La reciente confusión de continentes por parte de funcionarios de Salud hace juego con la larga cadena de papelones que ha configurado siempre la política exterior kirchnerista al punto de constituirse en su rasgo principal.
La queja del embajador de Alemania, Ulrich Sante, por el desplante de Axel Kicillof no debe sorprender a nadie. Es la escuela de Néstor Kirchner que como presidente ni siquiera recibía las credenciales de los embajadores acreditados por sus países ante el nuestro: quizás la más antigua y respetada de las tradiciones diplomáticas en el mundo.
Los errores con Chile ya casi parecen una política de Estado. El Presidente quedó en ese escenario como “punto” de un Marco Enríquez Ominami que en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en su país quedó penúltimo sobre 7 candidatos. Pero ese es el sherpa de Alberto Fernández en la región, que lo llevó a ser el único presidente en ejercicio en el Grupo de Puebla -que coordina el propio Ominami-, una asamblea testimonial de políticos que están en el llano y pueden por lo tanto librarse impunemente a estudiantinas regionales.
Un diario chileno fustigó la “intromisión en asuntos de política doméstica” por parte del embajador argentino. Es la misma intromisión en la que incurrió Alberto Fernández, siempre guiado por Ominami, al participar el 25 de abril de 2020 de un encuentro de la oposición chilena a la cual alentó a unirse para desalojar a Sebastián Piñera del gobierno… Tiempo después tuvo que viajar a Chile para recomponer relaciones.
Considerando que, simultáneamente con sus críticas a políticos chilenos, el kirchnerismo avala a regímenes como el de Venezuela, Cuba o Nicaragua, hay que preguntarse si ideológicamente se identifican con esos sistemas autoritarios o a qué intereses sirven realmente debajo de su máscara antiimperialista. A los de la Argentina evidentemente no.
Recordemos cómo inauguraba este mismo embajador su gestión como ministro de Relaciones Exteriores de Néstor Kirchner en mayo de 2003. Antes de asumir, Rafael Bielsa ya había proclamado que Brasil era el líder del Mercosur… “Existen elementos objetivos que indican que Brasil, desde el punto de vista cuantitativo, es una de las principales potencias del mundo, cosa que la Argentina no es”, decía el canciller designado.
Por ese entonces, se discutía una eventual ampliación del número de miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, y el futuro ministro de Exteriores argentino se pronunció por la candidatura de Brasil, contrariando la que había sido hasta entonces la posición de nuestro país de promover una membresía compartida entre ambos países.
Lo insólito es que quien salió al cruce de las declaraciones del canciller argentino fue Colin Powell, entonces Secretario de Estado de los Estados Unidos, señalando que la Argentina podía ejercer un liderazgo de concepto en la región, contrariando el criterio “cuantitativo” de Bielsa. “No vayan a menos”, parecía decirles Powell.
O sea que el Imperio al cual tanto critican les estaba dando un rol significativo en el escenario regional, que el kirchnerismo, con una conducta adolescente, desaprovechó. Era además una herencia de la gestión de Carlos Menem, que sí ejerció ese liderazgo de concepto al que aludía Powell. Un solo hecho basta para ilustrarlo: cuando Augusto Pinochet fue arrestado en Londres por pedido del juez Baltasar Garzón, y el entonces presidente de Chile, Eduardo Frei, protestó por la violación de la soberanía jurídica de su país, Carlos Menem lo respaldó de entrada y se ocupó de alinear a todo el Mercosur -incluso al brasileño Fernando Henrique Cardoso que amagó con una postura disidente para contentar al progresismo- detrás del interés chileno.
La ganancia para la Argentina fue casi inmediata: poco después, un Chile agradecido firmaba con nuestro país el acuerdo de Hielos Continentales que nos daba la razón en lo esencial de la disputa.
A la inversa, poco después de la declaración de amor kirchnerista de 2003, Argentina y Brasil estaban distanciados y disputando por temas de asimetría en el Mercosur. Y eso que el presidente del vecino país era un “amigo”, Lula Da Silva. Del mismo modo, fue bajo la presidencia del socialista Tabaré Vázquez que Kirchner por poco le declara la guerra a Uruguay por las pasteras.
En 2005, en la IV Cumbre de las Américas, en Mar del Plata, el gobierno daba un espectáculo deplorable, organizando la cumbre y la contracumbre, con el famoso tren que reunió a Diego Maradona con Evo Morales, entonces candidato a la presidencia, y a Hugo Chávez, que estuvo en la misa y en la procesión al mismo tiempo.
