La grieta de la democracia y los derechos humanos

La guerra de egos de la política argentina logró colarse también en la celebración del día que más debería unirnos

Acto por el Día de la Democracia en la Plaza de Mayo

Ayer, como cada 10 de diciembre, la Argentina tuvo una doble celebración: el Día Internacional de los Derechos Humanos y el Día de la Democracia. El primero recuerda el 10 de diciembre de 1948, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos como respuesta a los horrores del nazismo. El segundo conmemora el 10 de diciembre de 1983, cuando la Argentina recuperó la democracia con la asunción del Presidente Raúl Alfonsín, luego de 7 años de la más cruenta dictadura militar y de 53 años de sucesivos golpes de Estado.

Es difícil imaginar un mejor día para unir a los argentinos y argentinas detrás de ideales comunes, cualesquiera que sean sus concepciones del mundo (su religión, su género, su edad, sus ingresos, sus preferencias políticas). Hay pocos paradigmas tan universalmente aceptados en la era moderna como la democracia y los derechos humanos. Y, sin embargo… no. Logramos transformar esto que es indiscutible para buena parte de la humanidad y que nos costó tanto conseguir, tantos muertos, tanto dolor, en una batalla más de la guerra de egos en que se ha convertido la política argentina.

De un lado creen que para el kirchnerismo los derechos humanos son un curro, un invento retórico que nunca les importó y que usaron para ganar votos y llenarse los bolsillos. Los negocios del matrimonio Kirchner con la 1050 (la famosa circular que dictó el Banco Central en 1980 en tiempos de José Alfredo Martínez de Hoz, por la que se ajustaron los créditos hipotecarios a valores impagables, obligando a muchísimos propietarios a malvender) son un clásico de esta mirada.

Del otro lado creen que el macrismo es negacionista y antidemocrático y que le gusta más violar los derechos humanos para proteger sus intereses económicos que comer y respirar. El nacimiento del Grupo Macri durante la dictadura de Juan Carlos Onganía y el crecimiento exponencial de sus empresas en la última dictadura militar (de 7 a 47) es el clásico de esta otra visión. Con el radicalismo son un poco más compasivos, en especial ahora que gobierna un Presidente peronista que es fan de Alfonsín.

Si la discusión se pone intensa o se juega algo importante (no para la democracia o los derechos humanos, sino para la política), se tiran con muertos. Y hay muchos, de ambos. De los radicales también; el Estado de sitio de 2001 no fue gratis. No se pongan a contar quién tiene más muertos. Es tentador, pero no lo hagan. Son nuestros, de todos los argentinos.

Volvamos al acto del 10 de diciembre.

El Gobierno armó un festival al que denominó “Democracia Para Siempre”. Los únicos oradores fueron el Presidente, la Vicepresidenta y el ex Presidente de Brasil, Luis Inácio “Lula” Da Silva. También fue invitado el ex Presidente de Uruguay José “Pepe” Mujica. Además, se entregaron los premios Azucena Villaflor (fundadora de Madres de Plaza de Mayo, detenida y desaparecida durante la última dictadura), instaurados en 2003 por Néstor Kirchner para destacar la trayectoria de personalidades ligadas a la defensa de los derechos humanos, y suspendidos durante el gobierno de Mauricio Macri.

(Gustavo Gavotti)

El hijo de la Vicepresidenta y jefe de bloque del oficialismo en la Cámara de Diputados, Máximo Kirchner, llamó a “reventar la plaza en serio” para “abrazar a alguien que, como Cristina, sufrió la persecución judicial”. El spot oficial de la convocatoria mostró imágenes de Pepe Mujica y Lula con Alberto Fernández, Néstor y Cristina Kirchner; de Alfonsín con la ex Presidenta; de madres y abuelas de Plaza de Mayo; y de manifestaciones colmadas en las que se advertían banderas de agrupaciones peronistas. También se vio el concepto de “Argentina Unida” y el ícono de la escarapela celeste y blanca con un corazón amarillo adentro, nacidos en la convocatoria del Frente de Todos a la asunción del nuevo Gobierno en 2019. Son imágenes que se usan como oficiales, pero que se identifican con un partido, como el amarillo del PRO en la CABA.

