Feminista en falta: Yoko Ono, 50 años de una bruja inventada

El documental Get Back, que acaba de estrenar Peter Jackson por Disney+, derriba el relato que por desde la separación de Los Beatles pregnó en la cultura popular: Yoko no parece la malvada castradora que apartó al indefenso John de sus amigos y separó la banda

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Yoko Ono, detrás de John
Yoko Ono, detrás de John Lennon en el documental Get Back sobre los ensayos y la grabación de Let it be, el último disco de Los Beatles (captura de video)

En 1964, en Kioto, parada sola sobre un escenario, Yoko Ono invitó a los espectadores a subir, de uno en uno, tomar una tijera, y dedicarse durante el tiempo que quisieran a cortarle la ropa hasta dejarla casi desnuda. Apenas pasaba los 30 años, faltaban dos para que conociera a John Lennon, y la performance, que se llamó Pieza corte, y después repetiría muchas veces –incluso en colaboraciones con el Beatle– como parte de sus famosas Instrucciones, mostraba cómo el público, en silencio, podía convertir a una mujer en un objeto y cargarla con sus propias frustraciones y deseos.

Lo que sigue es historia conocida: el ex de Marianne Faithfull –perdón, pero es lindo a veces presentar a alguien como “el marido de”–, John Dunbar, le dijo a Lennon que había un happening de una japonesa en la Galería Indica de Londres, y él fue convencido de que lo habían invitado a una orgía. Era noviembre de 1966 y al rato se encontró dando vueltas entre instalaciones que al principio le parecieron incomprensibles; una bolsa de clavos –¡de 100 libras!– junto a un rectángulo de madera colgado de una pared, del que a su vez colgaba un martillo sostenido por una cadena (“La pintura estará acabada cuando la superficie quede cubierta”); una escalera a la que se trepó, siguiendo las instrucciones de la artista, para ver con una lupa su Pintura de Techo, que consistía simplemente en la palabra “Sí”.

Yoko no era ninguna geisha y le llevaba siete años, pero algo en su obra lo conmovió: “Los que se hacían llamar avant-garde en esa época sólo tenían para decir cosas negativas. Eran anti-arte, anti-establishment, anti-anti… Y yo me subí a esa escalera, sintiéndome como un tonto que se podía caer en cualquier momento, y me encontré con un ‘Sí’. Me quedé por eso”, le dijo el músico a David Sheff en la última entrevista que concedió junto a Ono. Se había enamorado, sobre todo, de su humor y su sentido del absurdo.

El resto también es sabido. Lennon estaba casado con su primera mujer, Cynthia, pero le sponsoreaba las muestras y le dedicaba en secreto canciones a Yoko, como aquel “ocean child calls me” (”la niña del océano me llama”, el significado de su nombre en japonés), del tema Julia, escrito –en una panzada freudiana– para su madre. Hasta que Cynthia se fue de vacaciones y, cuando volvió de viaje, se encontró con Ono tomando el té en su casa y vestida con su bata. Según escribe en sus memorias, su marido sólo le dijo: “Ay, hola”.

The Beatles: Get Back | Tráiler Oficial subtitulado | Disney+

El relato se sumó a otros que agigantaron el mito en un contexto racista y (sí, entre tantos “antis” del momento) también el anti-japonés propio de la posguerra: la prensa inglesa más conservadora llegó a llamar a Yoko “inhumana”. Para cuando Los Beatles se separaron, en 1970, fue muy fácil, como cantaba la banda española Def Con Dos –y Andrés Calamaro de este lado del Atlántico–, echarle la culpa de todo a Yoko Ono. Medio siglo después, y sin que nos hiciéramos demasiadas preguntas, la última musa de John Lennon sigue siendo para casi todos esa mujer desnuda y sola con la que el público hace lo que se le antoja.

O seguía. Porque frente al relato que por 50 años pregnó en la cultura popular hasta en los que no son beatlemaníacos –que los hay, los hay–, están los hechos que ahora rescata con paciencia obsesiva el documental Get Back, que acaba de estrenar Peter Jackson por Disney+. En ocho horas distribuidas en tres capítulos que apasionan, el ganador del Oscar por El señor de los Anillos desgrana el material de descarte de Let it be (1970), la película de Michael Lindsay-Hogg que se estrenó dos semanas después del anuncio de la ruptura de los Fab Four. El trabajo le llevó cuatro años, y en el camino derribó sus propios prejuicios: ni la grabación en los estudios Twickenham se hizo en medio de una batalla campal entre los cuatro amigos, ni Yoko parece la bruja castradora que apartó al indefenso John de los chicos.

Es cierto, en una especie de profecía autocumplida, Paul McCartney le dice: “Va a ser increíblemente cómico cuando, en 50 años, alguien diga: ‘Se separaron porque Yoko se sentó en un amplificador’”. Las ganas de crecer y hacer su carrera cada uno por su lado ya estaban, tocaban juntos desde que eran adolescentes y habían perdido de manera traumática a su armador, Brian Epstein. Pero no se ve que Ono viole el espacio sacrosanto de la banda. O al menos, se nota que no era tan sagrado: se la ve sentada junto a Lennon –¿quizá demasiado cerca? ¡problema de ellos! Él parece contento– durante las largas horas de grabación y ensayo, pero también están Linda Eastman –entonces novia de Paul–, Maureen Starkey –primera mujer de Ringo–, y unos cuantos Hare Krishnas del entourage de George Harrison y su Maharishi Mahesh Yogi, además de todos los representantes.

