En un ejercicio de negacionismo, el Gobierno Nacional ha procurado presentar un relato triunfal ante el resultado adverso que los argentinos dispusieron el pasado domingo 14.
La principal fuerza opositora, Juntos por el Cambio, consiguió casi el 42 por ciento de los votos, superando en casi nueve puntos porcentuales el guarismo obtenido por el oficialista Frente de Todos, que alcanzó aproximadamente el 33 por ciento de los sufragios.
El oficialismo perdió aproximadamente uno de cada tres de los votos que obtuvo en 2019. Ese 33 por ciento de los votos conseguidos por el Frente de Todos el pasado domingo 14 representó el peor desempeño del justicialismo desde 1983.
Ello implica un hecho incontrastable: la conducción política de Cristina Kirchner y Alberto Fernández, habiendo capturado las estructuras formales del peronismo, condujo al PJ a la peor derrota de toda su historia en elecciones libres.
El oficialismo cayó en 19 de las 24 provincias argentinas, incluyendo las más pobladas del país y fue vencido en la gran mayoría de las capitales de provincias y en las principales ciudades de la Argentina. Pretender describir ello como un triunfo es un ejercicio de imaginación que solamente puede ser comparado al realismo mágico. O a la ciencia ficción.
Pero ello no es lo peor. Lo verdaderamente grave del caso reside en la imposibilidad manifiesta de las autoridades por hacer un reconocimiento de la realidad de los hechos. Acaso el punto de partida mínimo desde el cual replantear objetivos y programas para revertir la dura realidad que vivimos los argentinos.
En la misma noche de las elecciones, en lugar de felicitar a los triunfadores -un requisito de civismo mínimo-, el Presidente llamó a sus seguidores a “celebrar este triunfo”.
Una vez más quedó demostrado cuánto más difícil es saber perder que saber ganar. Y cuán alejado de la realidad puede encontrarse un gobernante que ha perdido el contacto con lo que realmente sucede. Extremo que volvió a demostrar cuando días después aseguró que la Argentina es uno de los países del mundo en que la economía más crece.
Esta enajenación de quien ocupa la Presidencia de la Nación resulta verdaderamente alarmante. Hace dos años, mediante un engaño al electorado, un candidato pretendidamente moderado que decía tener como modelo a Raúl Alfonsín, se impuso en las elecciones presidenciales por un amplio margen. Entonces, creyó erróneamente que ello equivalía a un cheque en blanco de la ciudadanía. Equivocada percepción que volvió a experimentar pocos meses después, cuando interpretó que el respaldo popular y de los gobernadores en el inicio de la pandemia del COVID-19 implicaba haber concentrado bajo su mando la suma del poder público.
A partir de entonces, el Poder Ejecutivo decretó -sin ningún tipo de consulta al Congreso de la Nación- una cuarentena interminable, cuyas consecuencias serían gravísimas para los argentinos. Un confinamiento eterno, económicamente devastador, socialmente perturbador, psicológicamente gravoso y sanitariamente contraproducente, se impuso por la sola voluntad del Príncipe.
Más tarde, un pésimo manejo de la crisis sanitaria derivó en haber provocado irresponsablemente una demora injustificable en la provisión de vacunas como consecuencia de una política de compra de las mismas orientada por caprichos ideológicos. Una verdadera atrocidad que provocó miles de muertes que pudieron haberse salvado de haber adquirido el gobierno vacunas en tiempo y forma pensando en la vida de los argentinos en lugar de en atender los compromisos de sus alianzas internacionales tercermundistas.
Disfrazar la realidad, falsificar palabras y hechos, y procurar seguir mintiéndole a los argentinos no sustituye la falta de un plan y una propuesta superadora para resolver una crisis recurrente de inflación, pobreza y estancamiento económico que amenaza en convertirse en una verdadera decadencia.
El general Perón enseñó que la única verdad es la realidad. Una fórmula sencilla y repetida hasta el cansancio que serviría a quienes se dicen sus seguidores a comprender que la aceptación de los hechos representa el requisito mínimo para enfrentar los graves problemas que nos aquejan y buscar las soluciones para remediarlos.
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