El modelo de liderazgo que necesitamos

Moisés ejerció la autoridad política, profética y administrativa concibiéndola como fiduciario más que propietario, donde el funcionario público es su servidor y no su señor

Moisés ejerció la autoridad política, profética y administrativa

En la filosofía bíblica se presenta un amplio y diverso panorama sobre liderazgos, tales como patriarcas, matriarcas, jueces, sacerdotes, reyes y profetas, entre otros. Y aun cuando no es posible concebir una teoría de liderazgo desde la revelación divina, se puede abordar la figura de Moisés, desde su aspecto político, su pragmática dentro del correspondiente contexto cultural y según sus propias acciones.

Moisés comienza como un moderno líder secular revelándose ante la monarquía absolutista del Faraón, poseyendo un grave sentido de justicia y sensibilidad por el oprimido (Éxodo 2:11-12). Pero acorde a la crítica bíblica moderna, desde Maquiavelo y Spinoza, esta acción no sería diferente de la de otros magnos fundadores como Ciro el Grande, utilizando la fuerza unificando a su pueblo y legitimando retroactivamente sus propias acciones. Luego de la solitaria huida de Moisés al desierto, es imbuido del espíritu divino y comienza el periodo de liberación del pueblo de Israel de su esclavitud en Egipto (Éxodo 3). Aquí hay un líder que mantiene el apoyo de sus seguidores a expensas de la demanda de una inspiración divina, también aplicable a Julio Cesar, Augusto o Constantino. Este liderazgo carismático, enfatizado por Max Weber, fue en cierta forma el del Edipo de Sófocles, para justificar una usurpación del poder debido a su falta de legitimidad hereditaria.

Ya en pleno y masivo éxodo, Moisés, habiendo liberado a su pueblo, es sobre quien recaen los tres poderes, el político, judicial y profético, pero inmediatamente comienza a distribuirlo evitando su concentración. Sobre Aarón, su hermano, recaerá el sacerdocio proseguido en su descendencia; el poder judicial y civil estará a cargo respectivamente de premieres, ancianos y magistrados, también oficiales para el orden público, mientras que Moisés permanecerá con el poder profético y político general (Éxodo 18 y Deut.16:18;17:8-20). Por último, Moisés culmina, sin entrar, en los límites de la tierra prometida.

Aquí, efectivamente observamos nítidas y fundamentales diferencias con los líderes mencionados. Moisés libera a su pueblo de su propio abrumador y enceguecedor liderazgo dejando que ellos realicen su propia historia, previa instrucción y disciplina conductiva. Moisés transforma en 40 años a su propio pueblo esclavizado durante casi 400, dejándolo con un sistema político y legal que en términos modernos podría decirse republicano, constituido por una ley trascendente que determina conductas individuales y colectivas, la de sus funcionarios en el orden político ejecutivo, civil, económico, judicial, sacerdotal, legislativo, militar e incluso profético (Deut. 18:15-22).

Y aun bajo Spinoza, quien redujo los rituales y leyes del judaísmo a un mero mecanismo de unidad y control social, siendo Moisés un hacedor de historia tal como Napoleón, nuevamente la diferencia con todos los ejemplos propuestos por los historiadores es que Moisés comienza con un poder centralizado en su persona, pero lo distribuye. Pasa de un liderazgo concentrador de poder a uno radicalmente antidespótico y opuesto a toda aristocracia, oligarquía o totalitarismo, enalteciendo a su pueblo. Moisés, como líder, conforma el carácter de un pueblo constituido, una nación, una cultura basada en el cumplimiento de preceptos claros y limitantes de la conducta humana y sus instituciones, bajo los cuales se generan políticas nacionales reglando el actuar de los líderes y funcionarios en todos y cada uno de los estamentos, incluyendo los más elevados. No es casual que la primera orden para quien asumiera como rey era escribir un Séfer Torá y estudiarlo, similar a lo que puede decirse de Ieoshúa al suceder a Moisés, guardando su conducta y deduciendo sus políticas acorde a la Escritura (Deut. 17; Ieoshúa 1:7-9).

