Antes se pensaba que sin importar cuánto nos esforzáramos, nuestra inteligencia se mantenía inamovible. Sin embargo, la ciencia dice que lo que realmente importa, más que la inteligencia, es la mentalidad.
Algunos chicos están mejor predispuestos a enfrentar desafíos, a aprender de los errores y a ver las críticas como algo útil en lugar de verlas como un motivo para rendirse. Este es el tipo de pensamiento que mantiene a los niños motivados, incluso cuando el aprendizaje significa esforzarse.
La mentalidad fija es la creencia de que la personalidad y la inteligencia vienen determinadas desde el inicio y no sufren normalmente cambios a lo largo de la vida.
Por lo general, los niños que tienen una mentalidad fija sólo se enfrentan a tareas que saben, por adelantado, que van a poder realizar. Son competitivos y necesitan constantemente demostrar su habilidad ante los demás. Sólo les interesa saber si lo han hecho bien o mal. Cuando se les muestra información que les podría ayudar a aprender, no muestran interés alguno.
La mentalidad de crecimiento es la creencia de que la personalidad y la inteligencia van cambiando a lo largo de la vida, y que nuestro objetivo es mejorar.
Los niños con una mentalidad en crecimiento piensan que es el esfuerzo el que les lleva al éxito, de modo que no sólo se enfrentan a tareas difíciles sino que disfrutan con ellas. Piensan que la inteligencia puede aprenderse y mejorarse. Por este motivo, prestan atención a la información que les lleva a saber más. Una mentalidad de crecimiento ayuda, por lo tanto, a aprender.
Hoy sabemos que el éxito no está determinado por talentos innatos o intelectuales, sino que depende de nuestra mentalidad.
Frente a un desafío o fracaso, los niños con mentalidad de crecimiento se esfuerzan más, lo que les genera mejores resultados. Esto refuerza su creencia de que pueden mejorar, lo que refuerza su mentalidad de crecimiento.
Por el contrario, un niño con mentalidad fija, frente a un obstáculo o dificultad, baja su esfuerzo, lo que genera un menor logro a la larga, lo que refuerza su mentalidad fija: “No puedo”.
Los niños que tienen una mentalidad fija creen que la inteligencia es una característica fija:
-No creen en el esfuerzo.
-Quieren parecer inteligentes.
-Sólo les interesa aprobar o sacarse la materia/prueba/nota de encima.
-No tienen problema en copiarse con tal de aprobar.
-No les gustan los desafíos.
-Se sienten inútiles frente al fracaso.
-Cuando se sienten frustrados, por lo general, abandonan.
-Se sienten amenazados frente a la crítica y la toman de manera personal (me están criticando a mí).
-Se sienten mejor cuando al otro le va peor que a ellos.
-Evitan probar cosas nuevas por miedo a fracasar.
Por el contrario, los niños que poseen una mentalidad de crecimiento, creen que la inteligencia se puede desarrollar, y por lo tanto:
-Creen en el valor del esfuerzo.
-Su objetivo es aprender.
-Disfrutan de los desafíos.
-Ven al fracaso como una oportunidad para aprender.
-Son emocionalmente resilientes.
-Se inspiran frente al éxito del otro.
-Disfrutan de la crítica constructiva (entienden que están criticando el trabajo, no a ellos, y que esta crítica los ayuda a aprender).
-Les gusta probar cosas nuevas.
-Ven a los problemas como oportunidades.
Al cometer un error, un niño con mentalidad de crecimiento siente que está aprendiendo. Por el contrario, al cometer un error, un niño con mentalidad fija siente que no sirve.
Ahora bien, una cosa es fracasar pero otra, muy distinta, es que los chicos piensen que no sirven. Ahí es donde tenemos que accionar como padres. Debemos enseñarles a separar su autoconfianza del resultado.
Debemos enseñarles a arriesgarse e intentarlo, aunque esto implique un posible fracaso. Esforzarse, perseverar y desarrollar una resiliencia emocional es más importante que el éxito o el fracaso en sí.
Todos tenemos una combinación de ambas mentalidades, de crecimiento y fija. Lo más interesante de todo esto es que se puede fortalecer la mentalidad de crecimiento.
Desarrollar en los niños una mentalidad de crecimiento significa permitirles arriesgarse y fracasar. Aprender de los fracasos los ayuda a ser más resilientes. Debemos enseñarles a los chicos a fracasar ahora para que capitalicen los fracasos. Si no, serán adultos sin perseverancia, y no creerán en sus habilidades de esforzarse para tener éxito.
Como adultos, debemos comprender la importancia de dignificar, naturalizar y capitalizar los errores. Cuando lo hacemos, les estamos enseñando a los niños que a través de los errores y los fracasos podemos aprender, mejorar y ser cada vez más inteligentes. Debemos enseñarles a nuestros niños a amar los desafíos y a sentirse cómodos con el esfuerzo.
Hay numerosos estudios que demuestran que podemos cambiar la mentalidad de nuestros hijos, y que cuando esto sucede, les va mejor en la escuela, ¡y en la vida!
Algunas consideraciones para ayudar a los niños a desarrollar una mentalidad de crecimiento:
-Necesitamos aulas y casas en donde los alumnos comprendan que cometer errores es parte del proceso de aprendizaje y no un juicio sobre su inteligencia.
-Enfaticemos el aprender, no el aprobar.
-Cuidá tu lenguaje (“no creo que puedas”)
-No generalices (no es que sos malo en matemática; este ejercicio no te salió)
-Alentalos a enfrentar los obstáculos y desafíos y a ver los desafíos como oportunidades.
-Enseñales que el error es la base del aprendizaje.
-Desalentá la envidia hacia los compañeros.
-Reemplacemos la palabra “error” por “aprendizaje”.
-Ayudémoslos a no buscar la aprobación todo el tiempo.
-Enseñémosles a preocuparse y a asumir la responsabilidad.
-Expliquémosles que el éxito requiere de esfuerzo y trabajo.
-Una palabra muy poderosa que ayuda a ir pasando de una mentalidad fija a una de crecimiento, es “todavía”. La noción de que “todavía” no le sale, los ayuda a darse cuenta que van por un camino hacia la realización de un logro. Por ejemplo, en vez de “no me sale”, lo ayudamos si enfatizamos: “No me sale todavía”
-Ayudalos a identificar pensamientos de mentalidad fija y cambiarlos por otros de mentalidad de crecimiento. Por ejemplo: Esto es muy difícil/Esto me va a llevar más tiempo; No puedo hacerlo/No puedo hacerlo todavía; Me equivoqué/Los errores son oportunidades.
Detrás de cada uno de nuestros hijos hay una fuerza vital que quiere manifestarse y a esa fuerza hay que acompañarla, como padres, para que logre su mejor versión. Educar es acompañar, sostener y generar espacios para el crecimiento. Al aceptar y naturalizar los errores, capitalizándolos, el adulto comunica una lección invaluable sobre la vida. Al no esperar la perfección la primera vez, acentuamos la noción de que podemos mejorar, aprender y ser cada vez más inteligentes.