El Ministro de Obras Públicas Gabriel Katopodis, muy involucrado en la idea inicial, dijo que era un acto abierto y amplio, no partidario. Pero, vamos… ¿Alguien puede imaginar que, ante semejante despliegue retórico y simbólico, una persona no identificada con el peronismo, pero sí con la democracia y los derechos humanos, querría ir a la Plaza? ¿Es un acto del Estado argentino o del Gobierno que circunstancialmente lo gestiona? Un poco como lo del premio Azucena Villaflor: ¿tan difícil era sostener esa política de Estado aunque la hubiera iniciado un Presidente de otro partido?

La oposición se quejó: es el día de la democracia y no me invitás al acto. Es el día de la democracia y no están los ex presidentes Eduardo Duhalde y Mauricio Macri. Hablás de unidad latinoamericana, pero traés solo a dos ex presidentes amigos y dejás sin fiesta a los actuales y ex mandatarios de esos y otros países hermanos.

Hasta ahí muy bien. Pero no. Nunca es hasta ahí. No sea cosa que los acusen de tibios, como le pasó al Jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta por osar sentarse en la misma mesa que el Presidente de la Nación para acordar medidas sanitarias en el medio de una pandemia mundial que causó más de cinco millones de muertes.

No alcanzaba con subrayar la inconsistencia entre el diálogo y la unidad que se pregonan y las invitaciones que no se envían. La grieta, el minuto a minuto de la política que se hace en Twitter y en la tele, pedía más, de ambos lados. Imagínense a Kennedy y Kruschev negociando la crisis de los misiles en Cuba con estas reglas. Es cierto que nosotros no estamos ante una inminente guerra nuclear que podría terminar con la humanidad. Pero igual, ¿no?

La democracia y los derechos humanos parecen lo suficientemente importantes para nuestra historia y nuestro presente (aún hay cerca de 300 niños y niñas apropiados por la dictadura, hoy adultos, que no conocen su identidad). Pero no. Y los temas que debemos resolver en forma inmediata necesitan acuerdos transversales e inter-temporales: el riesgo país, el acuerdo o no con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la inflación, sí, pero también, pero antes, pero solo si todo eso tiene sentido para… los 18,4 millones de pobres y 3,8 millones de niños, niñas y adolescentes pobres que, según el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) y UNICEF, respectivamente, toleran la fanfarria de la politiquería argentina.

Pero no. No se pusieron a pensar juntos el 10 de diciembre como un acto ciudadano y no partidario, o a hablar de pobreza y derechos humanos, o a explicar cómo se sostiene una democracia con la que no se come, no se cura y no se educa. La oposición acusó a La Cámpora de querer apropiarse de la democracia y dijo que el peronismo no puede festejar nada porque apoyó la ley de autoamnistía de la dictadura y se negó a integrar la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). El oficialismo siguió llamando a llenar la plaza para celebrar los dos años de gobierno de “Alberto y Cristina”. Y juntos se pusieron a discutir sobre Nicaragua y Milagro Sala. Todas cosas muy importantes para los casi 20 millones de pobres.

La abstención de la Argentina en la condena de la Organización de Estados Americanos (OEA) a Nicaragua es injustificable. Como expliqué acá, la posición de no intervención no se aplica a las violaciones de derechos humanos. ¿Pero qué tiene que ver esto con el acto del 10 de diciembre? Es como si el Gobierno dijera: “Miren, a los de Juntos por el Cambio no los vamos a invitar al festival de la democracia porque cuando fueron Gobierno justificaron un golpe de Estado en Bolivia”. Ah, pero Macri. Ah, pero Cristina.

Lo de Milagro Sala tampoco tiene nada ver con el 10 de diciembre. Algunos creen que la líder de la Tupac Amaru es la reencarnación de la Madre Teresa de Calcuta. Otros piensan que es una violenta bandida. Bien por todos. Están en su derecho. Lo que no pueden, lo que no deben, es transformar sus particulares convicciones en absolutos que excluyen al otro. ¿Cómo van a hablar de derechos humanos estos que defienden a Sala? ¿Cómo van a hablar de derechos humanos estos que detuvieron arbitrariamente a Sala? Ya los vimos, chicos, córranse un poquito. Su presencia es pasajera; la democracia y los derechos humanos deben ser eternos.

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