Feminista en Falta: ¿Para qué sirve un marido si tenés el chat de mamis?

No necesito que Carrie Bradshaw pida perdón por sus tacos, ni que Miranda Hobbes se flagele por ser demasiado blanca. Lo que me deprimió de And Just Like That fue encontrarme con mis heroínas casadas con los mismos tipos de hace 18 años. Las vidas de esas mujeres que pusieron en la agenda de los 90 a los orgasmos, el poliamor y la sororidad se volvieron tremendamente aburridas

Cynthia Nixon, Sarah Jessica Parker y Kristin Davis, protagonistas de la secuela de "Sex and the City" (Crédito/HBO Max)

Ayer un chiquito de unos cinco años me preguntó casual: “¿Vos tenés un marido?”. Le repregunté con el mismo aire: “¿Para qué sirve eso? ¿Para qué sirve un marido?” Nos reímos los dos, con risita de patanes. Me pareció que le estaba enseñando algo.

Fue en el acto de graduación de mi hijo, tenía a un ex sentado a cada lado, y mi historia con cada uno ahora se resumía en el chico de 18 años que sostenía su diploma en el escenario mientras nosotros le hacíamos la hinchada. Cuando estaba en primer grado, un amiguito que lo vio llegar a una fiesta del colegio, le dijo a su mamá: “Ahí viene Matteo con sus dos papás”. La frase todavía nos causa gracia, pero es cierto que Matteo aprendió a sumar, más allá de los recursos, los errores, y los aciertos de todos. La nuestra no es ni fue una familia ensamblada; no tenemos, a esta altura del partido, ninguna necesidad de encajar (al menos ya no todos); es un vínculo hoy sólo sostenido por el profundo amor que sentimos por el chico que se acaba de graduar.

En la foto hay ausencias dolorosas. Entiendo cuando veo a mi hijo en el escenario que la que falta es su abuela. También que nos parecíamos mucho más de lo que pude ver cuando estaba acá: una fortaleza a toda prueba, el valor de la amistad por sobre todo y, también, que durante mucho tiempo, ella tampoco tuvo marido ni pareció necesitarlo.

Chris Noth y Sarah Jessica Parker fueron la pareja más recordada de la serie Sex and the city en los roles de Mr. Big y Carrie (HBO)

El tema me quedó dando vueltas en la cabeza porque esta semana vi los dos primeros capítulos de And Just Like That, la secuela de Sex and the City y aunque –por las notas y los comentarios en las redes– para la mayoría el problema (y también lo más flojo del guión) es cómo estas amigas blancas, cis, heterosexuales y ricas se adaptan y siguen siendo interesantes en la era de la corrección política, a mí ese asunto me pareció secundario y hasta prescindible. Soy de la generación que hizo de Carrie, Samantha, Miranda y Charlotte parte de su educación sentimental: el último episodio se emitió cuando mi hijo tenía 6 meses. Cuando se estrenó, en junio de 1998, yo tenía dos años más que él ahora, y la idea de “tener sexo como los hombres” –como planteaba la protagonista en el primer capítulo– y pagarme los zapatos sola sonaba a liberación.

Ninguna de esas cuatro treintañeras era feminista de un modo que pueda ser de referencia hoy: eran individualistas como el más estereotipado de los varones, adoraban la moda, se cuidaban sin culpa, eran hegemónicas. Para ellas, el fin del amor significaba sexo libre también para las mujeres, al contrario de la nueva generación que exige a los hombres la responsabilidad afectiva que supuestamente es natural en nosotras.

Temí al ver las primeras críticas. Para ser absolutamente honesta, no necesito que Carrie Bradshaw pida perdón por sus tacos, ni que Miranda Hobbes se flagele por ser demasiado blanca. Dejé pasar unos días, dudé. Dicen que nunca hay que volver a los lugares en los que una fue feliz, y además tenía ese antecedente de horror que fueron las películas. Cuando finalmente encaré el tema, apretando los dientes por la ausencia de Samantha –nada podía ser más grave que verla estereotipar la menopausia en Abu Dhabi–, lo que me deprimió de plano, desde el principio, fue encontrarme con mis heroínas casadas.

