Es indudable que el resultado electoral obtenido por el Frente de Izquierda-Unidad ha llamado la atención más allá de las filas de la propia izquierda. El casi millón y medio de voto logrado en todo el país y la conquista de varios diputados nacionales, provinciales y concejales colocó al FIT-U como uno de los ganadores de la elección. Aunque la izquierda en otros países ha realizado elecciones superiores a ésta, el hecho distintivo es que el FIT-U plantea explícitamente una estrategia anticapitalista y socialista y los partidos que lo integran se reivindican parte de la corriente trotskista. De ahí que sea natural que surja la pregunta de qué es el trotskismo, cuál es su trayectoria histórica y su propósito estratégico. Para quienes, como nosotros, luchamos desde hace décadas bajo estas banderas no podemos más que saludar el debate y participar de él con agrado.
Dentro de este buceo debemos ubicar el artículo “¿Qué es el trotskismo?: ¿utopía virginal o experiencia probada y fracasada?” que la periodista Claudia Peiró acaba de publicar en el portal Infobae. Aunque el artículo tiene un sentido crítico evidente contra el trotskismo, la autora admite que proclamamos abiertamente nuestros objetivos, algo que comúnmente no hace el resto de los partidos, sean de derecha, de centro o de lo que sea. En esa línea, la nota consigna que el FIT-U afirma sobre sí que “somos antiimperialistas, anticapitalistas, socialistas y luchamos por un gobierno de los trabajadores de ruptura con el capitalismo” para luego citar reivindicaciones que figuran en nuestro programa, como “plata para educación, salud y trabajo y no para el FMI” entre otras. Pero, como para la autora de la nota tanto nuestros planteos de fondo como las reivindicaciones que formulamos son “utópicas”, los votos que recibimos no pueden ser por nuestro programa sino porque logramos capitalizar la bronca del electorado.
Nótese aquí que se incurre en un error de método. En ningún momento, la nota demuestra la razón por la cual nuestros planteos serían “utópicos”. Alcanza con enunciarlo. De tal modo, se trata de la repetición de un prejuicio, para reforzar en el electorado una conclusión que se supone que ya tenía a priori. La falta de sustento de tales afirmaciones termina, por lo tanto, en conclusiones superficiales. Por ejemplo, que el voto bronca que capitalizó el Frente de Izquierda Unidad es el mismo que el de la alianza La libertad avanza. Así, se pone un signo igual entre el crecimiento de la izquierda anticapitalista con el que lograron los fascistoides de Milei y Espert. La “bronca” claro, es el punto de partida, pero solo eso. Las determinaciones concretas que engendraron el crecimiento del FIT-U , por ejemplo, en las barriadas peronistas del conurbano, son, probablemente por desconocimiento, ignoradas.
La pregunta que cabe, entonces, es: ¿por qué el electorado utiliza al FIT-U para expresar su repudio y no a otras fuerzas políticas? La nota en cuestión propone como respuesta que “la aureola de inocencia con que aparece esta izquierda facilita un voto testimonial”. Llegado a este punto, el sentido de la nota parecería ser demostrar que no somos tan “inocentes” como aparentamos. Para ello, se realiza una reseña del trotskismo a lo largo del siglo XX que estaría destinado a advertirle al electorado que cuando vota al FIT-U lo hace por una corriente político-ideológica, el trotskismo, cuya “utopía está manchada de sangre, aunque hoy se la presente como inofensiva”.
Sucede que el examen del trostskismo presentado en la nota contiene errores que pueden entenderse y hasta admitirse de quien no es especialista en el tema. Pero sobre la base de estos errores, se sacan conclusiones para reafirmar posiciones previas sin sustento y evidencia. Veamos.
No es cierto que la revolución rusa no siguió las leyes marxistas. Un largo debate recorrió al movimiento socialista ruso e internacional en las primeras décadas del siglo pasado. En ese debate se destacó León Trotsky, cuando, prematuramente en 1905, señaló en su libro Resultados y Perspectivas que en Rusia las tareas clásicas de las revoluciones democrático-burguesas -como el reparto de la tierra, la supresión de todo vestigio feudal o la independencia nacional- no seguiría el mismo camino de Inglaterra y Francia en los siglos XVII y XVIII sino que serían resueltos por la clase obrera en el poder con el apoyo del campesinado pobre. La diferencia radical con las revoluciones inglesa y francesa es que ahora existía la clase obrera y eso inhibía a la burguesía a desempeñar un papel revolucionario, ya que temía que la acción de los trabajadores termine amenazando los privilegios e intereses del propio capital.
