El ministro Martín Guzmán se refirió recientemente a la necesidad de crear más impuestos para evitar que los ricos se hagan más ricos. Un razonamiento que muestra una confusión de grandes proporciones y asume que el tamaño de la torta a repartir es fijo. Esto es falso.
Hay personas como Henry Ford y Bill Gates que se han hecho multimillonarios y en el proceso también mejoraron la calidad de vida de muchísimas personas, por no decir de toda la humanidad. Con sus creaciones ellos usufructuaron solamente una ínfima parte de la riqueza producto de su creatividad, esfuerzo y riesgo. ¿La gente estaría mejor sin autos baratos? ¿Lo estaría también si las computadoras sólo pudieran ser manejadas por expertos? Ciertamente no. Estos son un par de casos, de los millones que existen, de cómo la torta de la economía se puede hacer crecer beneficiando a todos.
El problema no es la desigualdad, el problema es la pobreza y esta no se elimina destruyendo la iniciativa y el capital, sino todo lo contrario. El ejemplo histórico más palmario de esta confusión se vio y todavía se ve, para desgracia de millones de personas, en las economías comunistas. En el afán de que todos sean iguales, (casi) todos quedaron sin nada. Sin autos, sin casas y, finalmente, sin libertad para salir de allí. Por supuesto, la nomenclatura era muchísimo más rica que el proletariado, aunque mucho más pobre que los ricos de países con libertad y capitalismo.
Por otra parte, la igualdad, aunque loable, es un objetivo imposible de alcanzar. Aún si un día se juntara toda la riqueza de la economía y se repartiera equitativamente, al día siguiente ya existiría desigualdad, ya sea por mayor o menor esfuerzo, capacidad, inclinación al despilfarro o a la austeridad, o simplemente suerte. Yendo al extremo, para mantener la igualdad, habría que hacer este ejercicio todos los días. No hace falta pensar mucho para darse cuenta de que un sistema así elimina el incentivo para trabajar y producir, generando, además, un incentivo a gastar todo lo que se recibe. Esto es lo que sucede en las economías comunistas y, más gradualmente, en las socialistas.
El objetivo de Guzmán y de la clase política debe ser promover la inversión y el crecimiento de la economía. Lamentablemente, vamos en sentido contrario. Los impuestos a las exportaciones, el descomunal tamaño del Estado y las miles de regulaciones y trámites a los que se obliga a los ciudadanos son muestras de cómo se achica la torta desde los escritorios de los funcionarios. Todos estos casos, y muchos más, contribuyen a que seamos cada vez más pobres.
Ojalá nuestros dirigentes miren al mundo, adviertan bajo cuéles sistemas la población es más feliz y tiene menos necesidades insatisfechas y empiecen a copiar esas recetas. Ya estamos cansados de que nos peguen tiros en los pies imitando sistemas fracasados.
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