En el revival de Sex and the City, Chris Noth y Sarah Jessica Parker volvieron a ser pareja (HBO Max)

Con todas las comodidades del mundo, sus vestidos de diseñador, sus galas exclusivas en locaciones neoyorquinas, y sus problemas de “white people”, las vidas de esas mujeres que pusieron en la agenda mental de las chicas de los 90 en todo el mundo a los orgasmos, la masturbación, los consoladores, el aborto, el consentimiento, el poliamor y a la sororidad mucho antes de que se la llamara así, se habían vuelto tremendamente aburridas. Al menos para mí, que justo ellas tres se hayan quedado repitiendo la misma rutina con los mismos tres tipos de hace 18 años no era exactamente una proyección ideal.

Es cierto que si en los 90 Carrie, Samantha, Miranda y Charlotte nos mostraron que el aspiracional se parecía mucho más a un mediodía de confidencias y ensaladas con amigas después de una noche de sexo despreocupado con un amor cualquiera, la definición de la serie las enfrentó a sus propias contradicciones: Miranda se instaló en los suburbios con su familia tipo; Charlotte tuvo el destino de Susanita que siempre había soñado, aunque se saliera levemente de los planes; y Carrie se rindió al amor romántico y terminó deseando casarse con todo y vestido blanco. ¡Pero pasaron casi dos décadas!

Aunque Kim Catrall no está en la secuela de Sex and the City por su pelea con Sarah Jessica Parker, el espíritu libre de la Samantha que compuso no encajaría en esta versión

El primer shock de verlas congeladas en esas vidas aparentemente resueltas y sin demasiadas posibilidades de penas, de sexo, ni de gloria, me pareció fatal, pero lógico: ¿por qué elegirían otra cosa? Si Samantha no está en la secuela es porque Kim Cattrall se peleó con Sarah Jessica Parker, aunque la verdad es que tampoco le haría honor al personaje. ¿Qué tendría que ver ese espíritu libre y sin edad, con esas tres señoras bien de Manhattan –o Brooklyn, da igual– tratando de no quedar fuera del tiempo al que alguna vez se adelantaron?

(Va un pequeño spoiler, porque no creo en los spoilers, porque está al principio, y porque justifica darle una oportunidad a And Just Like That). Creo que los guionistas entendieron todo esto, porque sobre el final del primer capítulo, Big muere. Era imposible que el personaje de Carrie –o la serie– tuviera algún desarrollo posible con ella siendo la Señora de Preston. Y es bastante conveniente, de paso, porque el actor Chris Noth acaba de recibir dos acusaciones anónimas ante el medio especializado The Hollywood Reporter de mujeres que –por separado– aseguraron que abusó sexualmente de ellas, en 2004 en Los Ángeles y en 2015 en Nueva York, respectivamente. El malogrado Big no niega los hechos, pero dice que fueron consentidos.

Miranda, Carrie y Charlotte, los personajes centrales de Sex and the City Foto: Instagram/@justlikethatmax

A los fines de esta historia, Carrie es libre de ser Bradshaw otra vez. Y lo más importante: tiene red. ¿Para qué sirve un marido? Miro a mi alrededor. Cuento dos ex. Son parte de la mía. También muchas de esas mujeres que ahora están sentadas en las filas cercanas con sus familias en el acto de graduación. Conozco sus vidas y las de sus hijos e hijas. Con algunas hicimos juntas la adaptación al jardín de infantes de los chicos, hace quince años. Nos confiamos, desde el primer día, lo más importante que teníamos. Pasamos por todas. Con algunas somos tan íntimas como nuestros hijos. Siempre nos quejamos del “Chat de mamis”, y ya sé que tiene pésima prensa. Pero, hasta cuando discutimos, nosotras (o nosotros, okey, también hay tres o cuatro papis) le dimos mil vueltas.

Yo no sé para qué sirve un marido, pero sí que nadie es fuerte sola sin red. En la mía y la de mi hijo hay muchísima más gente que no estaba ayer (en los actos escolares nunca sobran las entradas): algunos, como mi hermano, se estaban ocupando de la logística para que yo pudiera ir. Me mudé hace dos meses a una quinta, y ahora vivo con mi perro y mi gata; cuando voy a Buenos Aires, alguien tiene que darles de comer. Es algo gracioso. En medio de la mudanza, me encontré con mi vieja alianza y la desempolvé. Me pareció que ahora que la cosa está más picante en la provincia (y en todo el país, en rigor), es preferible que en el barrio me imaginen casada. Puede que un marido no sirva de mucho, pero el anillo a lo mejor intimida. Lo uso cuando salgo a hacer las compras. Hace veinte años, la actriz Linda Peretz estrenó en teatro el unipersonal “No seré feliz, pero tengo marido”, que todavía sigue en cartel. Yo no seré infeliz, pero tengo alianza.

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