La diplomacia existe para que un Estado, un gobierno, pueda mantenerse firme en el fondo de las cosas siendo cortés y amable en las formas. Para sostener en privado una posición aun dura -un rechazo, una crítica, una réplica- pero evitando humillaciones o destratos públicos innecesarios, agravios gratuitos que no serán fácilmente olvidados.
En aquella Cumbre, la aspiración de Estados Unidos era que se aceptara el ALCA, un área de libre comercio de todo el continente. La decisión debía ser unánime por lo que la batalla estaba perdida de antemano para Washington. El tema fueron los modos. “¿Qué problema hay en platicar?”, preguntaba un razonable Vicente Fox en aquella inolvidable ocasión, en la cual, para rechazar el ALCA, algunos presidentes latinoamericanos -Kirchner a la cabeza- compitieron por ver quién ofendía más a George W. Bush. Los kirchneristas hasta filtraron a los diarios frases de pasillo tales como “los estamos haciendo hocicar…”
Eso sí, Lula Da Silva, presente en aquel encuentro en Mar del Plata, fue el más moderado. Se mantuvo en segundo plano, cediendo la retórica incendiaria a los argentinos. Se retiró de la Cumbre antes del final, porque unas horas después debía recibir en Brasilia a George W. Bush para una visita de Estado durante la cual le hizo todos los honores del caso. Es la diferencia entre el que sabe de qué se trata y el que no.
Barack Obama, presidente supuestamente en las antípodas del republicano, les facturó ese desplante a los Kirchner: nunca tuvo una bilateral con CFK, pese a los elogios que ella le dedicó, tan desmesurados y fuera de lugar como las críticas de su marido a Bush.
Cristina Kirchner no fue una víctima inocente de la política exterior de su antecesor; la compartía y la sostuvo. Sobre todo, el criterio de subordinar la política exterior a la búsqueda permanente del aplauso fácil de sus seguidores.
Uno de los hechos más representativos de este estilo fue su decisión de enarbolar la bandera de la liberación de Ingrid Betancourt, una política colombiana secuestrada en 2002 por la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). En ese gesto, la Presidente expuso un desconocimiento internacional análogo al de los funcionarios que creyeron que Cabo Verde queda en Asia. Fue una larga lista de yerros.
Primero, Cristina Kirchner dirigía sus reclamos por la libertad de Betancourt al presidente de Colombia, Álvaro Uribe, blanco ideal para el público progre kirchnerista, verdadero destinatario de la política exterior kirchnerista.
En ningún momento el gobierno argentino condenó el accionar violento de las FARC que, bajo gobiernos de legalidad democrática, cometían asesinatos, secuestros y otros atentados violentos contra militares y civiles colombianos; hechos terroristas, como lo era la retención por la fuerza de Betancourt -candidata a presidente en el momento de su secuestro-, cautiva en horribles condiciones en plena selva, desde hacía varios años, junto con su asistente, Clara Rojas.
Nunca, jamás, el gobierno kirchnerista, ni bajo Néstor ni bajo Cristina, pronunció una palabra de condena al accionar terrorista de las FARC, ni le reclamó a esa organización la liberación de Betancourt. ¿Ignorancia o ideología? ¿O un poco de cada cosa?
El 10 de diciembre de 2007, Cristina Fernández de Kirchner asumía la presidencia por primera vez. A la ceremonia, asistió, entre otros jefes de Estado, Álvaro Uribe. A la flamante primera mandataria no se le ocurrió mejor idea que reclamarle públicamente en su discurso inaugural la liberación de Ingrid Betancourt.
Eso no se hace.
Es cortesía básica: no se invita a un par a una ceremonia de asunción para echarle en cara nada. Fiel a su estilo, CFK increpó a una persona que no le podía replicar. Lo mismo hizo aquel día con Tabaré Vázquez. El presidente uruguayo la honraba con su presencia en la toma de mando, pero ella le dedicó unos párrafos del discurso inaugural por el conflicto de las pasteras, degradando así de entrada la investidura presidencial.
