La insoportable levedad del Presidente

En sus primeros dos años, todas fueron excusas. La herencia económica recibida de Mauricio Macri, la deuda con el FMI, el elevado nivel de endeudamiento, la pandemia, los empresarios inescrupulosos, entre otros, han sido enemigos del gobierno

Guardar
El presidente de Argentina, Alberto
El presidente de Argentina, Alberto Fernández. Foto de archivo. EFE/ Juan Ignacio Roncoroni

Hasta aquí todo fueron excusas con diferentes aristas: la herencia económica recibida del gobierno de Mauricio Macri, la deuda con el Fondo Monetario Internacional, el elevado nivel de endeudamiento, la devastadora pandemia, los supuestos empresarios inescrupulosos y hasta el mundo todo. En algún momento, todos ellos han sido enemigos del gobierno.

Mientras el oficialismo se encargó casi con exclusividad durante estos dos años de hacer todo lo posible por deslindar responsabilidades por la devastación, el país se hundía ante sus ojos en una de las crisis más profundas de su historia. Ya no en los términos de una hiperinflación (al menos hasta aquí) como ocurrió en los años 1989 y 1990 ni en un colapso del sistema financiero como se recuerda con claridad cuando uno rememora los acontecimientos de 2001, sino que en esta oportunidad hemos desembocado en una crisis mucho peor que aquellas: la pobreza y la miseria han avanzado como nunca antes. 4.000 pobres y 2.000 indigentes nuevos por día han sido el resultado que dejó la negligencia, la desidia, la incomprensión y el populismo que reinaron en la Argentina durante los últimos veinticuatro meses.

Pero todo tenía una burda y cuestionable explicación: las elecciones. Todo era válido para torcer un resultado electoral inevitable ante tanta decadencia. Pero había un día después, ese día que traería consigo un recorrido que había que realizar durante los siguientes dos años. Debía ser el punto de partida donde el único participante tenía que ser la racionalidad.

Al mismo tiempo que el oficialismo se encargó casi con exclusividad durante estos dos años de hacer todo lo posible por deslindar responsabilidades por la devastación, el país se hundía ante sus ojos en una de las crisis más profundas de su historia

Los días comenzaron a correr y hasta aquí nada de eso ha ocurrido, sino muy por el contrario las desavenencias en el andar del gobierno siguieron intactas. El campo seguirá con restricciones y limitaciones durante los próximos dos años (a pesar de ser los responsables de tres de cada cuatro dólares que ingresan al país). Uno de los sectores que más necesitan de la previsibilidad no contarán con ella durante lo que resta del gobierno de Alberto Fernández. La presión impositiva, uno de los grandes talones de Aquiles del país que espanta inversiones y ahoga al sector privado (responsable de la generación de empleo y del crecimiento económico) no tiene ningún cambio significativo aparente. Incluso algo tan simple como modificar el mínimo no imponible del Impuesto a los Bienes Personales (para ajustarse a la realidad inflacionaria) no logra pasar de manera satisfactoria por los confines del Congreso Nacional. Se habla ya de un nuevo impuesto a la riqueza, de aumentos en las retenciones a las exportaciones y de cualquier otro vericueto en vistas de intentar seguir esquilmando al sector privado. Desde ya todo en son de que la política no haga ningún tipo de esfuerzo en acotar sus delirantes y astronómicos gastos.

Tampoco tiene buenos augurios la independencia judicial: hace algunos días hemos visto al Ministro de Justicia de la Nación en una accidentada reunión con los Ministros de la Corte Suprema de la Nación (en un primer encuentro luego de meses de falta de diálogo). Prácticamente todos los presos por corrupción de la era K han quedado en libertad, disfrutando de la vida tanto como lo hace cualquier persona de bien.

Si el ministro de Economía tuviese intenciones de brillar, poco es el poder con el que aparentemente cuenta: tampoco parece tener el respaldo suficiente que merita una situación crítica como la que atraviesa la economía argentina

Hasta las cuestiones sanitarias tienen serias inconsistencias. Mientras se debate el “pase sanitario” y la importancia de cuidarnos ante lo que pueda venir en relación a las nuevas cepas del Covid, el gobierno llama a su fiesta de la democracia: juntaran miles de personas para festejar los 38 años del fin de la dictadura militar, aunque todos somos conscientes que solo será la excusa para una nueva demostración de fuerza oficialista.

El acuerdo con el FMI y los lineamientos de lo que viene en la Argentina en materia económica tampoco pasan por su mejor momento: un “Plan plurianual” que a 20 días de comenzar el nuevo año aún desconocemos, negociaciones con el organismo internacional de las que tampoco tenemos detalles y un ministro de Economía que no se entiende bien si es un técnico, un militante kirchnerista o una persona transitando sin sobresaltos su paso fugaz por la función pública, con las valijas ya listas para partir a su Nueva York querida. Incluso si el ministro tuviese intenciones de brillar, poco es el poder con el que aparentemente cuenta: tampoco parece tener el respaldo suficiente que merita una situación crítica como la que atraviesa la economía argentina.

El desorden que reina en el país tiene un condimento adicional: con 20.000.000 de personas bajo la línea de pobreza, 5 millones de personas con problemas para alimentarse, un sector privado agobiado por impuestos, regulaciones, juicios laborales y falta de rentabilidad, y un futuro incierto no hay margen para que la irracionalidad sea parte del paisaje. En caso de serlo como lo ha sido hasta aquí, tendremos que acostumbrarnos entonces a que la miseria y la pobreza sean la única realidad.

SEGUIR LEYENDO:

Guardar