En un nuevo ejercicio de irresponsabilidad diplomática, el embajador argentino en Chile, Rafael Bielsa, volvió a provocar un grave daño en la relación bilateral con ese país.
Al cuestionar al candidato presidencial ganador de la primera vuelta electoral en las elecciones sustanciadas el pasado domingo 21, el embajador Bielsa violentó una de las reglas básicas del comportamiento esperable para un representante de un Estado soberano.
Criticar o elogiar a contendientes en una elección en un país extranjero no forma parte de las tareas que se supone debe realizar un embajador. Por el contrario, una regla básica del comportamiento esperable de un representante implica abstenerse de tales actitudes.
Sin tener en cuenta la representación que ejerce, nuestro representante en Santiago no dudó en afirmar públicamente que una victoria del candidato de izquierda sería beneficiosa para las relaciones bilaterales argentino-chilenas. Expresiones como ellas resultan una intromisión evidente en asuntos internos del Estado ante el que está acreditado, despertando fuertes cuestionamientos del Ministerio de Relaciones Exteriores del país trasandino.
De hecho, en un comunicado de la Cancillería chilena, las autoridades de ese país calificaron las palabras del embajador argentino como una “intromisión inaceptable en los asuntos internos de Chile” y recordaron que las mismas “implican una vulneración de las normas de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas”.
La actitud de Bielsa resultaría inaceptable en cualquier circunstancia toda vez que significa una evidente incursión en la política doméstica chilena, al tiempo que adquiere la adicional categoría de la incoherencia dado que su gobierno se ha escudado en el principio de no injerencia en los asuntos internos de otros países para evitar cuestionar las graves violaciones de los Derechos Humanos en países como Venezuela, Cuba y Nicaragua.
No conforme con sus agravios a los chilenos, Bielsa incluso se dio el lujo de cuestionar abiertamente al presidente de Brasil y a un ex presidente de los Estados Unidos. En sus declaraciones, el embajador llegó a calificar a Kast como “pinochetista, anti-argentino y xenófobo” y lo comparó con Jair Bolsonaro y Donald Trump.
Horas más tarde, el gobierno argentino debió aclarar que las declaraciones de Bielsa fueron realizadas “a título personal” y que su pensamiento no representa el del Estado argentino. Naturalmente, una fórmula inaceptable, toda vez que las expresiones de un embajador resultan inseparables de las del gobierno y el Estado que lo dotó de esa jerarquía.
En tanto, a comienzos de octubre pasado, el embajador Bielsa había protagonizado otro triste episodio diplomático. Los hechos tuvieron lugar cuando, actuando como virtual abogado defensor del líder del autoproclamado grupo de Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) Facundo Jones Huala, confundió su rol de representante del Estado argentino con la de quien da aval a un individuo que niega el Estado argentino y que ha protagonizado hechos delictivos promoviendo la disolución nacional a través de proclamas secesionistas.
Desgraciadamente las actitudes de Bielsa no resultan hechos aislados. En rigor, importan una repetida costumbre de la política exterior diplomacia de la Administración Fernández-Kirchner. De hecho, el propio Jefe de Estado ha hecho uso y abuso de un comportamiento internacional basado en criterios ideológicos y gustos personales en detrimento de los intereses nacionales. Un curso de acción que supone un primitivismo diplomático totalmente contrario a los intereses nacionales.
Acaso conviene recordar que el orden internacional vigente está estructurado en torno a un sistema de estados nacionales soberanos, establecido en los acuerdos conocidos como la “Paz de Westfalia”. Dicho ordenamiento dispone, en lo esencial, el principio de respeto a la soberanía estatal alcanzado tras el fin de la guerra de los Treinta Años (1618-1648). Entendimiento que estableció el criterio básico por el cual las relaciones entre estados soberanos deben conducirse conforme a principios estatales con abstención de las cuestiones religiosas.
Dado que en la actualidad y en materia política las ideologías ocupan el lugar que entonces representaban las creencias religiosas, la vulneración de ese principio surge de la permanente injerencia en la que las autoridades argentinas han incurrido reiteradamente. Extremo que pudo comprobarse en repetidas oportunidades en las que el mismísimo Presidente de la Nación ha manifestado sus preferencias por uno u otro candidato en procesos electorales en otros países.
El locuaz doctor Bielsa, a su vez, reúne calidades personales que vuelven aún más graves sus equivocaciones. Supuestamente es un reconocido jurista y un hombre con una extensísima experiencia en el Estado argentino -habiendo prestado servicios a casi todos los gobiernos de las últimas cuatro décadas- y se ha desempeñado nada menos que como ministro de Relaciones Exteriores y Culto. Antecedentes que hacen suponer que no puede desconocer la gravedad de sus actos y dichos.
Una vez más, se ha comprometido el prestigio internacional de la Argentina, nada menos que ante una nación hermana con la que nos une una de las fronteras terrestres más extensas del mundo.
SEGUIR LEYENDO