En el presente vemos al desnudo el triunfo del poder y de la codicia sobre todas las virtudes humanas. El poder atraviesa un período en el cual sus diferentes versiones -políticas o económicas- se asimilan, se integran, se comparten. El ciudadano se fue alejando lentamente del exitoso, la pirámide social los distanció y el último golpe de Estado terminó con las limitaciones que protegían al débil. desde entonces la democracia, en distintas formas, continuó su tarea a favor del más fuerte. Antes los ricos debían dar un golpe de Estado para expulsar a los políticos que representando al votante limitaban su codicia, ahora es todo más simple porque pertenecen a la misma clase social, comparten cartel, se apoyan mutuamente. Poderoso caballero es Don Dinero, recordando al genial Quevedo.
Los gobiernos festejan las elecciones como los cumpleaños, con la alegría de continuar, de estar vivos. Disfrutar del poder es un placer en sí mismo, el ego ayuda a imaginar que el resto de la sociedad comparte nuestro estado de ánimo. El egoísmo tiene ese beneficio, incluye el olvido del otro y el repudio a la humildad. El egoísmo y la soberbia vienen juntos, normalmente acompañados por la mediocridad. El materialismo nace como ideología pero se transforma en religión, en dogmas que imponen una visión económica sobre todo lo restante, con una manera de disfrutar el triunfo que incluye la humillación del derrotado o al menos el olvido de los daños producidos. Los ricos son sus obispos y los bancos hacen de sus iglesias, la acusación al caído es la defensa de su perversa explotación al débil. Es todo parte del mismo paquete, fabrican pobres con su ideología y acusan de “pobrismo” a quienes se atreven a intentar reivindicarlos. Antes era la dictadura militar, ahora más suave y confusa, se impone la dictadura bancaria.
Siempre fue revolucionario reivindicar la democracia. Primero Yrigoyen, triunfa y lo derrocan, luego Perón, destaca la justicia social y lo derrocan, luego Frondizi, con el desafío de la industria pesada, luego Illia con la más absoluta transparencia y finalmente Isabel. Ellos son los que hoy integran lo nuevo o sea, el viejo golpismo devenido en propietario de la nueva democracia. Tuvieron su rapto de inconsciencia, cantaron “el que no salta es radical” y el que salta, es de escasa, muy escasa formación democrática. Los errores del Gobierno son infinitos pero la oposición no se consolida como un camino de esperanza al no lograr superar la dura sombra de su fracaso. No se animan a ser mejores, que no es mucho, pero para ellos sí es demasiado. Ni siquiera intentan ocupar el lugar de post peronismo, el ser anti les sale del alma y en ese odio se terminan macerando sus escasas propuestas y limitados talentos administrativos.
Según ellos, la vigencia del presente no imagina otros logros que los económicos, los triunfadores no se enfrentan entre ellos, no importa la escalera de ascenso, corrupta o legal -son detalles- la injusticia es la que separa y la que reúne. Ricos, muchos, oscuros en su gran mayoría, el poder es una escalera y los miles de millones se configuran como el título nobiliario del momento. Antes compraban sangre azul ajena, ahora nada de eso es necesario, solo participar del mundo de los millones, miles, y otros datos, ratas que odian cualquier logro que no sea económico. Entonces el hombre queda reducido a los negocios, eso disfrazado de “modernidad” y en el fondo, compartido por gobierno y oposición.
Desde el Gobierno algunos vuelven con la idea de una Ley de Medios, una visión de conocida raigambre autoritaria de quienes se imaginan únicos propietarios de la verdad. El Gobierno sufrió una derrota indiscutible. Su propuesta queda limitada a las provincias del norte, aquellos reductos donde el peronismo mantuvo su esencia y no se dejó contagiar por las deformaciones de la izquierda. El mismo Presidente, en su discurso se refiere a los derechos humanos como una versión limitada a la mirada de la guerrilla. No terminan de asumir que haber matado en democracia los convertía en traidores a la patria y que el asesinato de José Rucci define la diferencia entre ellos y el peronismo.
Vemos un liberalismo y un izquierdismo sin patria ni bandera. No necesitamos una Ley de Medios para callar a nadie, es tiempo de reflexionar sobre nuestros propios errores, sobre el empobrecimiento permanente de nuestra sociedad más allá de quién fue más dañino, lo triste es que ninguno fue beneficioso. El Gobierno fue derrotado en las urnas, la oposición en sus sueños. Para lo mal que se gobernó los votos opositores desnudan la pobreza de alternativas dignas de convencer. Al Gobierno le restan dos años, que sin duda puede utilizar para mejorar su política. Pudo achicar diferencias con las P.A.S.O., no alcanzaba para festejar pero al menos para sostener la ilusión. El dato de ocupar el tercer lugar en fuga de capitales, junto a dos países infinitamente más ricos que nosotros, ese dato deja al desnudo que el problema económico no está en los subsidios a los necesitados sino, esencialmente, en la desmesura de las ganancias de los enriquecidos.
Mientras no revisemos las privatizaciones no podremos superar el crecimiento de la pobreza y de la deuda. Y por desgracia, en ese robo ambos partidos reparten las ganancias y los olvidos. Necesitamos una persona honesta que se imponga a los negociados y nos devuelva la riqueza usurpada en nombre de las “privatizaciones”. Roban aquí y derraman en los paraísos fiscales. Los cuadernos desnudaron sólo una parte, del otro lado existen otras bibliotecas, la fuga desnuda esa convivencia. La política, esa expresión de las necesidades colectivas, hoy está ausente sin aviso. Y fue la verdadera derrotada en las elecciones.
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