El tiempo de las infancias es hoy

Aún faltan políticas públicas reales y concretas que se ocupen de los más pequeños, si pretendemos vivir en el marco de la justicia y de la equidad

Es necesario repensar el término infancias, en plural, constituidas por niños y niñas diferentes, enmarcados en contextos socioculturales disímiles

Hasta hace unos años, hablar de contextos de pobreza era hablar de marginalidad o de zonas muy desfavorables. En estos días casi la mitad de la población es parte de ese contexto, pertenecientes a una sociedad desplomada o lo que es peor, implosionada. El aumento progresivo del desempleo, subempleo y precarización laboral dan cuenta de una tendencia de empobrecimiento colectivo. Entonces, repensar la pobreza, no como factor limitante de las posibilidades de educar, sino como posibilidad de incorporar a la escuela y otros espacios públicos, es indispensable para entenderlos como lugar de construcción de condiciones más equitativas.

A su vez, es necesario repensar el término infancias, en plural, constituidas por niños y niñas diferentes, enmarcados en contextos socioculturales disímiles. En cada uno de los niños y niñas que encontramos a diario hay atravesamientos, hay fragmentaciones y, cada uno de ellos, lleva consigo su propia historia, con marcas en sus cuerpos y en sus psiquis, en sus movimientos y en sus miradas. Muchos de ellos se van apropiando del mundo de manera compleja, en el marco de familias disfuncionales, haciendo “lo que pueden” para sobrevivir en un mundo que los excluye o no los trata como infantes.

Asimismo, los niños y las niñas son producto de las contradicciones de la época y reflejan que aún no se ha tomado conciencia colectiva de la importancia que tiene el cuidado de las infancias y que aún faltan políticas públicas reales y concretas que se ocupen de los más pequeños, si pretendemos vivir en el marco de la justicia y de la equidad.

El Estado, garante de los derechos de las infancias, debe responder ante la ausencia de oportunidades de acceso y permanencia en la educación, especialmente para quienes tienen una vida enmarcada en la pobreza.

En los últimos años, según la Unesco en los resultados del Tercer Estudio Regional Comparativo y Explicativo (TERCE) realizado en la región, “la tasa de abandono escolar es uno de los indicadores más preocupantes en política educativa, porque refleja la incapacidad del sistema escolar para garantizar oportunidades educativas para la población”. A su vez, el estudio nacional Operativo Aprender arrojó un dato general, pero no menos alarmante: de cada 100 chicos que comienzan la escuela primaria, sólo 40 finalizan el secundario, a sabiendas que la deserción se da, en mayor medida, en los sectores más vulnerables.

En ese marco, es necesario diseñar espacios públicos que incluyan a las infancias. Por un lado, la escuela, pero, por otro, ocuparse de la prehistoria escolar, de esos años previos a la escolaridad, tan fundamentales en el desarrollo de las niñas y niños. Ludotecas, centros de estimulación temprana, espacios de juego libre, acompañamiento a quienes cumplen la función maternante, son ejes ineludibles a la hora de planificar y ejecutar políticas.

A su vez, la escuela, institución educativa por excelencia, es la encargada de llevar a cabo lineamientos educativos inclusivos y, también, de calidad educativa para que estos niños, como otros tantos, no queden afuera del sistema, entrampados en un círculo vicioso que los deja en una encerrona trágica y desterrados de los espacios que debieran contenerlos.

Se necesita una escuela que, lejos de expulsar, acompañe las trayectorias individuales y los incluya. Y, si bien las escuelas fueron sostenidas con un fuerte mandato igualador, hoy se ven atravesadas, a veces desbordadas, por los efectos de las políticas que desigualan y diferencian. Dice Adriana Puiggrós que cuando la pobreza se constituye en una situación problemática, factible de ser abordada, la escuela puede construirse como espacio de constitución de sujetos pedagógicos e incluir otras estrategias que permitan situar a la escuela como ámbito de producción de aprendizajes relevantes para los niños que habitan en los márgenes y como espacio de experiencias colectivas de carácter transformador.

La única manera de lograrlo es con políticas públicas socio- educativas acordadas y planificadas a largo plazo y sostenidas en el tiempo. Si queremos sociedades integradas y que sepan convivir, primero hay que garantizar los derechos y luego respaldar a las instituciones que se ocupan de las infancias.

Es una tarea ardua, pero son las infancias las que están en juego.

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