Tecnoceno: descripción de esta era en la que, mediante la puesta en marcha de tecnologías de alta complejidad y altísimo riesgo, dejamos huellas en el mundo que exponen no solo a las poblaciones de hoy, sino a las generaciones futuras, de nuestra especie y de otras especies, en los próximos milenios (Flavia Costa: Doctora en Ciencias Sociales por la UBA, en cuya Facultad de Ciencias Sociales se desempeña, desde 1995, como docente del Seminario de Informática y Sociedad).
Tengamos en cuenta un dato histórico. Casi todos los avances en las tecnologías, comenzaron con augurios poco auspiciosos. El cine aterraba a los espectadores, la televisión aparecía como una novedad poco interesante y hasta el automóvil en sus albores despertaba sospechas que los asimilaban a monstruos mecánicos que tomaban las calles en detrimento de los pacíficos peatones.
Y no incluimos anteriores desarrollos como el telégrafo sin hilo (cosa de brujos), los aviones, las transfusiones de sangre y podemos llegar hasta la imprenta, en la que no se entendía bien como en pocos minutos una hoja en blanco aparecía con signos de escritura.
Dicho esto, aceptemos que lo que hoy aparece como novedad tecnológica, aunque no lo comprendamos mucho, merece respeto. Y genera responsabilidades.
Ya la robótica está incorporada a prácticas productivas en muchos países y ya la comunicación cuántica encuentra un nicho de efectiva realidad en las computadoras cuánticas, como la Jiuzhang 2.0 de China, que puede resolver en una milésima de segundo operaciones que en computadoras tradicionales pueden tardar “30 billones de años”. El desarrollo de la informática cuántica se sostiene en cierta particularidad tecnológica que convierte al qubit (unidad básica de información) en depositario de calidades de ceros y unos a la vez.
Entonces en este mundo del humano antropoceno (término ideado por el químico Paul Crutzen en 2000), que está definido por su incidencia sobre la Tierra y que afronta nuevas realidades que comprometen esfuerzos para lidiar con cambios climáticos, novedades en los suelos, superpoblaciones, requerimientos alimentarios, defensa de bosques y espacios nativos, contaminaciones, entre otras luchas presentes y venideras, aparece el “humano tecnoceno”, traído como dato por nuestra compatriota Flavia Costa. El tecnoceno, que dicha autora presenta como “era del Tecnoceno” y acá damos personalidad al “humano tecnoceno”, puede describirse a partir de cómo en esta era y con estos nuevos sapiens se provocan evidentes huellas en el mundo en virtud de la presencia y efectiva ejecución de todas las nuevas tecnologías con gran complejidad. O sea, la importancia de lo que hoy se hace en función del riesgo que pueden ocasionar en un futuro.
Por eso es vital insistir en acuerdos y marcos regulatorios convenidos entre los Estados y las empresas digitales, fundamentalmente las algorítmicas. Y se hace necesario legislar con creatividad en el espacio de un nuevo derecho que contenga un conjunto de principios y normas que regulen las nuevas relaciones humanas surgidas del carácter tecnoceno de la sociedad, a la vez que los poderes públicos posean la fuerza coactiva para imponerlo. Y desde la idea de justicia y siguiendo a Rawls, creemos que existen valoraciones novedosas para la razón, la equidad, la igualdad en cuanto a lo que a cada uno le corresponde o pertenece y en esa inteligencia debe haber una distribución equilibrada y justa del conocimiento y del uso en las nuevas tecnologías. La Teoría de la Justicia como Equidad no debe estar ausente a la hora de amoldar sus preceptos a los nuevos tiempos.
La clave de esta interpretación es cuidar el planeta y su devenir, desde ahora, cuando utilizamos las nuevas tecnologías.
Esa es tarea del humano tecnoceno, como fue del humano antropoceno, y poco hizo al respecto, evitar deforestaciones, desertificaciones, aumento del agujero de ozono, cuidados ambientales y otras tareas no asumidas con responsabilidad.
Ya están presentes en nuestro mundo actual la robótica, domótica, OTT, lo cuántico, Blockchain, 5G, drones tanto autónomos como guiados, ACPC (conectividad permanente), impresión 3D para partes humanas, IA- Inteligencia Artificial y variables como Machine Learning (dentro de la IA es la variable mediante la cual los algoritmos aprenden de su propia estructura).
Todas estas utilizaciones no solo afectan como en la era anterior valores físicos del planeta, sino que tienen incidencia en las propias características humanas.
La IA en su desarrollo, las variables ciborg (combinan en el humano, elementos orgánicos y dispositivos cibernéticos generalmente con la intención de mejorar las capacidades) y los llamados Chips Humanos son las variables de la modernidad tecnocena más imperiosas de contar con regulaciones que la controlen (se insertan en el cuerpo y son muy pequeños, del tamaño de un grano de sal y desde hace bastante tiempo se usan, mediante ultrasonidos, para controlar procesos corporales) .
Ya la Unesco impulsa una guía para “afrontar de manera responsable los efectos conocidos y desconocidos de la inteligencia artificial en los seres humanos, las sociedades y el medio ambiente y los ecosistemas”. Ese es el objetivo de la Recomendación sobre la Ética de la Inteligencia Artificial, una suerte de declaración universal para el uso de estos sistemas que adoptaron los 193 países de ese organismo.
“¿Cuánto falta para hackear un cerebro humano?”, se pregunta Yuval Harari, el gran pensador contemporáneo. Su respuesta asusta: “Nada”. Y dice que “para conseguir piratear a los seres humanos, hacen falta tres cosas, sólidos conocimientos de biología, muchos datos y una gran capacidad informática”.
Esas tres cosas, esas tres condiciones, ya están al alcance de muchos.
SEGUIR LEYENDO