Faccionalismo, el defecto congénito de la política argentina

En Argentina, lo acostumbrado es la política dominada por grupos que persiguen su interés particular y lo imponen a otros

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Raúl Alfonsín
Raúl Alfonsín

Los mejores capítulos de la democracia argentina tuvieron a Raúl Alfonsín como protagonista. Así fue junto a Cafiero frente al levantamiento carapintada de 1987, junto a Menem en la Constitución de 1994, y junto a Duhalde en aquel inédito semi-parlamentarismo del 1ro de enero de 2002. Son señaladores al costado del camino, con ellos se forjó la identidad democrática del país.

Aquellos líderes políticos no buscaban la acostumbrada “rosca electoral”, se juntaron para robustecer la institucionalidad y garantizar la estabilidad política. Gobierno y oposición corresponsables en el mantenimiento del sistema; la democracia como política de Estado.

Fueron gestos excepcionales, sin embargo, rituales imprescindibles pero poco frecuentes en la historia del país. Lo acostumbrado fue el faccionalismo, la política dominada por grupos que persiguen su interés particular y lo imponen a otros. Son “facciones” porque usan sus recursos para bloquear y desarticular, no para construir. Despliegan poder negativo, con lo cual la política deja de ser un juego cooperativo.

Peor aún es cuando una facción logra ser mayoría, desde Hamilton y Madison una preocupación central en el pensamiento constitucional. La “tiranía de la mayoría” avasalla los derechos de las minorías, vulnerando la letra y el espíritu de la democracia constitucional. La reproducción de estas prácticas en el tiempo crea una verdadera cultura política. Y, hay que decirlo, en Argentina esa manera facciosa de hacer política lleva el ADN del peronismo.

En los sesenta se instaló el faccionalismo sindical, los “leales a Perón” contra los “neoperonistas” proclives a negociar con los militares. Con el fundador del Justicialismo en el exilio, la disputa entre facciones buscaba su reconocimiento —las memorables fotos en Puerta de Hierro— al mismo tiempo que la legitimidad de interlocución con el gobierno militar de turno.

Resuelta la fragmentación sindical, en los setenta la confrontación ocurrió con el peronismo juvenil y universitario, transformado en organización armada de métodos terroristas. Con la muerte de Perón en 1974, el faccionalismo a plomo desembarcó en el aparato del Estado. La triple A dejó instalado el terrorismo de Estado que luego adoptarían los grupos de tareas de Videla. Esta parte de la historia no siempre se recuerda, pero los crímenes de lesa humanidad comenzaron bastante antes del golpe de marzo de 1976.

Con la democracia en 1983, fue especialmente Cafiero quien entendió el significado de la abrumadora derrota electoral y planteó la necesidad de modificar la política movimientista, organizando la identidad justicialista en un partido político normal. Quedó clara la incongruencia de ampliar derechos políticos y sociales, las banderas clásicas del peronismo, a costa de las libertades individuales y las garantías constitucionales. El sermón de Alfonsín había llegado a oídos peronistas.

Lo cual no duraría para siempre. La recesión y el default de 2001 arrasaron con (casi) todo. Cuando la sociedad gritaba “que se vayan todos” en las calles de aquel diciembre no exceptuó al peronismo. La consecuencia inmediata fue que tres peronistas compitieran entre sí por la presidencia en 2003 mientras un cuarto la ejercía. Significó el retorno de aquella manera facciosa de hacer política, pero además con fragmentación. Al menos no fue a los tiros como antes.

Néstor Kirchner fue elegido presidente. Su mayor talento fue darse cuenta antes que nadie de la magnitud de aquella crisis y de la irreversibilidad de la fragmentación, tendencia que profundizó desde el Estado con aliados y adversarios por igual. El boom de precios internacionales le otorgó recursos sin precedentes para ejercer el poder y reescribir la historia a discreción, el tan remanido “relato”.

Su método hizo escuela, su viuda fue continuadora del mismo en dos presidencias y una vicepresidencia. Ello hasta el día de hoy, nótese, donde se ve fragmentación y faccionalismo, con una buena cuota de canibalismo político, dentro del propio gobierno que ella integra. Y, por supuesto, dicha estrategia también incluye fragmentar a la oposición.

De eso se trata, justamente, la reciente disidencia y ruptura del bloque radical de la Cámara de Diputados. El grupo que se escindió fue derrotado, 27 votos contra 12, en la elección en la que intentaron desplazar a Mario Negri de la jefatura del bloque propio y de la coordinación del interbloque de Juntos por el Cambio. A la derrota respondieron con sabotaje por medio de la secesión.

Oportunistas crónicos, turistas vitalicios de la política, negociantes de votos y de influencias, auto-proclamados presidenciales fuera de la realidad y con ambición descontrolada, entre otros, se alinearon detrás de esta fractura inducida. Cautivados por los cantos de sirena que llegan desde un oficialismo experto en aprovecharse de la ingenuidad de los narcisistas, todos ellos se convierten ahora en los mejores discípulos del kirchnerismo.

Pues ahora tendrán que responder al Radicalismo de todo el país, a Juntos por el Cambio y a la sociedad. Ahora sí, el gobierno puede decir que ganó perdiendo. Ahora tiene razón, pues esta es la victoria que le están entregando los disidentes que disienten no por principios sino por codicia. El daño causado a la electibilidad de Juntos por el Cambio en 2023 habrá que medirlo de aquí en más, el triunfo pronosticado ya no es tan seguro. Difícil creer en casualidades.

A propósito de casualidades, esta misma semana se conoció una encuesta de imagen. Patricia Bullrich está más de veinte puntos por encima de Macri y Rodríguez Larreta, con Cristina Kirchner y Alberto Fernández muy detrás. Un rasgo distintivo de Bullrich como presidenta del PRO es haber consolidado acuerdos y alianzas con el Radicalismo histórico, ese de Negri, Cornejo, Morales, Juez y otros dirigentes tradicionales. El kirchnerismo es un buen cirujano, siempre corta con exquisita precisión.

El 10 de diciembre se recordó la recuperación de la democracia, coincidente con el Día Internacional de los Derechos Humanos. El gobierno lo festejó con un acto puramente partidario. Hablemos de faccionalismo.

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