La Inteligencia Artificial parece vivir un tiempo de explosión. Hace muchos años que científicos, tecnólogos e innovadores experimentan y crean conocimiento sobre este capítulo tan apasionante del vasto territorio que conforma la evolución de las capacidades humanas y tecnológicas, así como también las maneras en que ellas interactúan y se complementan. La tecnología ha sido un compañero decisivo en el largo recorrido de superación humana y social. Los límites aparentes se han ido superando, unos tras otros. Hacer máquinas inteligentes, capaces de sentir, actuar y aprender como los seres humanos, es el gran aspiracional para quienes participan activamente del proceso de innovación. Y también el gran temor para quienes lo observan desde cierta distancia.
Las tecnologías nos hacen la vida más fácil, con mayor confort y menos esfuerzo físico en múltiples actividades. Automatización es el concepto que resume muy bien semejante utilidad: dejar de hacer cosas manuales y precarias para pedirle a máquinas que las hagan por nosotros de forma más eficiente. Pero la inteligencia artificial pertenece a otra dimensión, no persigue un resultado determinado a partir de una codificación exacta, sino más bien acude en nuestra ayuda para procesar y entender mejor todo lo que creamos y hacemos a partir de patrones, algoritmos y modelos de datos. Y especialmente desde que la innovación fue capaz de abrir el mundo del aprendizaje no supervisado de las máquinas, vía redes neuronales que les permiten aprender de forma autónoma a partir del significado de los infinitos volúmenes de datos, propios de la diversidad y abundancia bajo las que nos desenvolvemos.
Precisamente por esta condición especial es que la IA genera tantas expectativas. Está llamada a convertirse en la electricidad del siglo XXI, capaz de participar de todos los procesos productivos, creativos y de servicios, aportando un combustible históricamente sub-utilizado: los múltiples y cambiantes datos que generamos en todas nuestras actividades. Convertir a ese universo inagotable de información en un factor de producción capaz de incrementar la productividad de las economías y mejorar las sociedades a partir de mayores estándares de precisión y menores de desperdicios en todo lo que hacemos, es la gran promesa. Cada día más concreto, por cierto. Mejores técnicas de recolección de datos, nuevas habilidades, creciente capacidad computacional de procesamiento, mejores aplicaciones para usuarios y redes neuronales en constante evolución, explican la creciente concreción de aquella promesa.
En síntesis, estamos ante la maduración más potente de la categoría que se conoce como “tecnologías de propósito general”, que según el experto Erik Brynjolfsson, son tecnologías que tienen la condición de no estar acotadas a algún sector o ámbito sino que son de aplicación generalizada; son capaces de recibir capas de evolución y mejora de forma permanente y disparan innovaciones complementarias hacia distintas direcciones. De allí que una enorme ola de creación de valor puede desprenderse de la expansión de estas tecnologías, especialmente a partir del salto cualitativo que habilita el buen uso de los datos como activo intangible, capaz de potenciar las destrezas para producir, coordinar y organizar actividades económicas y sociales.
Todos los días vemos avances al respecto. En los mecanismos de recomendación y personalización de productos y servicios. En la asignación de recursos e insumos para bajar desperdicios y contaminar menos el medio ambiente. En los asistentes virtuales que nos hacen la vida más fácil. En los procesos de atención de clientes y ciudadanos que hackean estresantes burocracias. En la precisión de diagnósticos sobre problemas de salud. En la creación de nuevos medicamentos, proteínas y vacunas. Y un largo etcétera. La encuesta global a empresas que todos los años hace McKinsey sobre “Estado del Arte en IA” refleja que un 56% de los encuestados ya implementa IA en al menos una función o área de la organización. Todos están aprendiendo de la experiencia y mejorando la gestión de los riesgos que este tipo de proyectos conlleva, acelerando la instalación de la IA como ese factor de producción al que hacíamos referencia.
