Tuvalu es una pequeña nación archipiélago formada por nueve islas en el Pacifico Sur que pertenece al Commonwealth Británico. En estas horas se conoció una impactante fotografía de su ministro de Justicia que con el agua hasta la cadera dio una conferencia de prensa en la que también el mástil con la bandera y el atril con el micrófono estaban medio sumergidos, en medio del mar y dijo: “Nos estamos hundiendo”. Su dramática advertencia se relaciona con la suba del nivel del mar por el cambio climático que puede borrar a su nación de la faz de la tierra.
Con toda franqueza y sin complacencia porque la complacencia no sirve, dejenme decir que si no hacemos algo pronto, la metáfora bien le vale o mejor dicho, tristemente vale para nuestro país. “Nos estamos hundiendo”.
No se puede decir otra cosa si tomamos la prueba educativa realizada por la Unesco donde Argentina obtuvo el peor resultado de su historia. El llamado Estudio Regional Comparativo y Explicativo fue realizado en 2019, es decir que ni siquiera incluye el efecto del cierre de escuelas y la suspensión de clases presenciales durante la pandemia que en algunos distritos alcanzó un interminable año y medio.
No se saben aún y será muy difícil cuantificar la real magnitud de los devastadores efectos de dejar por todo ese tiempo a los chicos sin educación. No sólo en términos de aprendizaje sino de socialización y de deserción escolar. Pero como indica esta prueba los problemas vienen de mucho antes.
Hoy hubo cruces entre funcionarios de la administración anterior con los de la actual. En materia de educación no hay inocentes. La sociedad toda fracasa si no logra educar a las nuevas generaciones.
Hoy en el país, casi la mitad de los chicos no termina la educación obligatoria. Y estos datos tampoco incluyen la pandemia.
Antes del COVID, los chicos ya perdían por paros 3 meses de clases durante la primaria según el Observatorio Argentino por la Educación.
Hemos atestiguado un movimiento sin precedentes por la educación motorizado mayormente por padres y por chicos para el retorno de las clases presenciales. Para las familias fue más que una disrupción, fue una bomba en la organización de la vida cotidiana con efectos psicológicos de todo tipo en los chicos que van desde depresión a regresiones madurativas por mencionar algunos.
El ERCE, estas son las siglas de la prueba de la Unesco, evaluó el desempeño en Lengua, Matemáticas y Ciencias Sociales de estudiantes de 3° y 6° grado de 16 países de América Latina y el Caribe, y muestra que la Argentina está por debajo del promedio regional en cuatro de las cinco evaluaciones.
En 2006 se había hecho por primera vez esta evaluación en el país y entonces, Argentina estaba por encima del promedio en todos los puntos evaluados. En 2013, había caído en todos sus resultados, excepto en la prueba de lectura para los alumnos de 6to, en donde obtuvo la misma calificación. En esos años hubo períodos de prosperidad económica pero no avance educativo. ¿Qué dice eso de nosotros?
Por todo esto. Porque la decadencia es sostenida en el tiempo es que son inaceptables los cruces de acusaciones. No se puede cambiar la trayectoria decadente en materia educativa durante un periodo presidencial. Se requieren reales políticos de estado, compromiso de todos los sectores y una adecuación del sistema educativo para el llamado mundo del conocimiento que permita convertirlo en una plataforma real para conseguir un trabajo.
El secundario completo, ese al que la mitad de los chicos que empieza la escuela no llega, es ya insuficiente. La situación estructural de las escuelas, la falta de inversión, el obstruccionismo en muchos casos de los propios sindicatos docentes, son algunos de los puntos que podrían mencionarse no sin la sensación de que se repite lo de siempre, lo que nunca cambia.
El problema es que algo sí cambió. Argentina ya no es ese país que se vanagloriaba de tener una población con educación más elevada que en la región. Ahora está peor. Y sin educación, hasta una mejora económica se pone en duda si no se cuenta con la fuerza laboral capaz de concretarla.
Al desastre económico y al drama social se suma la tragedia educativa que convierte en parias del futuro a los chicos y jóvenes que no se reciben o que egresan sin aprender. Y hay dos caras para una realidad con talla de catástrofe. Vemos partir a los jóvenes argentinos que lograron formarse porque no encuentran oportunidades de futuro en nuestro país mientras los que se quedan terminan siendo excluidos del mundo del conocimiento.
Cuántas veces escuchamos decir que el conocimiento es el capital de las naciones. El conocimiento es la gran revolución posible, la que deriva en desarrollo individual y colectivo, la que sostiene la esperanza para que no sea una vana ensoñación. Es el problema más urgente. Va a la par de la nutrición porque la desnutricion intelectual tampoco se recupera. En el saber están las chances para un futuro mejor. El chico que suma pobreza y falta de educación está condenado en su presente y en su futuro.
No evaluar, no calificar, no ver, son las reacciones de un sistema negador pero tambien los síntomas del enfermizo desprecio al mérito de las personas que en definitiva es una rotunda negación de la capacidad humana de superación.
No podemos perder más tiempo. “Nos estamos hundiendo”, dijo el ministro de Justicia de Tuvalu en un desesperado mensaje para que el mundo tome conciencia.
¿Qué hace falta para comprender que ya no hay tiempo?
* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” (Radio Mitre)
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