Invito a que reflexionemos, por un momento, acerca de la dinámica de polarización que, al tiempo que la veíamos apoderarse de nuestra sociedad, hemos bautizado “grieta”. Somos conscientes de que cierra posibilidades de diálogo y tiene carácter destructivo, pero lamentablemente, no alcanza con saber que algo es nocivo para dejar de hacerlo. A veces, hay que tratar de entender qué hay detrás de nuestros hábitos negativos para revelar su futilidad.
Debemos reconocer que la grieta, hasta ahora, nos ha dado realmente poco. Sí, hemos podido señalar a nuestros rivales ante la crisis de turno, pero a esta altura, la rueda ha girado tantas veces que no hay quien no cargue con algún grado de responsabilidad y, sin embargo, nuestros problemas siguen creciendo. Parecería que la grieta, en realidad, no tiene otra función que la de afirmar nuestros respectivos sesgos: frente a una situación crítica dada, hace que podamos, no encontrar una solución, sino un culpable. Y éste es siempre el mismo: el otro.
Este clima de obstinación generalizada, en el que cada quien sólo hace alarde de su propia vigencia, por ejemplo, ha llevado a que todas las fuerzas políticas se proclamaran vencedoras de las últimas elecciones mientras que, en privado, lamentaban diferentes grados decepción. ¿Es posible avanzar en estas condiciones? Debemos hacer el esfuerzo de reconocer las inquietudes de nuestros adversarios para encontrar oportunidades de diálogo.
Parecería que la grieta, en realidad, no tiene otra función que la de afirmar nuestros respectivos sesgos
Tomemos la históricamente tirante relación entre sindicatos y empresas. Lo que aquéllos reclaman es loable: empleo formal, de calidad y adecuadamente remunerado para los trabajadores. Los empresarios, por nuestra parte, queremos un contexto que ofrezca incentivos suficientes para invertir, previsibilidad financiera para poder proyectar y crecer, pues también queremos a la Argentina, como todos los argentinos.
De uno y otro lado de esta rivalidad se han desarrollado prácticas sumamente destructivas: mientras que hay quienes recurren a inventar causas de despido fraudulentas para evitar pagar indemnizaciones, otros han sostenido una cultura laboral que hoy implica una tasa de ausentismo cinco veces mayor a la de los Estados Unidos. Así hemos llegado a este empate aparente que no le sirve a nadie, en el que más del 35% de los trabajadores se desempeñan en condiciones de informalidad y la tasa de desocupación, según cifras oficiales, es de casi el 10%.
Algunas voces sindicales opinan que para mejorar estos indicadores debemos reducir la jornada laboral, repartiendo el actual nivel de actividad entre más empleados. Los empresarios, por su parte, responden que, así, no habrá margen de ganancias que aguante (además, me pregunto si existen antecedentes de países que hayan salido de la pobreza trabajando menos).
De uno y otro lado de esta rivalidad se han desarrollado prácticas sumamente destructivas
Ahora, también hay voces patronales que exigen una flexibilización laboral que ponga fin a las indemnizaciones. A mi parecer, si eso ocurre —teniendo en cuenta que la Argentina tiene casi un 44% de pobres—, es la paz social la que se verá seriamente amenazada.
En ese sentido —y reconociendo las necesidades a ambos lados de esta discusión—, creo que la mejor solución es la Mochila Argentina, el proyecto que propone la reforma del marco indemnizatorio en un contexto de expansión de los derechos de los trabajadores.
Por ejemplo, el fin de la distinción entre despido con y sin causa garantiza que el 100% de éstos cobrarán sus indemnizaciones sin necesidad de hacer juicio. Éstas serán cobradas de manera mensual —y actualizada— del Seguro de Garantía de Indemnización (SGI) que las empresas pagarán al Estado sobre sus nóminas salariales, lo cual también garantiza que los trabajadores cobren incluso si sus empleadores quiebran. Pero sobre todo, les dará mayor libertad para moverse en busca de mejores salarios, ya que hará que lleven su antigüedad de empresa en empresa, como en una mochila.
Los empresarios, en tanto, saldrán del yugo de la industria del juicio laboral, que hoy lleva a muchas pymes a tener que cerrar sus puertas ante fallos adversos. También pondrá fin a los pasivos laborales y, así, aumentará el valor de sus empresas, trayendo mayor acceso a créditos bancarios que les permitirán invertir y crecer.
El fin de la distinción entre despido con y sin causa garantiza que el 100% de éstos cobrarán sus indemnizaciones sin necesidad de hacer juicio
Estoy convencido de que será solo con este tipo de ideas innovadoras que podremos acercar posiciones hoy, en apariencia, irreconciliables. Necesitamos una abundancia de propuestas constructivas que, de manera agregada, contribuyan a generar el clima de previsibilidad y cooperación que necesitamos a nivel macro.
Tomemos, si no, el debate en torno a la emisión monetaria. Los economistas ortodoxos exigen una reducción drástica del gasto público para equilibrar el déficit fiscal y, en cambio, los más keynesianos sostienen que hay que “poner plata en el bolsillo de la gente” para reactivar la demanda. Las preocupaciones de ambas partes son válidas: mientras que los heterodoxos buscan evitar el costo social de un potencial ajuste, los ortodoxos temen el efecto inflacionario de la emisión elevada, que, en ese sentido, también contribuye al malestar generalizado.
Es cierto que debemos contener el déficit fiscal, pero también lo es que poner fin a las políticas de asistencialismo, que hoy son lo único que mantienen a parte de la población fuera de la indigencia, sería dramático. De nuevo, creo que para salir de este dilema debemos ser capaces de comprender las posiciones de nuestros rivales y proponer soluciones superadoras.
Necesitamos una abundancia de propuestas constructivas que, de manera agregada, contribuyan a generar el clima de previsibilidad y cooperación que necesitamos a nivel macro.
La Mochila Argentina, en este marco, puede contribuir hacia ello: sus incentivos hacia la generación de empleo privado, junto con la mayor libertad de los trabajadores para moverse de un empleador a otro producirá —dado que el Estado tiende a pagar salarios más bajos— una migración de empleados públicos hacia el sector privado. Esta reducción del gasto público ayudará a contener la emisión y, por ende, la inflación. Y sobre todo, lo hará, no a través de un ajuste, sino mediante la creación de mejores oportunidades de trabajo genuino.
Creo que este es el tipo de políticas que deberíamos estar discutiendo, por dos razones: por un lado, tendría efectos claramente positivos sobre nuestra economía, pero por otro, indicaría que en la Argentina somos capaces de encontrar soluciones creativas para conciliar intereses diferentes. En caso contrario, podemos aferrarnos a la grieta. Pero me pregunto qué consuelo encontraremos en culpar a nuestros adversarios del naufragio si, al final, nos hundimos en el mismo barco.
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