Días atrás, por unanimidad, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sancionó una ley que dejó sin efecto el acto administrativo de la dictadura de Juan Carlos Onganía que le puso el nombre de “Monseñor Gustavo Franceschi” a la Escuela Pública N° 17 del Distrito Escolar 14 en el barrio de Colegiales. Con esta decisión, contribuyó a eliminar vestigios de antisemitismo todavía presentes en nuestra ciudad.
¿Quién fue Franceschi y por qué era tan importante que esta escuela no siguiera portando su nombre?
Franceschi nació en el año 1881 en Francia. A los 5 años llegó a la Argentina y a los 23 se ordenó como sacerdote. Fue periodista y profesor de filosofía y sociología en distintas instituciones. Entre 1932 y 1957, año de su muerte, tuvo a su cargo la dirección de la revista “Criterio”, asociada al ideario nacionalista y católico, lugar desde el cual hizo públicas sus controversiales posturas. Dos temas surgen con claridad de su profusa obra literaria: su antisemitismo y su desprecio por la democracia -lo que lo llevó a apoyar los golpes de Estado ocurridos en Argentina-.
Franceschi formó parte de un grupo de sacerdotes católicos que, a partir de la dictadura de José Félix Uriburu del año treinta del siglo pasado, difundió un fuerte antisemitismo en nuestro país. La propaganda antisemita de entonces pugnaba por instaurar la idea del “problema judío” o “problema hebreo” como una cuestión de orden religioso, racial y económico. Franceschi acusaba a las personas judías de explotar económicamente a todos los países en los que vivían y de no identificarse con ninguno de ellos, motivo por el cual las calificó como el “disolvente social por antonomasia” (El Problema Judío VI, revista Criterio, 13 de julio de 1939). En los peores años del exterminio judío en Europa, Franceschi abogaba por no dejarlas entrar al país para evitar que pusiesen en peligro “nuestra nacionalidad”. Veía en el “pueblo hebreo” a un “enemigo interno” de nuestro país.
El contexto en el que operó su antisemitismo fue, primero, el de los pogromos en Europa y, luego, el de los campos de concentración y de exterminio, de los cuales los judíos buscaban huir como refugiados.
El segundo rasgo destacado del pensamiento de Franceschi fue su convicción antidemocrática, que lo llevó a apoyar el primer golpe de Estado encabezado por Uriburu. Esta dictadura promovía una visión jerárquica, elitista, antidemocrática y xenófoba para la Argentina. Franceschi apoyó este gobierno y en varias oportunidades se expresó en contra de la democracia, afirmando que se trataba de un sistema de gobierno débil aliado del liberalismo y del comunismo. También apoyó el golpe de 1943 e hizo público su agrado por las experiencias dictatoriales de Miguel Primo de Rivera y Francisco Franco en España, de Engelbert Dollfuss en Austria y de António de Oliveira Salazar en Portugal.
No hay dudas de que la obra y vida de Franceschi estuvo atravesada por un profundo desprecio hacia las personas judías y hacia la democracia. Una muestra de esto es que la dictadura de Onganía en el año 1967 lo homenajeó poniéndole su nombre a la Escuela 17 del Distrito Escolar 14 (en ese entonces los colegios de la Ciudad se encontraban bajo jurisdicción nacional).
A comienzos de este año, un grupo de madres y padres de la escuela elaboramos un anteproyecto de ley para remover el nombre de “Monseñor Gustavo Franceschi” y de esta forma dejar de honrar a una persona que representa valores contrarios a la democracia y al principio de no discriminación por motivos raciales y religiosos. Le acercamos el proyecto al legislador Leandro Halperín, quien, junto con las firmas de María Cecilia Ferrero, Roy Cortina, Lorena Pokoik García, Mariela Thourte, Diego García de García Vilas y Diego Weck, presentó el proyecto. Para no dejar lugar a dudas sobre la importancia del tema y el consenso social actual que repudia las posiciones antisemitas y antidemocráticas, la propuesta fue presentada y aprobada por todos los bloques políticos de la Legislatura.
Cada año, cuando se celebraba el día del patrono de la Escuela 17 del Distrito Escolar 14, sus autoridades y docentes omitían referirse con algún grado de profundidad a las ideas de Franceschi. La Ciudad de Buenos Aires no podía seguir avalando que una escuela primaria a su cargo honrara con su nombre a una persona cuya vida y obra estuvo atravesada por un profundo desprecio hacia las personas judías y hacia la democracia. Los nombres de las escuelas deben honrar vidas e ideas que puedan ser enseñadas a sus estudiantes. El nombre de una escuela no es solo parte de su historia, es también y, principalmente, parte de su futuro. Ese futuro en el que se proyectan los valores con los que todos los días crecen y se forman los niños y niñas de la Ciudad.
Ahora queda pendiente la tarea de definir un nuevo nombre para la escuela, un nombre que proyecte valores como la no discriminación y la democracia, un nombre que inspire a niñas y niños que están en etapa formativa.
Ana Frank podría ser un nombre propicio. No hay ninguna escuela en la Ciudad que honre la vida de esta adolescente que estuvo dos años escondida junto a su familia en la “Casa de Atrás” de la pequeña fábrica en la que trabajaba su padre, Otto. Durante esos años, Ana escribió un diario contando su experiencia, que se convirtió en testimonio de resistencia al nazismo y en fuente de inspiración para una sociedad sin violencia y sin discriminación, y para denunciar las atrocidades de las guerras y la propagación del odio racial, religioso, y político.
Ana Frank fue solo una del millón y medio de niñas y niños judíos asesinados durante el Holocausto. Nombrar a la Escuela 17, Distrito Escolar 14, con su nombre, además de inspirador, sería una forma de reparar todos los años durante los cuales esta institución pública llevó el nombre de un religioso antisemita y antidemocrático.
Por último, un pequeño homenaje a la historiadora e investigadora del Conicet Olga Echeverría, que nos enseñó mucho sobre la vida y obra de Franceschi y contribuyó de manera muy generosa con la iniciativa de remover su nombre. Olga falleció hace dos semanas atrás y no llegó a conocer la decisión de la Legislatura, que hubiera vivido como un gran triunfo.
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