Finalmente los argentinos concurrimos a las urnas con una normalidad y tranquilidad que, si bien ya damos por sentadas, siempre hay que celebrar, y con un escrutinio provisorio digno de resaltar que permitió que a las 21 conociéramos los resultados con tendencias definitivas en casi todas las provincias.
Además, esta vez, a diferencia de lo ocurrido en los días posteriores a las PASO, no hubo ningún terremoto, ni cartas públicas, cruces expuestos ni especulaciones de rupturas o desplazamientos del gabinete. Tampoco hubo un estallido económico, un colapso cambiario, ni una debacle de los mercados.
La semana post electoral estuvo marcada, en cambio, por la batalla discursiva en relación a la definición de ganadores y perdedores de la contienda y, en particular, por la polémica que provocaron en sectores de la oposición los moderados festejos oficialistas. Porque aunque sin duda hubo un único resultado, existen tantas lecturas e interpretaciones como actores en el escenario político. Y, más allá de los números que no pueden ya modificarse, el éxito o fracaso en la instalación de una determinada interpretación sobre quiénes ganaron y perdieron una elección también tiene un efecto directo en el clima social y político, en los posicionamientos y en las expectativas, que no puede soslayarse.
En este sentido, si analizamos los resultados mirando la foto final en términos de porcentajes de votos a nivel nacional, las conclusiones parecen claras. El Frente de Todos perdió por más de 8 puntos frente a Juntos, que alcanzó un 42,5%. Estos datos también reflejan que la polarización entre las dos grandes coaliciones sigue estructurando marcadamente la competencia política en todo el país, aunque con algunas salvedades. Los partidos provinciales alcanzaron casi el 9% de los votos, mientras que la izquierda se consolidó como tercera fuerza nacional con el 6,1% del caudal electoral. Además, habrá que prestar atención a la emergente y heterogénea agrupación libertaria, que alcanzó el 4,6% a nivel nacional, con un excelente resultado en la Ciudad de Buenos Aires y también números muy aceptables en la Provincia de Buenos Aires, aunque por ahora con dificultades para consolidarse en el resto del país.
A pesar de que esta lectura nacional de una elección legislativa marcada por las dinámicas propias de cada distrito es un tanto forzada, la evidente derrota nacional del gobierno se refuerza con la mirada en los resultados provinciales. El peronismo unido sólo triunfó en 9 provincias y perdió en 15, mientras que en 13 de ellas Juntos se alzó con la victoria. Entre los distritos que le dieron la espalda al oficialismo se encuentran los 5 con mayor peso electoral del país, incluyendo a la Provincia de Buenos Aires. Las diferencias además fueron contundentes, por ejemplo, en Santa Fe, donde la distancia fue de 9 puntos, en Ciudad de Buenos Aires donde fue de 22 puntos, en Mendoza de 23, y en la siempre adversa Córdoba el kirchnerismo incluso quedó en tercer lugar, a 44 puntos de Juntos.
Pero, sin duda, la performance de las fuerzas políticas en una elección intermedia, más que en proporción de votos obtenidos, corresponde evaluarla en términos de escaños puestos en juego y ganados o perdidos por cada una de ellas, y también en términos de la composición final de las cámaras del Congreso. En este sentido, las lecturas pueden ser ambivalentes. Por un lado, el dato definitivo de la elección que no puede matizarse es la pérdida del quórum propio en el Senado por parte del oficialismo, que puso en juego 15 bancas y perdió 6, por las derrotas en Chubut, Santa Fe, La Pampa y también en Córdoba, donde se quedó con las manos vacías. Queda entonces configurado un bloque de 35 senadores propios para el gobierno. Mientras, Juntos arriesgó 9 escaños, ganó 14 y alcanzó así una bancada de 31 integrantes.
Sin embargo, frente a las voces que pregonan este hecho como una excepcionalidad histórica y un cambio definitivo de escenario, es prudente recordar que la situación no es tan anómala si consideramos el escenario del 2010 luego de la derrota de un 2009 marcado por el conflicto con el campo, en el que el oficialismo pronto se reconfiguró con la incorporación de aliados al bloque propio. En este sentido, a partir del 10 de diciembre para la vicepresidenta la negociación con los aliados provinciales históricos necesarios para alcanzar el mágico número de los 37 será sin duda más compleja y exigirá de mayores concesiones, pero no será imposible.
Si colocamos la mirada en la Cámara de Diputados, la derrota del oficialismo se suaviza. El Frente de Todos arriesgó 52 bancas y logró retener 50, alcanzando así un bloque de 118 miembros que si bien no alcanzan para el quórum propio, se configura como primera minoría. Mientras, Juntos salió empatado, conservando las 61 bancas que ponía en juego. La llave de la Cámara en definitiva, estará en manos de los partidos distritales, también de la izquierda que va a tener 4 bancas, al igual que Avanza Libertad. En este escenario marcado por mayor paridad en la relación de fuerzas, las negociaciones serán complejas, y la parálisis ante la imposibilidad de ambas fuerzas mayoritarias de alcanzar el número necesario para sesionar es una posibilidad latente.
