¿Argentina? “Maradona”. Cualquier persona que haya viajado sabe que Maradona es casi un sinónimo de nacionalidad, un pasaporte lingüístico que marca talento, fútbol, pueblo y picardía. Maradona no es solo un jugador de fútbol, un deportista, un ídolo o un famoso. Maradona es parte de una cultura que divide, emociona, pero -hoy más que nunca- interpela.
¿Qué se puede hacer hoy con Maradona? Aprender.
Maradona, desde hace muchos años, no es un ídolo como los de antes: intocable, impoluto, incuestionable. Maradona creció desde abajo y se cayó desde arriba. Eso no lo excomulga de sus responsabilidades, pero sí lo ubica en un lugar que nunca fue de santo en un altar. Ni de ejemplo para que los demás imiten sus conductas.
Hoy la frase del “entorno” que permitía situaciones imperdonables y promovía acciones dolorosas se hace cuerpo judicial. No son influencias, sino cofradías de impunidad y comodidad las que quedan expuestas. Es cierto que la canción habla de la mano de Dios, pero un Dios cuestionado, criticado y admirado por sus virtudes y acompañado (o dejado solo) en sus desgracias. Eso generó una diferencia con los ídolos a los que no se podía criticar. Maradona fue un ídolo criticado. Y que hoy interpela más que nunca.
Su muerte le dolió al pueblo y entre el pueblo que lo lloró hay feministas que lloraban al que siempre habían querido e, incluso, al que criticaron. Aún así no se trata de preguntar -siempre y acá también- dónde están las feministas porque todas hacen lo que quieren o pueden con sus dolores, contradicciones, culpas, enojos y sanciones. No se trata de que el feminismo se vuelva una carga o un boletín de conducta. Sí se trata de promover cambios sociales en donde no se tolere, ni se promueva el abuso sexual.
El dolor no espanta las críticas. Maradona fue un ídolo con entornos complacientes con sus defectos e incitadores de actitudes reprochables (él no buscó a Mavys Álvarez, cuando era menor de edad, en Cuba, sino que se la llevaron para presentarle a una chica que les pareció bonita) que –hoy se ve la peligrosidad de las cofradías machistas- endurecieron sus errores y promovieron sus faltas.
Maradona nunca fue un ídolo usado como ejemplo. Hoy puede ser muchas cosas y puede no ser muchas otras. Y cada quien decidirá si se lo tatúa o si lo destierra. Nunca fue ni quiso ser un ejemplo. Hoy ya no lo puede ser.
¿Qué hacemos con Maradona? Aprender.
La violencia de género es inaceptable. La violencia sexual es inaceptable. El abuso de menores es inaceptable. La trata de mujeres como si fueran cosas es inaceptable. Mirar para otro lado es inaceptable. La historia no se puede retroceder. Pero no se puede volver a repetir.
No hay una sola fórmula, una salida única para tratar, remediar o reinterpretar la historia y percibir el futuro. No se trata de borrar el nombre, no ver los goles, ni de separar las piernas en la cancha de las acciones privadas. No se trata de indicar que es lo que hay que hacer. Pero sí de no tolerar que se vuelva a dejar que un ídolo pueda hacer con jóvenes y adolescentes. No es no y para los famosos también.
Las declaraciones de Mavys Álvarez en Argentina son contundentes: “Diego Maradona me violó mientras mi madre lloraba del otro lado de la puerta”, le dijo a Infobae. No se puede permanecer indiferente. No es lo mismo que sabíamos, no es lo mismo que creíamos, no es lo mismo lo que dice y que genera un dolor intransferible y un límite inaceptable.
No es no.
Y lo que cuenta Mavys Álvarez no puede ser tolerado como parte de un personaje contradictorio. ¿Qué se hace con Mavys? Escucharla, acompañarla, comprenderla y respaldar su reclamo personal, cultural y judicial.
Tiene derecho a llorar. Tiene derecho a contar. Tiene derecho a judicializar. Tiene derecho a pedir. Tiene derecho a hacerlo cuándo y como le parezca hacerlo. Tiene derecho a ser reparada.
