Un señor visita a un psiquiatra y le dice: “Doctor mi hermano está loco, se cree una gallina”. “Bueno intérnelo”, responde el médico. “Yo lo haría, pero necesito los huevos”, contesta el hombre.
Con este viejo chiste, Woody Allen, termina su película Annie Hall. Lo usa para explicar su particular visión en torno a las relaciones humanas. “…Muchas veces se convierten en algo absurdo e irracional, pero insistimos, porque necesitamos los huevos”.
Asociando libremente, como siempre, recordé esa maravillosa escena final, pensando en la relación entre el kirchnerismo gobernante y el FMI.
Es una relación absurda e irracional, pero ambas partes insisten, porque necesitan los huevos.
Empiezo repasando una descripción conceptual.
El FMI llega a un país para tratar de rescatarlo de una crisis de balance de pagos. En castellano básico, el país se quedó sin crédito externo, sin ingreso de capitales y no tiene suficientes dólares para atender, con sus reservas y con sus exportaciones, su necesidad de importaciones básicas y cancelar deuda. En ese contexto, llegan los técnicos del organismo para acordar un programa de ajuste y aportar los dólares necesarios para que, en el mientras tanto, el país no tenga que hacer un ajuste aún peor. Es decir, un aumento mayor en el precio del dólar, para bajar el poder de compra en dólares de los ciudadanos, favorecer las exportaciones y encarecer las importaciones.
La expectativa es que el nuevo programa económico, respaldado técnica y políticamente por el Fondo, sea lo suficientemente potente para reabrir el crédito voluntario, atraer inversión extranjera e ingreso de capitales; de manera que, luego de un tiempo, se pueda retomar el crecimiento, cancelar el crédito con el Fondo y normalizar la relación con el resto del mundo.
Paradójicamente, pese a las diatribas políticas, un programa de ajuste acordado con el FMI es el mal menor, porque aporta dólares que, de otra manera, deberían ser generados, en el corto plazo, con más exportaciones y menos importaciones. Es decir, con menos consumo interno.
Pese a que resulta obvio, los dos programas con el Fondo del 2018-2019, fracasaron. Como diría Julio Cortázar: “En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones”. Así que, a estas alturas, espero que el amable lector y la gentil lectora me exima de seguir aportando material a dicho basural.
Asumido el gobierno del Frente de Todos, con su propio no plan, si bien consiguió reprogramar la deuda en dólares con privados, nunca logró reabrir el mercado de capitales para el ingreso de dólares no comerciales a la Argentina.
La novedad, entonces, es que el nuevo acuerdo que se está negociando, no viene a rescatarnos de una crisis de balance de pagos: viene a salvarnos… del acuerdo actual.
El Fondo necesita otro arreglo con la Argentina, para no pasar a “incobrable” el préstamo viejo. El FMI sabe que el mejor programa que pueda surgir de un compromiso con este gobierno no va a cambiar la visión que el resto del mundo tiene sobre ingresar dólares a la Argentina, al menos, en los próximos dos años. Quizás haya una mejora muy marginal, pero recordemos que la Argentina ya ha sido descendida a “país stand alone”. Ni emergente, ni siquiera de frontera: “inclasificable”. Nos hemos caído del mundo. En realidad, estamos colgando, agarrados a la pata de alguna de las tortugas que lo sostienen, como lo prueba el precio de los bonos y acciones argentinas
Pero, aunque sólo sea para un asiento contable (nos prestan para pagar el acuerdo viejo), el programa tiene que ser aprobable.
Y ello significa que hay que presentar un esquema fiscal que tienda al equilibrio en los próximos años, para ir achicando la necesidad de emitir pesos, que termina en más demanda de dólares y, vinculado con esto, metas de recuperación de reservas del Banco Central, para “mostrar” que, algún día, se le podrá devolver los dólares al FMI y convencer al mercado de que la Argentina puede pagar sus bonos para colocar nuevos bonos.
Dicho sea de paso, el tipo de cambio “de equilibrio” es aquél que genera un sobrante de dólares suficiente para financiar un nivel aceptable de importaciones, cumplir con los compromisos externos públicos y privados y acumular reservas. El tipo de cambio actual no cumple con estas condiciones y mucho menos si el escenario internacional no otorga, nuevamente, el loto de la soja o la fuerte demanda de Brasil y, adicionalmente, sin DEGS nuevos o préstamos extraordinarios de China o Rusia.
Por lo tanto, la insistencia del ministro Martín Guzmán acerca de que “no se va a devaluar” o que el Fondo “no exige una devaluación” es… sarasa.
Habrá devaluación, ordenada en el contexto de un plan respaldado por el FMI, o desordenada, ante la ausencia de dicho plan.
Como mencionara, la íntima convicción del staff y del Board del organismo, es que este gobierno no puede cambiar mucho su escenario de falta de credibilidad y aislamiento internacional. De manera que lo que eventualmente se firme, es una forma de hacer tiempo y esperar el post 2023. En la práctica, es un acuerdo inviable, disfrazado de algo.
Volviendo al comienzo de esta nota, Washington nos “encerraría” pero… necesita los huevos.
¿Y la Argentina? Bueno, el gobierno sabe que el Fondo no le aportará dinero fresco directamente, aunque permitirá algún ingreso neto de dólares de los BID, Banco Mundial, etc. y algo de financiamiento al sector corporativo privado también. Y que el programa le exigirá cierta coherencia fiscal y reordenar el mercado de cambios y monetario. Sabe también, que dicho plan resulta ciertamente incompatible con el programa de La Matanza, pensando en el 2023.
Pero también sabe que, sin acuerdo, la realidad será peor, porque exigirá más ajuste, no menos. Más devaluación y/o más cepos y no menos. En la práctica, un acuerdo inviable, disfrazado de algo.
Para el kirchnerismo, políticamente, sería mejor no tener un acuerdo con el FMI. Para el FMI, en particular para su staff, también sería mejor no tener un acuerdo.
Sin embargo, ambos van a insistir en lograr algo, ignoro si podrán. Pero los dos necesitan los huevos.
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