Aunque el reciente viaje del Sumo Pontífice a Chipre y Grecia (el número 35 en sus 8 años de Papado) estuvo centrado en el tema de las migraciones -a la que caracterizó como la mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial- también fue oportunidad para definiciones políticas claras y concretas, como pocas veces hizo.
Caracterizó la situación política dominante en el mundo occidental como de “escepticismo democrático”. La realidad es que los votantes están dejando de creer que la democracia representativa sea eficaz para resolver el problema social central: la creciente desigualdad. La participación electoral disminuye, los partidos políticos tradicionales se debilitan y el debate se polariza.
Para Francisco, la democracia es compleja y requiere “esfuerzo y paciencia”. Frente a ella, el autoritarismo “es expeditivo” y las promesas fáciles propuestas por el populismo se muestran “atrayentes”. Está defendiendo la democracia representativa liberal, que ha sido realidad y aspiración en Occidente desde las últimas décadas del siglo XVIII.
Sostuvo que la democracia “ha dado un paso atrás” y propone que la política sea “el arte del bien común”, en una reinterpretación de la caracterización de la política como “el arte de lo posible”.
Criticó los excesos del nacionalismo, a los cuales responsabilizó de pretender frenar los flujos migratorios con muros y alambradas. Esta actitud política se registra con mayor intensidad en las dos formas alternativas a la democracia liberal que criticó: el populismo y el autoritarismo.
Este discurso lo pronunció en Atenas, cuna del sistema democrático occidental.
Al finalizar 2021, la crítica al populismo en Occidente tiene nombre y apellido: Donald Trump, y al autoritarismo, el de Vladimir Putin. En el caso latinoamericano, quizás el populismo esté caracterizado por Jair Bolsonaro y el autoritarismo por las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Paradójicamente, la visión política que predomina en Argentina sobre Francisco es la de afín al populismo. Hay opositores que lo consideran “filo-peronista”, mientras que dirigentes del oficialismo lo ven como un crítico del capitalismo y próximo al “campo popular”.
La cuestión es que la revitalización de la democracia es la cuestión política central para Occidente al comenzar la tercera década del siglo XXI. Se debilita más la fe en la democracia que en el libre mercado. El éxito del modelo chino cuestiona la tesis de que sin democracia política, no puede haber éxito económico.
Quizás sea el momento de revalorizar la idea del “humanismo” frente al populismo y el autoritarismo que critica el Sumo Pontífice.
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