El relato de Mavys no es uno más y, al menos, para mí, como para muchas mujeres, no es igual que otras situaciones turbulentas en las que siempre creímos que las denunciantes debían ser acompañadas y no cuestionadas. El relato de Mavys tiene otro cuerpo, otra gravedad, otro tenor. Ella declaró en la justicia argentina por una causa por trata de personas cuando vino al país, en el 2001, a los 17 años, sin que pudiera salir sola ni supieran personas adultas de su familia y en una estadía que ella tipifica como un secuestro en el que no se le permitía salir.
La causa judicial está a cargo del juez federal Daniel Rafecas y los cinco acusados son parte del entorno que acompañó a Diego Maradona, entre el 2000 y el 2001, en Cuba. Ella realizó una declaración en Cámara Gesell junto al abogado Gastón Marano.
Mavys dice que su hija tiene 15 años y que la hizo recordar cuando ella tenía esa edad y conoció, a los 16, a Maradona en Cuba. No importa cuáles sean sus razones o importan para escucharlas. Tampoco la idea despectiva de “quiere plata”. No importa si es así o no. La reparación económica es una de las salidas posibles y no tiene porque ser descalificada o demonizada.
“Diego quería que yo luciera con más senos. No le gustaban los pechos chiquitos. Él quería que me pusiera senos más grandes”, le contó a Infobae Mavys. Escucharla estremece. Modifica. Y marca un límite. Los cuerpos de las mujeres son decisiones de las mujeres. No hay nada que se pueda hacer sin que ellas quiera, decidan y deseen.
¿Cómo sigue la causa judicial en Argentina? El abogado Gastón Marano explica: “Hay una denuncia realizada, un pedido de constituir querella y un testimonio de la víctima. Lo próximo que tendría que pasar es que el fiscal determine si hay delitos perseguibles y, si es así, determinar la investigación para ver si los delitos ocurrieron. Por supuesto que nosotros creemos que sí y vamos a aportar las pruebas que trajo Mavys a Argentina”.
“Si los delitos están prescriptos o son perseguibles en Argentina porque ocurrieron en Cuba es una cuestión secundaria a la posibilidad de una víctima de contar su historia. Después si el sistema de justicia tiene los anticuerpos necesarios para sobreponerse al oscurantismo de ciertos extremos procesales como la prescripción en materia de género y, si se puede adaptar a los tiempos de la víctima, son cuestiones accesorias y por las que hay que dar la discusión en tribunales”, sostiene Marano.
Para él los delitos no están prescriptos. “Hubo intervención de funcionarios públicos y ahí la prescripción se suspende y yo tengo la convicción que no son prescriptibles los delitos análogos a reducción a la esclavitud como dice la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Y, por otro lado, los delitos de índole sexual deben ser acompañados por los tiempos de la víctima”, argumenta Marano.
En agosto del 2018 Claudia Villafañe denunció a Diego Maradona por violencia de género. Ella argumentó: “He sido y sigo siendo víctima de una de las peores formas de violencia de género que existen. Una forma de violencia psicológica, emocional y destructiva, que tiene su peor costado en la repetición. Diego eligió el camino de la sistemática humillación a mi persona”.
“Humillaciones a cada paso como las que me dispensa ahora calificándome de ‘incogible’ de manera pública, o tildándome de ‘vieja’ o que mis órganos ‘no valen dos con cincuenta’. Agravios que para una mujer son una vejación”, afirmó.
Cuando Claudia -conocida por su nombre propio- se consagró con sus ñoquis en Masterchef muchas sentimos algo más que un premio a la cocina: festejamos el reconocimiento del cuidado y de ese padecimiento que, de otro modo, no hubiera tenido. Nunca fuimos cómplices de la violencia de género. Siempre cuestionamos el machismo, en una sociedad que fue creciendo en formas de decir basta y de acompañar a las que salían para que sean protagonistas de su propia vida.
Ella contaba que él podía tener novias, esposas y más hijos, pero no le permitía a ella rehacer su vida o mostrarlo públicamente junto a su familia. Ese sesgo machista es grave. Y no lo admitió la misma mujer que organizó su velatorio. Porque el límite y el dolor no son reglas que no se cruzan.