Además de anunciar su intención de colaborar para “lograr la liberación de la ciudadana franco-colombiana Ingrid Betancourt”, por pedido del presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, según aclaró, CFK dijo que también quería “solicitar (sic) a Dios ilumine al señor Presidente de la hermana y querida República de Colombia para poder alumbrar una solución que exige el derecho humanitario internacional, sin que esto signifique inmiscuirnos de ningún modo en cuestiones internas de otro país”.
No hay duda de que se estaba entrometiendo. Nunca fundamentó bien las razones que podía tener para involucrarse en esta causa. Los franceses, que también se estaban entrometiendo, tenían al menos la coartada de la doble nacionalidad de Betancourt. ¿Por qué pedir sólo por ella? No era la única mujer, ni la única civil, ni la única rehén de larga duración en Colombia. ¿Por qué no mejor ofrecerse a intermediar ante sus amigos Hugo Chávez o Fidel Castro, de supuesto ascendiente sobre los jefes de las FARC -por no decir encubridores-, es decir, sobre los verdaderos carceleros de Betancourt?
No, en el relato K, el malo de la película era Uribe.
Poco antes, Chávez se había ofrecido como mediador entre las FARC y el Gobierno colombiano. Uribe había aceptado. Semanas antes de la asunción de CFK, Chávez anunciaba que a fines de diciembre las FARC liberarían a la célebre rehén, a Clara Rojas y al hijo que ésta había tenido en la selva.
Néstor Kirchner dejaba la presidencia y desde su entorno trascendía que tendría un relevante rol internacional, algo sorprendente considerando lo poco que la materia le había interesado durante su gestión.
Aun así, ¿qué mejor estreno que participar como garante de la operación de liberación de los rehenes en Colombia? Con su amigo Chávez en el medio además. Se decidió que hacia allá partiría, junto con el entonces canciller, Jorge Taiana, y con Rafael Follonier, coordinador de la Unidad Presidente, y presentado por los K como “perito en guerrillas”, por su pasado en el ERP.
Después del acto de asunción, Cristina recibió a Uribe en audiencia privada. El contenido de la conversación fue filtrado a los medios, seguramente por el mismo gobierno, convencido de que lo hacía quedar bien. Era el 11 de diciembre de 2001. A 16 días del viaje de Néstor Kirchner como garante. Uribe le aconsejó a CFK que no enviara a su marido a Colombia porque las FARC no iban a liberar a los rehenes. Ella replicó: “¿Cómo no lo van a hacer si ya se comprometieron públicamente?” Traducción: ¿Cómo va a saber usted más que yo?
Hacia allá viajó pues Néstor Kirchner. El 27 de diciembre, víspera del Día de los Inocentes, los enviados argentinos llegaron al punto de la selva colombiana donde el que los había incitado al viaje, Hugo Chávez, los dejó plantados, anticipando el bochorno.
Tres días más tarde, y sin novedad en el frente, Uribe tuvo pese a todo la deferencia de viajar a su encuentro y facilitarles una retirada digna del lugar al que viajaron inútilmente, empujados por la ignorancia y la soberbia, un cóctel diabólico para estos menesteres.
Allí empezó y terminó la gestión de Néstor Kirchner como embajador de lujo.
No conforme con este papelón de su marido, Cristina Kirchner subió la apuesta y el 7 de abril de 2008, durante un viaje a París, se puso al frente de una marcha por la liberación de Ingrid Betancourt…
“Mi país sufrió muchos años la represión y fue apoyado por Francia. A esa ayuda nosotros la retribuimos en esta lucha”, dijo CFK, como si Betancourt hubiese sido víctima de una dictadura. Marchaban detrás de ella, entre otros, su secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini, y el senador Miguel Ángel Pichetto; eran los tiempos en los que les votaba “hasta el café”, en palabras de la hoy vicepresidente.
Cristina Kirchner no se limitó a marchar. Habló en el acto para pedir al gobierno colombiano que no realizara “operaciones militares en la zona para garantizar la seguridad de los rehenes”. Una rara interpretación de la no injerencia.
Respaldar una causa humanitaria… vaya y pase. Pero que un Presidente marche en la calle es algo rarísimo. Sólo válido, por ejemplo, para celebrar el final de una guerra, una marcha por la paz, una causa realmente unánime. Y nacional. Que un jefe de Estado extranjero encabece una manifestación es inapropiado, por decirlo suavemente. Para completar el bochorno, ni Nicolás Sarkozy, promotor de la iniciativa, participó de la marcha.
