A veinte años de la contrarrevolución progresista del 2001

Durante el gobierno de la Alianza, el peronismo clásico, los radicales alfonsinistas, el Frepaso y la izquierda buscaron destruir lo actuado en los 90, todo envuelto en un discurso nacional y popular

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El presidente Fernando De la Rúa y su vice, Carlos "Chacho" Álvarez
El presidente Fernando De la Rúa y su vice, Carlos "Chacho" Álvarez

No hay ingenuidad, va a costar dar vuelta la idea que la mayoría de los intelectuales y políticos argentinos tienen acerca de los trágicos acontecimientos del año 2001. No es la primera vez que un hecho desgraciado y de flagrante injusticia social es visto como popular.

Por ejemplo, la Revolución de 1890. Se la valora positivamente como un acontecimiento fresco, contestatario y renovador, cuando en verdad fue un intento de golpe de Estado retardatario contra Juárez Celman, perpetrado por un grupo de porteños recalcitrantes. Los radicales liberales, ubican en 1890 su partida de nacimiento y el kirchnerismo progre, en las fatídicas jornadas de diciembre del 2001, cuando abatieron al neoliberalismo. ¡Mala fariña!

¡Digámoslo a toda voz! En el 2001 no surgió nada nuevo, todo fue retro. Por el contrario, se mató lo nuevo que había surgido en la década del 90 y que dividió aguas en la vida interna de los partidos. El 2001 fue la sepultura de un eventual porvenir venturoso. Fue, en rigor, una contrarrevolución, aplastó la modernidad, al capitalismo post caída del Muro y los acuerdos con occidente. Volvieron las viejas ideas de sustituir importaciones y vivir con lo nuestro, la regulación estatal exasperante y algunas estatizaciones al mejor estilo peronismo del 40. Los conceptos de “Patria sí, colonia no”, tan viejos como el Virreinato, se pusieron a la orden del día. La oligarquía y el imperialismo renacieron de un viejo álbum de recuerdos ¿A los que creen que allí surgió algo nuevo, pregunto: ¿es esto a lo que se refieren?

La Alianza

En las elecciones del año 1999 ocurrió algo curioso. El peronismo de siempre, representado por Duhalde, y la Alianza (Frepaso, radicales, progresistas y liberales a la violeta) disputaron entre ellos la Presidencia de la Nación. Los términos del debate fueron precisos: ver quién se alejaba más de los noventa.

Duhalde afirmaba que Menem era la derecha salvaje, llegó a compararlo con Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y la Alianza hablaba de corrupción estructural y de las joyas de la abuela. El Frepaso lloraba el alejamiento argentino de los Países no Alineados, y todos protestaban por las relaciones carnales, la convertibilidad, la desregulación, Bunge y Born y la familia Alsogaray. El enemigo era claro: ¡los 90! Se constituyeron como una reacción ideológico-política a esa década.

Beatriz Sarlo, como asesora de Graciela Fernández Meijide, Carlos Altamirano, Torcuato Di Tella, profesores, periodistas, cantautores, sociólogos, actores y gente bien pensante que en manada concurrieron a dar su voto de fe y esperanza al Frepaso. Fernando Iglesias, Oscar Ozlak, Hilda Sábato, Fortunato Mallimacci, Mempo Giardinelli, Adriana Puiggros, Mario Cafiero, Leopoldo Moreau, Federico Storani, entre otros.

Leon Rozitchner, intelectual de izquierda rabiosa apuntaba: “Supongo que un gobierno de la Alianza va a ser mejor que el de Menem, no se necesita mucho”. La excitación intelectual abrazaba al conjunto del progresismo: “Yo acompañé de cerca y con simpatía el proceso que se inició con la creación del Frente en 1993 y que culminó con la constitución de la Alianza. Me inclino a ver todo este proceso como un hecho positivo”. Por su lado Beatriz Sarlo afirmaba que se metió en el Frepaso porque esa situación de campaña electoral le resultaba interesante. La Alianza se había construido para destruir lo realizado en los 90. ¿Pero De la Rúa estaba ahí para eso?