Muchas mujeres sabemos que tenemos que denunciar y no permitir el peligro de la violencia machista sobre nuestras existencias y que el poder de decir “no” es una de nuestras mayores conquistas. A la vez, que ese poder no quita el dolor o el duelo. Y que eso, además, no es una norma escrita en piedra, ni una imposición, sino una decisión personal, sobre la que es mejor bajar el dedo sobre lo que “se debe hacer” o “corresponde” y ser comprensivas con nosotras y con las otras.
¿Qué se puede hacer con Maradona? Aprender.
Por sobre todo a que marcar el límite del machismo como ejemplo y del abuso como impunidad termine en una cacería entre quienes gritan un gol, flamean una bandera o se emocionan con los sentimientos populares.
Los autores de los actos machistas son los que se tienen que hacer responsables de sus actos. No son las otras mujeres las culpables o las culpabilizadas por las inspectoras de redes sociales que les cobran una multa sin son feministas con exceso de sentimentalidad, dobles faltas o lagrimas corridas. No son esos juicios los que se necesitan para cambiar la historia. Se necesita un futuro que frene los abusos antes de que empiecen y que nunca más tolere que se perpetúen como gracias del dinero, la fama o el poder.
No se trata de repartir culpas, sino de reaprender y de entender lo que no está bien. Y que empezar a culpar mujeres es exactamente contrario a comprender a quienes sufrieron y a enseñar a los más jóvenes a no cometer los mismos errores.
¿Qué hacemos con Maradona?: Aprender.
Maradona no fue un futbolista incuestionable. Fue un jugador que cuestionamos. A veces supimos que hacer y no dudamos. Otras ni siquiera supimos lo que estaba pasando. A veces pudimos llegar a tiempo para reparar. Otras no.
Pero no se puede decir que no lo intentamos o que nos callamos porque se trataba de Maradona. El 3 de noviembre del 2006, hace ya más de quince años, no hubo trono para escribir (o dejar de hacerlo) sobre Diego. En la nota “Paternidades en el closet”, en Las/12, de Página/12 cuestioné uno de los rasgos más machistas y más dolorosos y cuestionables de Maradona: no reconocer a sus hijos e hijas extramatrimoniales hasta después que le iniciaran juicios.
“No es rey, pero para los argentinos es algo parecido. Diego Maradona no sólo tiene, por lo menos, tres litigios por paternidad no reconocida, en Italia y Argentina, sino que también argumentó públicamente que ‘los hijos son sólo los hijos que uno decide tener’. A los que tuvo, sin Claudia Villafañe de por medio, les puede pasar una cuota, pero no verlos, quererlos, ni reconocerlos”, criticaba.
“No reconocer a los hijos es un delito que priva a los hijos e hijas de sus derechos económicos, sociales y de identidad. Además de un delito es una actitud ética y humana. Y en los políticos, funcionarios o modelos sociales esa actitud puede influir en el resto de la sociedad. Es una actitud íntima, pero no privada. No darle apellido, nombre, comida, salud o amor a los hijos es violencia”, enfatizaba. Y enmarcaba: “La paternidad –también- es política”.
La diferencia de Maradona con otros ídolos de mármol es que a Maradona no le festejamos todo, le festejamos los goles y le marcamos los errores, le gritamos la revancha del pibe de Villa Fiorito y no le dejamos pasar que esquivara la responsabilidad paternal.
¿Qué hicimos con Maradona? Aprender.
Y empujarlo a que aprendiera. No fuimos complacientes con sus machismos e irresponsabilidades, no escondimos sus errores, no negamos sus faltas ni supusimos que teníamos que aceptarlo sin que él acepte a sus hijos e hijas.
El reencuentro con Jana y con Diego Jr. son ejemplos que, en algunas cosas, Diego pudo aprender, también algo y que aprendiendo generó amor, identidad y lazo y que él también disfrutó de reaprender a formar algunos vínculos. No alcanzó.
Ahora, nuevamente, Maradona interpela la argentinidad.
¿Qué podemos hacer?
No volver a no hacer nada.
Aprender.
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