Yoko Ono y Linda Eastman
Yoko Ono y Linda Eastman -la esposa de Paul McCartney-, charlan en el documental Get Back

¿Opina demasiado? Tampoco. Se podría decir que, al igual que Paul, Eastman –que murió de cáncer de mama en 1998– tiene un papel mucho más decisivo para el relato de la banda, y especialmente de esas horas finales. Es Linda quien retrata a la banda, y a ella la amamos. A Yoko se la ve riendo y conversando con ella, leyendo el diario, armando un porro para el grupo –bastante compañera–, cosiendo, haciéndole un mimo ocasional a Lennon, o comiendo con languidez una milanesa de pollo. No hay en ella afán de protagonismo alguno. No interviene ni habla con los productores. No está pintándolos, ni hace una instalación, aunque a veces lo parezca ella misma, con sus pantalones de cuero y su sombrero, sentada siempre en la misma posición.

“Vi cientos de horas de grabación, y en ningún momento la vi imponerse. Nunca opina sobre lo que están haciendo. Nunca dice: ‘Ay, me parece que la toma anterior era mejor’. Es una presencia benigna que no interfiere en lo más mínimo”, dijo hace unos días Jackson en una entrevista con el programa 60 minutes. Lo mejor es que, como todos en Twickenham, Yoko se ríe. Se ríe de ella y de John. Baila con él. Aúlla su nombre de manera gutural y, cuando canta –después de que George deja la banda en un arranque de celos, porque se siente excluido tras una emocionante versión de Two of us por John y Paul– la banda también se divierte con ella.

Y esa imagen da también una idea de la verdadera esencia de una artista cuya obra está basada en la participación y el permanente juego creativo. ¿Por qué justo ella iba a querer encerrar a Lennon? En otro hallazgo de Jackson, se ve a Macca quejándose una mañana en que Lennon llega tarde al estudio. Está enojado porque George se fue y “JL” no aparece. Entonces Linda dice que, el día anterior, Yoko pareció hablar por John, y Paul repite lo mismo. Lo dicen sentados uno al lado del otro, y mientras se dan la mano. “Quieren estar lo más cerca posible esos dos. No es tan malo”, dice Paul, que dirigiéndose a Ringo, concluye que, puesto a elegir, John se quedaría con Yoko. Pero claro, eso supone que no hay brujas ni técnicas orientales de lavado de cerebro, sino algo que un rockstar millonario debería tener de sobra: libre albedrío. En todo caso, ¿por qué nadie se preocupó cuando Paul se retiró con Linda a Escocia? También ese plan se desliza en el documental. Y lo que se aclara es que son Yoko y Linda quienes acompañaron a John, Paul y Ringo a convencer a Harrison de que no se fuera: las dos tenían razones de sobra para apoyar que la banda siguiera tocando.

Yoko, sentada junto a John
Yoko, sentada junto a John mientras la Los Beatles ensayan. En el documental ella no emite opinión sobre lo que hace la banda

El movimiento Fluxus, de donde venía Ono, se basaba, precisamente, en la libertad de pensar, expresar y elegir. Cuando John la deja por su asistente, May Pang, en 1973, pero vuelve con ella, al año siguiente, Yoko le da vía libre para que la siga viendo como amante, aunque Lennon no quiso. Pang contribuyó al mito: dijo que el músico tenía la vista extraviada y que estaba tan confundido que parecía que le habían lavado la cabeza. Sin embargo, con Yoko, desde el principio, Lennon fue invitado a tomar una posición moral y crítica. Paul lo entendió mucho más tarde: “Sin ella no hubiera habido Imagine”. En Get Back, se sincera al hablar sobre lo complicado que era componer junto a John en esos días: “Es difícil empezar de cero con Yoko ahí, porque empiezo a escribir sobre paredes blancas. Creo que a John y a Yoko les gustaría eso, y no es así”

Sean Lennon, que tenía cinco años cuando su padre fue asesinado por Mark David Chapman en la puerta del edificio Dakota de Manhattan –a donde John y Yoko se habían mudado para refugiarse de esa mezcla de racismo y machismo que en Londres se les volvió insostenible–, le dijo hace poco a David Remnick para el New Yorker: “El tiempo nos hizo crecer y limar nuestras asperezas a todos, y ahora todos nos apreciamos mucho más. Paul es un héroe para mí, al mismo nivel que mi papá. Y mi mamá también lo ama. Tuvieron sus tensiones en el pasado, y nadie quiere negarlas. Pero todas esas tensiones hacen a una historia real sobre seres humanos”.

Hoy, Yoko Ono tiene 88
Hoy, Yoko Ono tiene 88 años. Get Back, el documental de Peter Jackson, desmitifica su papel de bruja que separó a Los Beatles REUTERS/Toru Hanai/File Photo

Esa es también la verdad sobre Los Beatles que muestra el documental: para casi todos nosotros fueron héroes, pero también eran humanos. Deshumanizar a Yoko como la mala de la película es parte del problema. Y sin embargo, esa mujer feminista desde mucho antes de John Lennon, consiguió burlarse hasta de las peores etiquetas (y facturar con ellas), como cuando en 2007 editó el disco Yes, I’m a witch (Sí, soy una bruja). Tal vez porque sufrió atropellos mucho peores, como que le arrancaran a su hijita Kyoko a los 8 años (le dieron la custodia completa a su segundo marido cuando se casó con John y, aunque la buscó durante años, no volvió a verla hasta 1998).

Hoy Yoko Ono tiene 88 y sale poco de su departamento neoyorquino. Y tal vez su mayor performance fue su propia vida: hace 50 años que Yoko está desnuda para que el público la convierta en el objeto de su frustración por la ruptura de la mejor banda de rock de todos los tiempos y, después, por la muerte de su ídolo. Ahora que pudimos volver atrás para ver cómo fueron las cosas en verdad, quizá sea tiempo de reescribir la canción y de entender, de una vez, que la culpa de todo nunca la tuvo Yoko Ono.

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