Trotsky había llegado a esa conclusión no solo a partir de la experiencia de las revoluciones europeas de 1848 sino, especialmente, de la revolución rusa de 1905, cuando la burguesía local termina apoyando al zar contra los obreros insurrectos, cometiéndose la matanza del “domingo sangriento”. El acierto de este pronóstico histórico de Trotsky, que alumbró la teoría de la revolución permanente, quedó probado en la revolución rusa de 1917 de un modo categórico y fue la base para que el Partido Bolchevique ajustara su táctica y estrategia. La tesis de la “revolución permanente” lejos de contradecir al marxismo lo enriqueció con nuevos desarrollos, que partían de sus premisas fundamentales.
El supuesto alejamiento del determinismo económico y su reemplazo por el “voluntarismo” carece del menor fundamento científico y fáctico. Al revés, el punto de partida del análisis de León Trotsky son las modificaciones operadas en la economía mundial y el surgimiento de una nueva etapa del capitalismo (el imperialismo) donde la exportación de capitales de los países de las metrópolis a los países de la periferia crea lo que él va a llamar desarrollos desiguales y combinados, que superan las viejas fórmulas de países maduros e inmaduros para la revolución socialista. Una vasta literatura socialista de esa misma época se dedica a analizar esas modificaciones sustanciales de la economía mundial.
La principal impugnación de la revolución rusa en la nota en cuestión pasa, sin embargo, por otro lado: la idea de que se habría tratado de un golpe de Estado ejecutado y planificado por una minoría.
Lo de golpe de Estado, desde ya, es una simplificación. Podría calificarse del mismo modo la Revolución Francesa y hasta la Revolución de Mayo de 1810. En tanto los cambios no se desarrollen bajo las leyes y normas del pasado, pueden ser calificados como “golpes de Estado”. El ascenso de Adolf Hitler al poder, en cambio, siguió las normas constitucionales vigentes en la República de Weimar en Alemania y entonces no merece esa calificación. El concepto de golpe de Estado está lejos de explicar los fenómenos sociales y políticos ya que los hay de contenidos distintos y hasta opuestos. Por otro lado, que la Revolución Rusa fue planeada y ejecutada por una minoría contradice la evidencia histórica: los hechos fueron exactamente al revés. La toma del poder se produjo a partir de que el bolchevismo conquistara la mayoría en los soviets de obreros, campesinos y soldados, los órganos de poder más democráticos que ha conocido la historia de las sociedades. Ese apoyo de los obreros y campesinos pobres quedó en evidencia con más fuerza luego de instaurado el gobierno de los soviets, cuando hubo que resistir la invasión de 14 Estados extranjeros y el levantamiento en armas de las viejas clases propietarias. Resulta por demás evidente que ningún gobierno puede resistir a semejante agresión si carece de un apoyo popular masivo y mucho menos organizar un ejército mediante un reclutamiento de obreros que termine ganando una guerra a fuerzas armadas profesionales de los principales Estados imperialistas.
Los sucesos inmediatamente posteriores a octubre de 1917 prueban exactamente lo contrario a que la dirección bolchevique fuese un grupo de criminales sedientos de sangre. Con una ingenuidad que luego se pagará muy cara, el gobierno de los soviets decide perdonar e indultar a todos los generales zaristas pidiendo para ello solo un juramento de palabra. Estos generales y cuadros del ejército, orgánicamente ligados al zarismo, romperán ese compromiso de palabra y serán los organizadores de los llamados “ejércitos blancos” que llevarán adelante, junto con las potencias extranjeras, una feroz guerra civil que costará la vida de millones de obreros y campesinos.
En relación con la cuestión del partido, se presenta a la formación de los partidos comunistas como un hecho conspirativo contra los propios trabajadores. Se trata, obviamente, de otro prejuicio. ¿Esa caracterización se extiende a los partidos burgueses o pequeñoburgueses o la única clase social que no puede tener sus propios partidos es la clase obrera? La diferencia que existe entre los sindicatos y los partidos políticos de la clase obrera, puede decirse, es la misma que existe entre las asociaciones patronales y los partidos políticos de la clase capitalista. En ninguno de ambos casos los primeros sustituyen a los segundos. La lucha política tiene determinadas reglas que no pueden ser asumidas por organizaciones reivindicativas.
