La nueva carta de Cristina es lo más parecido a un oráculo tramposo. De esos que confunden al que lo consulta porque le dicen una cosa pero también la otra. Si fuera una carta de amor, el receptor no sabría si lo aman o lo odian. Es mucho más certero en cambio lo que dijo con descaro un tribunal también tramposo concediéndole a la vicepresidenta otro escandaloso bypass a un juicio en su contra.
Entre la opacidad de su carta y la claridad de su estrategia judicial hay algo categórico: Cristina volvió al poder en defensa propia y le importa un rábano arrastrar el país a un limbo decadente.
La postergación del acuerdo con el Fondo no fue gratis. Costó unos 8 mil millones de dólares en 2021 pero también cuesta en términos de riesgo país que implica crédito cero para Argentina y sus empresas, y cuesta en términos de una incertidumbre pavorosa que ahuyenta toda inversión. Sin crédito y sin inversión no habrá más dólares. Por lo tanto, Cristina produce la falta de dólares y luego blande el cepo castigador sobre todo lo que encuentra. Así, la economía del país está presa de mil cepos, y Cristina libre de culpa y cargos.
Con la nueva carta se rompió el silencio de Cristina pero no la incertidumbre sobre su posición real frente al acuerdo con el Fondo que el país requiere para no caer de nuevo en default.
Hay quienes leen entrelíneas que en su misiva la señora Kirchner le dejó las manos libres al Presidente, al afirmar que el que tiene la lapicera es él. El punto es que Alberto Fernandez siempre tuvo la lapicera pero hasta ahora siempre escribió lo que ella le dictaba.
¿Qué hará esta vez? Cualquiera diría que no hay dudas. Que las reservas se agotan y la situación es gravísima. Que no queda otra que acordar. Pero ni a cinco centímetros del abismo Cristina Kirchner ofrece un respaldo a la negociación. Por lo contrario le marca la cancha al mandatario y le enrostra un discurso de él mismo en el que dijo textualmente que antes de claudicar frente a los acreedores se va a su casa. Muchos analistas insisten en ver en esta misiva sinuosa un disimulado “dejar hacer”. Los que analizan desde el sentido común a veces olvidan que Cristina Kirchner suele tener otros parámetros.
El país llega a fin de año en ascuas. Este fin de semana el ministro de Producción, Matías Kulfas, prácticamente admitió que hubo una decisión de dejar sin viajes al exterior a la clase media. En una frase que exuda el más rancio desprecio de clase afirmó que “la gente que viaja al exterior no es pobre, que quien se quiera ir que lo haga, pero que se lo pague”, y que “la clase media tiene muchas opciones dentro del país” para el verano. Con pocas palabras sólo reveló la índole autoritaria y una política discriminatoria que una vez más traslada la ineficiencia del gobierno para ordenar la economía a las personas que con todo derecho requieren financiamiento, haciendoles prohibitivo el poder viajar.
¿Quién es Kulfas para decidir por la clase media si tiene que viajar al exterior o no? Hay que tener supina chatura mental para creer que sólo deben viajar los ricos y hay que tener un autoritarismo sin remordimientos ni filtros para decirlo. Un ministro de Producción de un país que no para de producir pobres debería dedicarse al menos a hacer su trabajo porque en la mayoría del tiempo que lleva en su cargo se la pasó debajo de la mesa con miedo a que Cristina lo eche. Ahora se hace el guapo con la clase media. No es extraño. Este es un gobierno anti clase media. Nada revela mejor que esta hostilidad lo poco que les preocupa la movilidad social. Si por ellos fuera que todos sean pobres, y ya.
Es tal el nivel de improvisación que incluso para medidas delicadas -porque se termina la plata y no pueden dar certezas ni de que quieren el acuerdo con el Fondo porque entre ellos no tienen acuerdo-, que no paran de sembrar convulsiones. Luego del cepo al turismo avanzaron con las posiciones en dólares de los bancos.
¿No se dieron cuenta que en un país con pánico a los corralitos y corralones eso iba a generar más que preocupación? ¿O planearon hacerlo un viernes para que no se notara?
Gobernar por circulares o comunicados recuerda a otras épocas y es sin dudas contrario a las explicaciones y el buen gobierno de una democracia. Luego del vencimiento de diciembre las reservas quedarán languidecientes.
El Gobierno transita negociaciones contrarreloj con el Fondo Monetario que por momentos muestra más voluntad que Argentina para llegar a un entendimiento. Fuentes del organismo no ocultan su desconfianza ante un país que incurrió en nueve defaults y uno de ellos con aplausos en el Congreso.
“A alguien que esta fuera de la ley todo el tiempo, quizás no le interesa una mancha más”, expresan con lógica pura. Es cierto que el organismo necesita algún ordenamiento frente a su mayor deudor. Lo que es difícil de comprender es que Argentina vuelva a coquetear con abismos ya tristemente conocidos. En el mundo de las finanzas no se lee jeroglíficos epistolares, se califican riesgos.
Hoy, en algo coinciden Wall Street con los ciudadanos argentinos de a pie: el riesgo país es como si ya hubiera un default y vivir en Argentina es sentirse en riesgo permanente. Ojalá Alberto Fernández este tomando clases de caligrafía ahora que tiene permiso para usar la lapicera.
* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” (Radio Mitre)
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