En virtud de este proceso tan trascendente que sucede en el marco de la aceleración de la Revolución científico tecnológica de esta primera instancia del siglo XXI, es que desde la Universidad Siglo 21 decidimos participar del Programa Córdoba Vincula de la Agencia Innovar y Emprender, a través de un proyecto para potenciar el análisis y la comprensión de IA como fuente de oportunidades para mejorar la competitividad, la productividad y el empleo en los sectores de Salud, Alimentación y Construcción. Nos acompañaron como entidades asociadas al programa la Unión Industrial de Córdoba, La Bolsa de Cereales, el Córdoba Technology Cluster y el Sindicato Uecara del Interior. Juntos, cumplimos el hito de convocar a más de 70 directivos, líderes y propietarios de empresas y organizaciones vinculadas a los tres sectores mencionados, a efectos de participar en una secuencia de sesiones de deliberación y co-creación de miradas, ideas y oportunidades para mejorar desempeños a través de modelos de datos e IA.
A través de un equipo de facilitadores, invitamos a los participantes a trabajar de forma colaborativa aprovechando la agilidad de las sesiones virtuales enriquecidas con herramientas de soporte visual, y logramos recorrer y analizar diversos problemas que impactan negativamente en sectores de Salud, Alimentos y Construcción, y que podrían estar relacionados a un deficiente uso de los datos. A partir de allí generamos ideas de posibles soluciones, priorizamos las de mayor impacto y las sometimos a un análisis más profundo. Diseñar y acelerar la interoperabilidad del sistema de salud a partir de la historia clínica única para todos los pacientes, implementar trazabilidad en la producción de alimentos para potenciar calidad y exportaciones y organizar bajo mecanismos de plataforma tecnológica los flujos de comunicación de los múltiples actores que intervienen en obras (habitualmente fuentes de ineficiencias y desperdicios), fueron algunas de las oportunidades que los grupos de salud, alimentos y construcción eligieron para impulsar, respectivamente.
Claro que ahora viene lo más difícil: motorizar proyectos de implementación. Allí se ponen en juego los liderazgos, la capacidad de armar equipos y la determinación para avanzar. Pero allana el camino si quienes dirigen buena parte de los destinos de un sector económico deciden dedicarle tiempo de sus agendas a comprender la naturaleza de la IA y el impacto positivo que puede tener en el funcionamiento general del mismo. En este caso: Salud, Alimentos y Construcción como tres sectores claves de la economía. No se trata de un tema cerrado a los expertos. Comprender y determinar lo que es posible y deseable de llevar adelante con IA para mejorar el desempeño de una organización o negocio en el siglo XXI es el gran desafío que todo líder y manager responsable debiera abrazar con convicción.
En un mundo de abundancia en el que aún muchas cosas y procesos funcionan mal y donde los remedios suelen ser peores que las enfermedades que intentan corregir, proyectos y modelos de IA pueden acudir a nuestro servicio para tomar mejores decisiones, cuidar los recursos y optimizar los resultados. No lo hace a través de un software, un artefacto o una elite de expertos. La IA es un deporte en equipo, donde intervienen analistas, humanistas, programadores, especialistas en cada vertical, comunicadores, etc. Y muchas nuevas profesiones y roles humanos surgen y cobran valor al sacar a los datos del anonimato y ponerlos en modelos que explican la realidad, anticipan comportamientos e impulsan las llamadas culturas y organizaciones basadas en datos.
Se necesitaron casi 30 años para que la energía eléctrica se convirtiera en el paradigma para organizar la producción general y expandiera la productividad de las economías. La IA está ingresando en la década decisiva para hacer lo propio, más de 100 años después.
Tenemos la oportunidad, pero sobre todo la responsabilidad colectiva de hacer que todas nuestras actividades y especialmente nuestros errores y desvíos se conviertan en aprendizaje validado a través de modelos de datos e IA que nos permitan tomar mejores decisiones. Mejorar el mundo con buena IA y el sustento ético que define poner a las personas en el centro, es absolutamente posible.
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