Cada vez que se conoce el resultado de pruebas internacionales PISA o UNESCO, la Argentina vuelve a visibilizar la espiral de declive educacional en la que está inmersa.
La reacción usual dentro de la dirigencia política y los ministerios de educación es responsabilizar a los del otro lado. Antes de 2010, las excusas tendían más a culpabilizar a la crisis del 2001, pero en la medida que este factor fue perdiendo peso, debieron encontrar otras justificaciones a ambos lados de la grieta
Pero hay algo peor aún que echarle al fardo a los contrarios. Más grave es negar: cuando se acusa al otro, al menos no le da entidad al problema. El negacionismo educativo es la fase superior del colapso de la educación porque arguye que el problema no existe, no es tan grave, es más complejo, es una exageración, una sobreactuación, una frivolidad, un argumento de “la derecha”, etc.
El negacionismo no es solo una ideología. Es una práctica que produce efectos negativos como la exclusión del conocimiento de miles de chicos y jóvenes, especialmente quienes habitan en los barrios y las familias más pobres. Contribuye, con su cinismo bien pensante, al colapso de la educación
Los principales argumentos negacionistas son:
-Quienes afirman una catástrofe educativa no hablan de los efectos educativos de las dictaduras o de las hecatombes económicas de 1989 y 2001-2003.
-No mencionan las políticas públicas y las iniciativas institucionales para avanzar en la inclusión y la democratización del sistema educativo desde 1983.
-No reconocen la incorporación al sistema educativo de sectores en extrema pobreza.
-No consideran el aumento de los años de escolaridad para toda la población, el crecimiento de la educación rural, todo lo cual perjudica a los resultados en los aprendizajes.
-Quienes hablan de “decadencia” la asocian al período de mayor ampliación de la escolarización. No reconocen el logro de derechos.
-Solo les importa que la escuela sea “buena” sin importar quienes quedan afuera.
-Mirar resultados en pruebas estandarizadas es simplista y esquemático.
-Las pruebas estandarizadas son una herramienta de las corporaciones para aumentar la competencia y generar rankings. Benefician a los países más desarrollados.
Sin embargo, las recientes pruebas de la UNESCO 2019 permiten refutar los argumentos negacionistas. En esta prueba, El Salvador es el país con resultados más similares a los de Argentina y aun algo superior para algunos grados y áreas de conocimiento.
¿Esto es a costa de la exclusión educativa? Definitivamente no: su nivel de inclusión es casi universal: para 2019, la tasa neta de escolarización primaria era del 94% (99% para Argentina).
El Salvador es un país pobre, con un PBI per cápita que es un cuarto del argentino. Con una superficie infinitamente menor, menos población y menos recursos naturales: de hecho, una de sus principales fuentes de ingresos son las remesas de sus emigrados desde Estados Unidos.
Su nivel de pobreza es altísimo y el ingreso promedio es un tercio del argentino. La tasa de mortalidad para menores de 5 años en 2019 es de 14% (Argentina 10%). Ni siquiera tiene moneda propia: desde 2001 se dolarizó y desde 2020 adopta crypto.
No tuvo dictaduras militares al estilo argentino, aunque la salvadoreña duro 47 años con invasión a Honduras incluida. Después sucedió la tragedia mayor si acaso estas fueran comparables: una guerra civil desde 1979 con 75.000 asesinados y 15.000 desaparecidos para una población que es la octava parte de la Argentina. Imaginen la devastación.
La violencia, sin embargo, no terminó. La violencia urbana y la organización en “maras” genera una tasa de homicidios anuales (19,7) que casi cuadruplica la argentina (5,2)
Este breve cotejo permite comprender que los argumentos negacionistas contra la idea del colapso de la educación argentina son muy precarios. El Salvador es un pequeño país centroamericano, pobre y heredero de una historia económica y política bastante más disgregada, descohesionada y violenta que la argentina y aún así logra resultados educativos similares. Mientras los demás países de la región mejoran pese a sus peores condiciones, Argentina está estancada, colapsada.
Siguiendo el hilo negacionista, al igual que la Argentina, El Salvador también incorporó al sistema educativo a sectores en la extrema pobreza, aumentó los años de escolaridad para toda la población (aunque menos que la Argentina, por ahora) y tendió al crecimiento de la educación rural.
Pero si tenemos en cuenta las condiciones políticas, sociales y económicas de base, el esfuerzo inclusivo pro escolarización en El Salvador es mayor que el esfuerzo argentino, al menos para la escuela primaria que es lo que mide la prueba de la UNESCO. La idea de que la inclusión escolar sacrifica los resultados educativo siempre y necesariamente no es compatible con la realidad de muchos países pobres de la región que han mejorado en ambos rubros, refutando uno de los principales argumentos negacionistas
El caso también contradice la postura negacionista contra las pruebas estandarizadas. No hay razón por la que los alumnos salvadoreños estén en mejor posición que los argentinos para que las pruebas de la UNESCO los beneficien.
En resumen, siempre van a existir argumentos para negar la realidad en la medida que estas lastiman convicciones profundas e identidades construidas a lo largo de los años, en las que el costo de hacerlas receptivas es muy alto frente a toda la rigidez y el prejuicio invertido en ellas
Pero otra no hay. Crecer es también hacer el duelo. Abandonar la negación. Dejarse interpelar. Entristecerse por las certezas perdidas para luego respirar profundo, aceptar los hechos y darle para adelante para cambiarlos.
El autor es profesor de la UTDT y Académico Asociado de Argentinos por la Educación