El setentismo es una enfermedad ideológica según la cual la guerrilla intelectual de clase media fue más importante en la historia que el peronismo y el pueblo trabajador. Una teoría basada en la necesidad de darle sentido a miles de vidas perdidas en un enfrentamiento absurdo que jamás tuvo la menor opción de triunfo. El respetable dolor de los deudos, madres y abuelas, convertido en reivindicación prebendaria. Justifican sus propios asesinatos, deforman su triste pasado y terminan indemnizando a los atacantes a un cuartel mientras ignoran el patriótico heroísmo de los soldados defensores.
Típico de clase dominante, apropiarse de todos los derechos mientras desprecian a los oprimidos. Los caídos que merecen honras son solo los de ellos; sus víctimas ni tienen derecho al recuerdo. El enfrentamiento entre las clases fue iluminado por Marx, y sus seguidores parecían apropiarse de la humanidad. Hoy China y Rusia, entre otros, imponen un Estado fuerte en democracias débiles o inexistentes, mientras asustan al capitalismo al superarlo en su propio desarrollo.
Las patrias impuestas sobre las ideologías, lo mismo que Estados Unidos y la propia Europa, una clara expresión de una cultura consolidada. Luego las riquezas sin patria ni bandera que disuelven estados, culturas y tradiciones, imponiendo un progresismo de género y otro de bancos, versiones para ricos y pobres que comparten el degradado mundo del consumidor.
Fuimos una sociedad industrial, integrada y sin deuda, decidieron destruirla para que un grupo de intermediarios incapaces pudieran jugar al financista exitoso, destruyendo industria, generando deuda y desocupación. Y hoy se culpan mutuamente, revisar las privatizaciones implicaría renunciar a sus prebendas, y a eso ninguno está dispuesto. Las expresiones del embajador Bielsa son tan absurdas como perversas. Primero defendió a un pretendido personaje violento disfrazado de originario, nada nuevo; siempre pretendieron ese disfraz de pueblo al que nunca lograron pertenecer.
El peronismo fue el mayor nivel de conciencia alcanzado por nuestros trabajadores, aquellos que se ganan el pan con el sudor de su frente y ni imaginan emigrar, la verdadera expresión de nuestra patria. El General supo decir que quien no ganaba al menos lo que consumía no tenía derecho a vivir. Esa relación con la tierra y el esfuerzo impone una identidad que define una patria y su cultura. El tiempo es, sin duda, la fragua que los consolida.
Europa tardó siglos en configurar su estabilidad actual, las guerras fueron esenciales a esos rasgos y a esas fronteras. Ni siquiera un siglo pasó desde una confrontación que hoy cuesta recordar y mucho más comprender. Millones de vidas entregadas antes de forjar la paz que ahora logran disfrutar.
Las naciones consolidadas se enfrentan hoy con los poderes económicos sin patria ni bandera. Intentan ellos sustituir al ciudadano por el consumidor, la concentración económica va quitando el sentido de la misma democracia. Hace años solían poner a Chile como ejemplo a seguir, no duró demasiado. Entre los bancos y los revolucionarios hay un común denominador: destruir las tradiciones y el mismo orden que diferencia a una patria de una colonia.
Deformar el pasado permite degradar el presente, negar la naturaleza misma del adversario democrático y convertirlo en enemigo, para conducir al destino común en una frustración sin sentido. Sobre esa visión se instala el economicismo, esa teoría que impone las ganancias sobre el bienestar colectivo, con la convicción de que la suma de las codicias individuales puede constituir una sociedad. Se impone un pensamiento que, con la excusa de la eficiencia y la modernidad, permite la concentración de la riqueza en pocas manos y en consecuencia va devaluando la democracia hasta convertirla en un sinsentido. Y hasta algún personaje mefistofélico intenta culpar al Santo Padre y a la religión del robo cometido por sus mandantes banqueros, conocidos y oscuros gestores de la degradación de nuestra patria.
Debaten el populismo, como si ese término no hubiera sido inventado para evadir la destrucción de la justicia distributiva y disimular la creciente miseria. Imaginan un enfrentamiento entre los ricos, que son la eficiencia y la modernidad, y los pobres, que vendrían a ser el populismo. Se les agotó la palabra “demagogia”, la gastaron. Ahora explican que los votos que Macri descontó en las PASO anteriores eran por ideales y los descontados en la elección actual es por plata. Voto calificado, ricos elegantes idealistas, pobres, votan por necesidad. Y lo dicen sin tener siquiera conciencia de su perversidad.
Los sumiste en el hambre y los cuestionas por su dependencia. La denuncia ocupa el lugar que le corresponde a la solidaridad. Los votos de los pobres, Formosa o Santiago del Estero, son acusados de dependencia, laboral o económica. El peronismo vendría a ser una historia de populismos, del otro lado estarían las ideas y las virtudes, razones expresadas en todos los sangrientos golpes de Estado, que fue la oscura historia de esta gente elegante.
¿Unos roban y los otros no? O será que unos roban con más lucidez que los otros o imaginan que les corresponde. En los robos institucionales, las coimas que cambian de destino al cambiar el gobierno, hasta ahora nadie renunció a su beneficio. El Presidente podría, debería, haber sacado a Bielsa de Chile: ahí no le puede echar la culpa a Cristina, era un buen momento para demostrar y consolidar su poder. Con los discursos solo no alcanza, debería trasladarlo a los hechos.
Si no se revisan las salidas de capitales no tenemos futuro. Si no debatimos qué debemos producir y proteger y qué intercambiar, cuánta riqueza generamos y qué limitaciones debemos imponer a su salida; si no revisamos nuestra dependencia, no tenemos salida. No es solo bajar impuestos, salarios e indemnizaciones, es evitar la fuga, los miles de millones de nuestra riqueza que salen por los puertos privados sin pagar un centavo de impuestos.
Las retenciones son exageradas, es cierto, esencialmente porque son los pocos que declaran sus ganancias los obligados a pagarlas. Los pobres no evaden, solo sobreviven; los grandes grupos son los evasores. solo se dedican a actuar en negro. Tenemos gobierno, pero no logramos tener Estado, un poder capaz de imponerse frente a la corrupción de los grandes evasores. Fugan capitales porque no pueden explicar su origen, porque lo financiero, desde el último golpe hasta hoy, es más importante que lo productivo.
Los bancos no dan créditos, ni siquiera el ciudadano medio puede invertir en el país. Por ese camino la riqueza se concentra y la miseria se expande. Confunden liberalismo con imbecilidad, nadie en el mundo deja de proteger sus debilidades. Nuestra miseria es un camino elegido, guiado por la codicia sin patria. Recuperemos el Estado, capitalista, pero en blanco, con iniciativa privada, pero sin concentración. Se requiere gestionar una esperanza, el ferrocarril o una colonización de tierras productivas. Devuélvanos un sueño, esa es la gran responsabilidad de la política, y no es económica, está mucho más allá. Cuando la voluntad por revertir esta miseria acopie más pasión que la denuncia, podremos vislumbrar la luz del final del túnel.
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