En Moisés converge el liderazgo profético con el político. El primero presenta una concepción unívoca y pura, con un grave sentido de justicia que abarca toda su personalidad, sembrando para el futuro en pos de las siguientes generaciones. El profeta es quien simboliza la oportunidad de una realidad diferente y antítesis de la presente. A diferencia del político, quien personifica la adaptación y síntesis de esta visión con la realidad social, sus necesidades y limitaciones, intentando tener éxito aun parcial en su implementación.

Moisés es el único profeta que concreta su visión en su propia vida, haciendo también las veces de político, condiciones que le facilitaban más que a nadie concentrar y eternizarse en el poder. Sin embargo y bajo su principal característica, humildad y austeridad (Núm.12:3), no se perpetúa en el dominio y mando como absolutista autoridad soberana, arrogándose el gobierno y poder en tanto supremacía personal, dado que sería esclavizar nuevamente a su pueblo. Por lo contrario, delega su autoridad reafirmando la de la Ley y conformando cuadros independientes eclesiásticos, ejecutivos, civiles, económicos, judiciales, militares, de seguridad y orden público, entre otros. Más aún, Moisés no entra a la tierra prometida hacia la que condujo a su pueblo en la gesta de su vida, dejando que aquel continúe con su propósito e impidiendo su propia idolatrización o veneración, en vida y post mortem, no sabiéndose siquiera el lugar de su sepultura (Deut. 34:6).

Claramente Moisés interpreta el pronunciamiento de Dios “Yo soy el que soy” (Éxodo 3:14) como el deber humano de reprimir el egoísmo, la arrogancia, el orgullo extremo, no endiosándose ni divinizando el poder mismo. Moisés tiene una visión basada en la libertad, la justicia y la conformación de una nación, implementándola, unificando a un pueblo, enalteciéndolo, enseñándole a gobernarse y a no depender de personalismos. Distribuye el poder abnegando al propio, liberando a su pueblo de una nueva esclavitud, la caudillista.

Por último, Moisés no entra a la tierra prometida. La misma generación del pueblo de Israel que Moisés lideró, no fue meritoria para entrar a la tierra prometida, muriendo en el desierto. ¿Por qué él sí entraría? Esto manifiesta patentemente que el líder no goza de prerrogativas y que debe pagar por los errores cometidos por sus liderados durante su liderazgo, más allá de su responsabilidad directa o conducta personal. En la marina, el código de honor obliga al capitán ante el hundimiento de su nave a no salvarse a sí mismo hasta que toda su tripulación esté a resguardo. De lo contrario, el capitán debe zozobrar con su barco. En términos socio políticos actuales, esto se denomina responsabilidad ministerial, la cual Moisés representa arquetípicamente. Integridad, liderazgo, humildad y gobernar para enaltecer a su pueblo y no a sí mismo.

A decir de Charles Merriam, Moisés ejerció la autoridad política, profética y administrativa concibiéndola como fiduciario más que propietario, donde el funcionario público es su servidor más que su señor. Caso distinto a las disfuncionalidades del gobierno respecto del gobernado, frecuentemente manifiestas en egomanías entre funcionarios de segunda o tercera línea y una megalomanía entre las primeras y más jerárquicas. El resultado de esta perversión del rol de funcionario público es la tendencia de los gobiernos a promover la expansión del poder del Estado, más allá de lo requerido para cumplir con el fin para el cual la sociedad justifica moral y responsablemente su institución y existencia. Nuestros líderes, que no son seleccionados más que de nosotros mismos, deben ser personas con honor, que enaltezcan sus respectivos pueblos educándolos, enseñándoles a gobernarse, con un alto sentido de la justicia, madurez y libertad. Deben ser capitanes que asuman sus responsabilidades ministeriales y no quieran salvarse a sí mismos mientras que sus liderados están zozobrando.

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