Tampoco es cierto que Stalin y Trotsky representaron dos formas de defender a la Revolución Rusa. Como demostró Trotsky en su libro La Revolución Traicionada, Stalin y el estalinismo fueron la expresión de la burocratización de la Revolución Rusa, resultado del aislamiento y del atraso del país. La burocracia que había sustituido a la clase obrera en el manejo de la economía y del Estado detentaba fuertes privilegios, pero no los tenía asegurados por el derecho de propiedad, que habían sido eliminados por la revolución de octubre. Convertir esos privilegios en derechos de propiedad requería eliminar las transformaciones establecidas por la revolución y proceder a la restauración del capitalismo. El objetivo final de la burocracia no era otro que ese. La eliminación de la vanguardia bolchevique, entre ellos del propio Trotsky, respondía a este objetivo estratégico de la burocracia. La lucha entre Trotsky y Stalin no era por formas distintas de defender la revolución sino entre quienes defendían su preservación y extensión y quienes querían marchar a una restauración capitalista. El pronóstico de Trotsky de que si la clase obrera no lograba derribar a la burocracia ésta avanzaría en derribar al estado obrero nacido en octubre de 1917 se reveló un acierto histórico enorme. Si alguna duda cabe alcanza con ver a Vladimir Putin, un integrante de los servicios de espionaje de esa nomenclatura burocrática, estar a la cabeza Estado claramente restauracionista.
Esta lucha entre la defensa de la revolución y la contrarevolución y entre la defensa del Estado obrero y la restauración capitalista se jugó en el tablero mundial. Tiene razón Peiró cuando afirma que Stalin desarrolló una política exterior favorable a los compromisos con los gobiernos imperialistas y, más en general, de preservación del sistema capitalista. Pero como no podía ser de otro modo, esa política exterior era la continuidad de su política interior. En el mismo sentido, la política exterior que defendió Trotsky y su corriente era también coherente con la política interior que promovía para la URSS. La cercanía de la II Guerra Mundial le dio a esta lucha política una conexión directa con la necesidad que tenían los pueblos del mundo de evitar un nuevo choque bélico de escala planetaria. La lucha de Trotsky para impulsar la revolución en Europa, llevando al triunfo las revoluciones que habían estallado en España y también en Francia, eran el recurso último para evitar la II Guerra Mundial.
El derrumbe de la URSS y la restauración capitalista posterior derivó en un rediseño de la izquierda a nivel mundial. Los partidos comunistas abandonaron hasta de palabra la lucha por el socialismo y se reciclaron como partidos centroizquierdistas de las clases capitalistas de sus respectivos países. Pasó con el PC italiano, el PC francés, el PC del estado español, etc. En América Latina ocurrió otro tanto. El PC argentino, por lo pronto, integra el Frente de Todos hegemonizado por el peronismo. Esa integración abierta y definitiva al capitalismo tuvo como consecuencia el abandono también de la lucha contra los agravios que el capitalismo genera contra los pueblos del mundo en todos los planos, sea el social, económico, ambiental, etc.
Los partidos que, siguiendo los planteos históricos del trotskismo, continuaron la lucha por el socialismo quedaron a la vez como los depositarios consecuentes de todas las causas populares contra el capitalismo.
Por eso, cuando el Frente de Izquierda participa en luchas ambientales o de la mujer no hay un intento de esconder o disolver el programa sino un mérito que es resultado de un desarrollo histórico concreto.
Finalmente, contrario a todo idealismo el materialismo marxista define al ser por sus manifestaciones. No hay una esencia por fuera de las mismas. El hombre es lo que hace. El trotskismo también es lo que hace. ¿Qué es el trotskismo entonces? Es la única corriente política a nivel mundial que lucha por terminar con el capitalismo y por una sociedad socialista. Con esa estrategia es capaz de participar e impulsar todas las causas populares y enfrentar todo tipo de opresión y explotación. La elección del FIT-U es un paso en esa dirección.
El autor es dirigente del Partido Obrero-Frente de Izquierda Unidad. Legislador electo Ciudad Autónoma de Buenos Aires
SEGUIR LEYENDO: