espacios internos que en nada interesan a la ciudadanía.

Patricia Bullrich, Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta y Jorge Macri

Nuestros problemas estructurales son de muy larga data y ninguno de quienes gobiernan o aspiran a gobernar puede decir ser ajeno a ellos. Pero además, es imposible enfrentarlos -ni, mucho menos, resolverlos- si no se logran acuerdos amplios que se reflejen en políticas de Estado sustentables, con reglas claras en cuya vigencia se pueda confiar. Quienes asumen roles públicos de representación social no pueden alegar ignorancia al respecto. La necesidad de conversar y acordar como única vía para evitar que sigamos cayendo al abismo ha sido y es resaltada a diario por referentes de los más variados sectores sociales, muchos de los cuales usan la palabra para llamar al diálogo y se contradicen una y otra vez en los hechos. La ciudadanía tampoco debe mirar para otro lado. Esta dirigencia surge y ha surgido del seno de nuestra sociedad.

¿Qué tal si entre todos intentamos ponernos (nos ponemos) del lado de Argentina y desarrollamos ideas portadoras de futuro que se plasmen en iniciativas innovadoras de la mano de dirigentes que sepan liderar integrando?

Volviendo a los “covidiotas”, el daño que causan hoy es muy significativo, también lo es el que generan quienes siguen enfrentándose por el poder, en peleas menores, totalmente alejadas de lo que realmente preocupa a decenas de millones de argentinos.

Ojalá no necesitemos una nueva palabra para definirlos. O definirnos.

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