A pesar de disputar electoralmente, Carlos “Chacho” Álvarez, candidato a Vice por la Alianza, se entrevistó con Duhalde en su quinta de San Vicente y acordaron políticas conjuntas. El duhaldismo fue la triste concesión de un sector del peronismo, al progresismo (Grupo Calafate).

Ganó De la Rúa y desde el comienzo ese gobierno fue presa de sus explícitas contradicciones. Subieron al poder criticando los noventa y se fueron del poder con Cavallo como Ministro. ¡Inentendible!

Fue un gobierno parlanchín y decidor, pero inmóvil e incapaz de avanzar en la línea de los 90, como de retroceder a posiciones que luego adoptó al duhaldismo. Fueron la nada misma. Llegó a la Presidencia subido a la ola anti noventista de la cual el Frepaso fue su más alta expresión. Radicales y frepasistas forjaron la Alianza. Pero no era De la Rúa el candidato ideal para esa alianza. Alfonsín hubiera sido perfecto, por su corazón progresista, pero su gobierno había terminado tan mal que era preciso no mentar al diablo en las puertas del cielo.

No estaba fácil aquella Argentina, el gobierno de Menem había dejado un importante déficit fiscal, nunca se supo en realidad cuanto, sin embargo Nicolás Gallo, Ministro de De la Rúa afirmó: “El error del primer impuestazo de Machinea ha sido reconocido por todos: en un momento en que la curva de recesión había cambiado de pendiente se la mató de un golpe, en base a una visión muy ortodoxa de reducir el déficit fiscal”. Y ya no pudieron levantar cabeza. El progresismo huyó, la renuncia del Chacho quebró la Alianza. La sospecha de pagar sobornos a Senadores para la sanción de una ley de flexibilización laboral y la pérdida de espacios en el gabinete lo persuadieron a irse.

Se iban los progres y entraba primero Lopez Murphy y luego Cavallo. Las contradicciones no podían ser más flagrantes. Cavallo pensó que podía torcer la nave hacia posiciones políticas más cercanas a sus posturas. Pura fantasía, sin sustento real. El FMI, bajo la tutela del nuevo gobierno republicano de los EE.UU., abandonó al gobierno nacional. Los trabajadores norteamericanos no iban a pagar los desaguisados de la Alianza. De a poquito este gobierno sin identidad, más que su anti menemismo, se fue deshilachando.

Sin embargo, el golpe decisivo vino de las urnas, en las elecciones a Diputados y Senadores nacionales de octubre del 2001. Sin realizar un análisis pormenorizado, vale una muestra, tomemos la provincia de Buenos Aires que en general replicó en todo el país. Votó el 77% de los bonaerenses. Los votos positivos fueron el 52%, si a los ausentes les adicionamos el voto en blanco y los nulos. La política comenzaba a definirse en las calles y con violencia. Los caceroleros y la izquierda pusieron de moda la frase ¨que se vayan todos¨ haciendo responsables al conjunto de los políticos de la situación del país, cuando en rigor había un solo responsable: la Alianza y sus aliados. El sociólogo Juan José Sebrelli, experto en ¨clase media¨ llegó a afirmar que se trataba de un movimiento reaccionario y de derecha, sin embargo el progresismo estaba ganando la batalla: ¿qué significado tenía, entonces, el progresismo?

El último Ministro de Economía del Presidente De la Rúa, el doctor Cavallo, quien jamás debió aceptar el cargo, se transformó en el padre de la tragedia. Sayo que aún no ha podido sacarse. La omnipotencia ciega al más pintado. El relato progresista resurgió de las entrañas del gobierno aliancista. El Frepaso, Alfonsín y Duhalde crearon el escenario para la irrupción del progresismo. En términos que habitualmente usa la izquierda se trató de una verdadera contrarrevolución que elevó al poder al retroprogresismo.