Queda la lectura psicológica de alguna asignatura pendiente de CFK… Su look de resistente da una pista en ese sentido. Como cuando se camufló para recorrer los túneles del Vietcong.
Sólo cabe recordar que Ingrid Betancourt fue rescatada finalmente en una operación de inteligencia en 2008 que representó un gran éxito político para Uribe y que nada tuvo que ver con las gestiones de Sarkozy, Chávez y CFK.
Todo esto no serían más que anécdotas, si no configuraran un modus operandi de consecuencias muy concretas para el país.
En aquel mismo discurso inaugural de 2007, CFK decía: “Finalmente, queremos en este mundo global también fijar nuestra posición en cuanto a una necesidad imperiosa, la reconstrucción del multilateralismo”.
Nunca la política exterior K honró esta declaración de principios y ese es el principal problema.
En 2004, Néstor Kirchner dejó plantado a Vladimir Putin en una escala en Moscú, de camino hacia China. El presidente ruso esperó al argentino 50 minutos. El entorno del presidente adujo problemas climáticos pero la verdad es que Kirchner se demoró sin motivo de peso.
No ofende quien quiere sino quien puede. En este caso, la “irrelevancia de concepto”, parafraseando a Colin Powell, jugó a favor. Comprensivo, Putin pidió reunirse con Kirchner al año siguiente, 2005, cuando ambos iban a coincidir en Nueva York en la cumbre de la ONU. Entretanto, la embajada argentina en Moscú llevaba un año vacante… Raro para un país con vocación multilateral.
En 2004, engañado por falsos influyentes, Néstor Kirchner anunció que China invertiría 20.000 millones de dólares en la Argentina y el gobierno hacía trascender que el presidente se jactaba de que, si la jugada le salía, iban a poner su foto junto a la de San Martín. Pero poco después vino Hu Jintao y cuando la prensa consultó al director de la Oficina de Información del Consejo de Estado del gigante asiático, éste respondió que esa cifra era “espantosa”. El adjetivo causó gracia pero una de las acepciones de la palabra es “muy grande, enorme”...
Esta mezcla de desinformación, ingenuidad y confusión de roles y de escenario fue una constante en la política exterior kirchnerista. Y se replica ahora en su versión albertista.
El gobierno de Cristina Kirchner concluyó con un nivel de aislamiento notable. Su esposo terminó la gestión enemistado ni más ni menos que con Uruguay.
De las diatribas contra Irán pasaron sin escalas al Memorándum de Entendimiento. Ambas posiciones con la misma desmesura y -aunque no lo quieran confesar- obedeciendo en los dos casos a decisiones ajenas motivadas por mutaciones geopolíticas.
Suelen olvidar otro principio básico de la política: cuando salen del país los funcionarios -ni hablar de los embajadores- representan a la Argentina en su conjunto, no a su sector político. La ideologización de los vínculos internacionales reduce las chances del país de defender sus intereses ante el mundo.
Si un político o funcionario extranjero ofende a nuestro país, se puede, se debe, responder. El tema es el cómo y el cuándo. En medio de la campaña, y con los antecedentes de la gestión de Alberto Fernández en la materia, lo de Bielsa sonó a injerencia.
Por otra parte, si José Antonio Kast llega a ser presidente de Chile, habrá que hablar con él, como hubo que hablar con Piñera después de criticarlo. Y si las elecciones las gana Gabriel Boric tampoco eso justificará a Bielsa. Como se recordó más arriba, los K tuvieron conflictos tanto con el Brasil de Lula, como -sobre todo- con el Uruguay de Tabaré Vázquez, pese a haberles declarado primero su amor.
Salvo que con esta injerencia en Chile se esté buscando un enemigo externo porque ya no alcanza con los de adentro para subsistir. De ser así, ¿en qué se diferenciarían de la dictadura militar que nos arrastró a un conflicto internacional para durar un poco más?
No olvidemos la inexplicable presencia del embajador argentino en el juicio contra Jones Huala en Chile.
Un estado de cosas innecesariamente belicoso, sumado a la conflictividad supuestamente mapuche en el sur del país, puede tener derivaciones peligrosas.
Es un ejemplo más de que cuando no se tiene una agenda internacional propia se sufren las consecuencias de iniciativas ajenas, y se puede incluso terminar siendo un eslabón útil de las estrategias que solapadamente se formulan otros en contra de los intereses del país.
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