Ahora bien, desde la introducción de las PASO en el año 2009, el análisis de los resultados de las elecciones generales tiene nuevos matices e interpretaciones al poder hacerse una lectura comparada de los resultados previos. En este sentido, aunque los números consolidados del gobierno a nivel nacional muestran que no se revirtió la derrota y se mantuvo casi la misma distancia con Juntos que la que había registrado el 12 de septiembre, algunos datos contribuyeron a instalar un clima triunfalista de remontada. Especialmente, el resultado en la Provincia de Buenos Aires, en donde la lista encabezada por Tolosa Paz logró sumar cerca de 600 mil votos y achicar la diferencia con la de Santilli a solo 1,3%, logrando así un empate en la cantidad de bancas nacionales que fue central a la hora de conservar la primera minoría en la Cámara de Diputados, y también generando un alivio en el Senado provincial. En algunos distritos esta remontada fue especialmente relevante, como Quilmes, San Martín, Cañuelas y San Fernando, impulsada quizás por las medidas económicas, junto con la gestión y la campaña territorial apuntalada por la militancia. Además, el oficialismo logró revertir los resultados en Chaco y en Tierra del Fuego, sumando dos distritos a la lista de las victorias y también logró ampliar las distancias en Formosa, Santiago del Estero y La Rioja. Finalmente, con estos números, por primera vez desde su consolidación como coalición, Juntos en términos comparados obtuvo peores resultados en las elecciones generales que en las primarias, a pesar de que su electorado creció. Esto fue lo que ocurrió, por ejemplo, en la Ciudad de Buenos Aires, y ya provocó algunos cortocircuitos entre el larretismo y Bullrich.
Otra forma de leer y dimensionar los resultados es la confrontación con elecciones previas, especialmente las legislativas. En esta lectura, a pesar de que si los resultados se comparan con el 2019 el golpe de las urnas es notorio, esta es la onceava elección intermedia desde el regreso de la democracia. En el pasado, mientras que los oficialismos ganaron 5 de ellas, perdieron en otras 5 ocasiones. Y si colocamos especialmente la mirada en el kirchnerismo, los datos reflejan que perdieron 4 de las 5 elecciones legislativas en las que compitieron, incluyendo esta última elección. En definitiva, los malos desempeños de los gobiernos en las elecciones intermedias no son una novedad política en argentina, y tampoco para el kirchnerismo, aunque en esta oportunidad, es cierto que la unidad del peronismo en el Frente de Todos profundiza la dimensión de la derrota.
Finalmente, las reacciones posteriores del resultado no pueden entenderse sin considerar las expectativas previas expuestas por las principales agrupaciones políticas, así como el clima de opinión dominante en la víspera de la contienda electoral. En este sentido, la semana anterior al 14 de noviembre todos los elementos parecieron alinearse para dar un golpe contundente al oficialismo, por ejemplo el aumento del dólar, el dato de inflación de octubre, y los hechos de inseguridad con gran impacto y repercusión mediática. En este sentido, el mensaje grabado del presidente que se difundió de forma inmediatamente posterior a la difusión de resultados refleja que el propio gobierno parecía presagiar los peores pronósticos. En contraposición, Juntos venía levantando demasiado alto la bandera triunfalista y redoblando la apuesta, con la mira en lograr arrebatar el quórum en el Senado pero también la primera minoría en Diputados y disputar la Presidencia. En otras palabras, mientras algunos se prepararon para una catástrofe que no ocurrió, lo que fue suficiente para alimentar la retórica de la épica, otros celebraron anticipadamente un triunfo contundente que finalmente se matizó.
En definitiva, todas estas formas de leer el mismo resultado, poniendo la luz en sus diversas dimensiones reflejan que si bien los números son un dato de la realidad que no se puede modificar ni tampoco subestimar, dependiendo de con qué parámetros se miden, los resultados pueden relativizarse. Pero más allá de los matices, el Presidente parece haber logrado con algún éxito suavizar el peso de la derrota propia, cuya carga parece haber caído sobre las espaldas de la Vicepresidenta y sus seguidores, dando por cerrada esta larga fase electoral y procurando instalar la imagen del lanzamiento de una nueva etapa en la gestión de gobierno, en donde ahora sí, podrá cumplir las promesas pendientes.
En esta lectura, la plaza del miércoles fue más que la celebración de un triunfo, un intento de relanzamiento. Sin embargo, ante la complejidad de los desafíos por delante, la incógnita es hasta cuándo durarán estos nuevos bríos.
*El autor es sociólogo, consultor político y autor de “Comunicar lo local” (La Crujía, 2021)
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