La presidencia de Duhalde

El doctor Duhalde asumió la presidencia en una situación altamente conflictiva. Se ocupó de construir un imponente arco político devaluador con el radicalismo de Buenos Aires, los náufragos del Frepaso, el progresismo y sectores de izquierda ligth. A todo esto denominó modelo productivo y atacó sin piedad a la década del 90. La situación de América del Sur contribuía al modelo ideológico instalado en la Rosada. Lula ganaba ampliamente las elecciones en Brasil y torcía el derrotero iberoamericano, el predicamento de Chávez crecía exponencialmente luego de su retorno triunfal al poder ante el fallido golpe de Estado, el clima generado por la guerra de Irak complicaba cualquier discurso moderado o de alianza con Occidente. El nacionalismo izquierdizante y añoso renacía con un formidable ímpetu.

El modelo productivo de Duhalde era la devaluación y la pesificación. El diputado Alberto Natale demostró que no era necesaria la devaluación (Cámara de Diputados, enero de 2002): “Debo señalar que en el Banco Central hay suficientes reservas como para mantener la paridad uno a uno entre el dólar y el peso. Tengo sobre mi banca el informe del Banco Central al 31 de diciembre del 2001. La tenencia de oro y divisas representa 14.658 millones de dólares y los títulos nacionales a valor de mercado equivalen a 4950 millones, lo que hace un total de reservas de 19.608 millones. Este importe debe respaldar la circulación monetaria en manos del público que es de 10.960 millones de pesos, más los depósitos de las entidades financieras del banco central, que ascienden a 6.435 millones lo que representa un total de 17.395 millones. En síntesis, 19.608 millones de dólares de reservas entre oro, divisas y títulos a valor de mercado, para garantizar 17.395 millones de pesos, tal como impone la ley de convertibilidad”. Estos números revelaban que Duhalde y Remes Lenicov mentían descaradamente cuando afirmaban que devaluó el mercado.

Mientras los salarios y las jubilaciones perdían el 40% de su valor, y el pobrerío se arrastraba por la 9 de Julio, Gustavo Grobocopatel, gran productor agrario, afirmaba: “Hay un gran excedente de dinero en el campo por los mayores ingresos y la pesificación de las deudas. Lo cierto es que muchos no saben dónde poner la plata”.

Fue un negocio escandaloso pues es sabido que gran parte de las empresas endeudadas en dólares y afectadas por la devaluación, cuando el gobierno pesificó sus deudas le solucionó el problema, sin contemplar que una gran parte de ellas disponían de canutos en el extranjero, dólares fuera del mercado, con los cuales cubrir las pérdidas sufridas aquí.

El 15 de enero de 2002 Duhalde pesifica deudas hasta cien mil dólares si se trataba de una única propiedad, la presión de los grandes grupos obligó al Presidente a pesificar todas las deudas. El 17 de enero La Nación informa que en la Bolsa de Buenos Aires las acciones de las empresas beneficiadas por el nuevo modelo productivo: exportan en dólares y tienen pesificados los costos internos, han subido su valor. Estas empresas son Pérez Compang, Atanor, Aluar, Ledesma, Indupa, Siderca, Molinos y Cresud, entre otras.

Lo que revela que el progresismo siempre ha sido la ideología de los grupos hegemónicos, al decir del kirchnerismo. No fue la primera vez, en 1946 el progresismo y los grupos empresarios unidos, enfrentaron a Perón.

Para terminar aunque hay mucho más para observar. Duhalde cuidó y protegió a la banca privada, extranjera y nacional. Con la pesificación asimétrica, los bancos debían pagar a los depositantes el dólar a 1,40 más el CER (calculo indexatorio) mientras recibían sus deudas en pesos. Entonces se imprimieron bonos y se los sacó del apuro. Ese aporte generoso significó un aumento de la deuda en treinta mil millones.

El 2001 fue una contrarrevolución, que el peronismo clásico, los radicales alfonsinistas, el Frepaso y la izquierda promovieron para destruir lo actuado en los noventa, todo envuelto en un discurso nacional y popular que nos ha arrastrado a esta gravísima crisis.

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