El pasado 11 de noviembre, a sus 101 años, falleció Nélida Domínguez de Miguel, verdadera leyenda del peronismo histórico que -de la mano de Evita- dedicó su vida a la política y la acción social. Tal vez como pocas, la de Nélida es una historia cargada de pasión y entrega que merece ser contada.
Los orígenes de su acercamiento a la política se remontan a los inicios mismos del peronismo. Aquel 17 de octubre de 1945, ya por entonces movilizada por su fuerte adhesión al coronel Juan D. Perón, Nélida se dirigió a la Plaza de Mayo con sus compañeras del Instituto Malbrán. Dicha acción le valió, al día siguiente, el castigo del director del instituto. Las represalias no tardarían en llegar: perderá su cargo y será enviada a cumplir tareas al serpentario. Pero este hecho transformaría su vida. El cuento llegó, a través de una amiga, a los oídos de quien sería el nuevo ministro de Salud, el legendario Ramón Carrillo. Fue este quien la convocó al enterarse del motivo de la represalia. Sorprendido por la personalidad y capacidad de Nélida, decidió presentársela a Eva Perón, que en ese momento tenía su secretaría en la Legislatura porteña (por entonces el Concejo Deliberante). Las palabras de Evita fueron categóricas: “Usted se queda a trabajar conmigo”.
Allí es cuando Eva le encarga a Nélida -junto con otras 30 mujeres que ella recordaba como “un ejército de mujeres aguerridas”- la misión de conformar el padrón femenino censando a las mujeres, casa por casa, para armar el Partido Peronista Femenino y unidades básicas a lo largo de todas las provincias. Nélida de Miguel fue encargada de organizar la provincia de La Rioja. Pero esta situación, que entraba en contradicción con el estilo de vida esperado para una mujer de aquel entonces, motivó la separación con su esposo, quien no aceptaba su alejamiento temporal: “La política o la casa”. Nélida optó por cumplir su compromiso con Evita.
Estos años de intenso trabajo junto a Eva Perón marcarían el resto de su vida. Ella siempre recordaba aquellos episodios entre lágrimas de emoción. Su militancia hablaba de una época primigenia “cuando había que patearla”, como solía referirse a esas jornadas interminables de trabajo que eran alimentadas por una pasión arrolladora y por un compromiso irrenunciable por la causa de los trabajadores, las mujeres y los humildes.
En La Rioja se abrieron gran cantidad de unidades básicas con cursos de corte y confección, tejido, alfabetización, pintura, música y cocina, razón por la cual la trasladó para las mismas funciones a la provincia de Tucumán. Allí multiplicó sus tareas en la constitución del Partido Peronista Femenino, respaldado por miles de mujeres, sin abandonar en ningún momento la función social.
Al regresar a Buenos Aires, encontró a una Evita ya muy afectada por el cáncer. Nélida recordaría por siempre entre sollozos las palabras de la entonces Primera Dama cuando le afirmaba que no iba a participar en las elecciones como candidata a la Vicepresidencia. Lo que determinaría un dolor infinito, pues había estado trabajando en todo el país con ese objetivo. Fue en aquellos últimos meses de vida de Evita cuando Nélida se mantuvo cercana a ella, acompañándola y cuidándola junto con otras compañeras. A veces -recordaba Nélida- venía Perón a quejarse porque Evita continuaba trabajando a altas horas de la noche a pesar de su enfermedad. Nélida le decía que ella ya dormía, pero no era cierto. Seguía trabajando, a veces pasaba la noche sin dormir. “Señora, por favor, usted tiene que descansar”, recordaba entre lágrimas cuando le suplicaba desde al lado de la cama. Ella contestaba: “No puedo, ¿quién se va a encargar de mis descamisados?”.
Su lealtad fue tal que cuando murió Evita, fue elegida por Perón para acompañar a su lado la cureña que llevaba su cuerpo.
Luego del golpe de 1955, fue despojada de su banca como diputada nacional, a que había accedido poco antes. E incluso fueron a buscarla a la casa de su madre y, como ella no estaba, se llevaron a su hermana. Por eso tuvo que presentarse y fue detenida, soportando tres meses de cárcel en Tucumán. Más tarde Nélida se unió a la resistencia peronista con acciones como la difusión de aquel símbolo de esperanza que fue la flor “no me olvides”. En 1970, en otra acción de resistencia, organizó una campaña con afiches que imprimieron algunos sindicatos preguntando: “¿Dónde está? El cuerpo de Evita”, durante el gobierno del dictador Marcelo Levingston.
En noviembre de 1972 integró la comitiva que viajó para acompañar a Perón en su viaje de regreso al país, luego de 17 años de exilio. Y en marzo del año siguiente volvería al lugar en donde tres décadas antes había conocido a Evita cuando fue elegida concejala porteña, donde desarrolló una gran labor en los barrios mas humildes.
Indudablemente el legado más importante que nos deja Nélida de Miguel fue su lucha constante por los derechos políticos de la mujer. En un acto por los 40 años de la muerte de Perón, siempre con su humor natural e incisivo, sentenció: “Porque es cierto que los hombres trabajaron, pero nosotras, las mujeres, pusimos todos los órganos que había que poner para llevar el movimiento adelante”. Con estas palabras ponía de manifiesto lo que representaba para una mujer en aquel entonces entregar su vida la política. Para ello, debía dejar de lado todos los roles de género tales como ser ama de casa, dedicarse de lleno a los hijos o tener un rol pasivo y de menos jerarquía frente a los hombres.
En sus inigualables discursos, con una voz atronadora que hacía emocionar a cualquier audiencia, reivindicaba que la mujer debía conquistar un rol protagónico en todos los espacios de la sociedad, siempre al lado del hombre, en paridad absoluta, en comunidad, creciendo desde las diferencias. Sin embargo, esta situación debía ser custodiada y respetada activamente: “Los hombres nos hacen trabajar y ellos se llevan los cargos”, deslizó también en aquel acto en las 62 organizaciones.
Quienes la conocimos la recordamos como una mujer extraordinaria, inspiradora, coherente, leal, poderosa. En aquel acto en 2014 por la muerte de Perón, hubo unas palabras de ella que vale la pena destacar en este momento: “a veces es terrible haber hecho tanto por este país, y que nadie lo recuerde. No vamos a recordar sólo a los próceres, y a los que figuraron, están los anónimos que valen más que todos”.
Vaya entonces para ella nuestro homenaje, recuerdo y agradecimiento a un pedazo de historia del peronismo que ha pasado a la inmortalidad.
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