Hay algunos detalles que parecen simbólicos pero yacen en el trasfondo de los prejuicios y al diseccionarse pueden ser reveladores también de políticas públicas. En una nota sobre el pobrismo, al que define como “la ideología de ricos para aliviar el sentimiento de culpa”, el historiador Loris Zanatta se preguntó por qué el presidente de México Andrés Lopez Obrador elige describirse como un “hombre sin tarjeta”. Concluye en que para el mandatario, decir que no usa tarjeta de crédito es una forma de mostrarse mejor que los otros, con una especie de superioridad moral sobre esos otros seres materialistas que no están como él cerca de los pobres. Si detrás de esta lógica de superioridad moral para la comodidad de las conciencias progres, sólo hubiera una careteada podría ser apenas un toque folklórico de populismo latino. El problema es que en la aberración del mercado y el comercio también hay una aberración de la libertad y un pensamiento político y económico que endiosa la pobreza y el tutelaje de los pobres.
En Argentina el FMI simboliza “los humos del diablo” que Loris Zanatta le asigna a ese objeto ya normalizado que simplifica tantas cosas y que conocemos como tarjeta de crédito. Y el FMI también simboliza lisa y llanamente el crédito del que ningún país puede prescindir para crecer; hoy es algo así como la tarjeta de crédito del país o parece ser más claros, como el Veraz, sin cuyo visto bueno no podés acceder a otros créditos.
En este momento de Argentina no es una opción no acordar a menos que se quiera visitar el abismo. “Si no alcanzan los dólares o no hay acuerdo con el FMI, ¡ajústense el cinturón!”, advirtió hoy Martin Redrado. Algo con lo que acuerdan la mayoría de los analistas.
El kirchnerismo desde sus orígenes eligió al Fondo como enemigo. Y también como símbolo nacionalista el hecho de que el país lograba deshacerse de su injerencia por el pago cash de la deuda realizado por Néstor Kirchner. Ya sabemos cómo aprecia el kirchnerismo la construcción del enemigo como forma de hacer política.
Ante esa bandera intocable, está tan afincado que cualquier negociación sería una claudicación que romper el tabú en circunstancias donde realmente no queda otra derivó en una de las mayores tensiones internas en la coalición de gobierno y en una perjudicial postergación de la solución del problema aún cuando las circunstancias eran relativamente amigables.
A comienzo del año, hasta el Papa se había involucrado en intermediaciones de buena fe. El caso demuestra una vez más cómo le cuesta al oficialismo y sobre todo a la facción K bajarse de su relato aunque mantenerlo profundice los daños existentes. Esa intransigencia dogmática se vuelve ciega a los perjuicios que sufre el país por no normalizar su situación.
Es curioso, porque antes de las elecciones y confiados en mejores resultados, en el gobierno decían que Cristina frenaba el acuerdo justamente para ganar los comicios porque de lo contrario, si arreglaban con el Fondo, iban a ser inevitables las subas de tarifas y un ajuste fiscal. Y sin embargo, pisar el acuerdo no redundó para nada en un triunfo electoral sino en una derrota que les duele tanto que hasta les cuesta reconocerla.
En ese delirio de festejar la derrota con tal de no aceptar la realidad uno puede encontrar un patrón político de conducta en el kirchnerismo y especialmente en Cristina que roza el capricho. Si algo no les gusta y no pueden cambiarlo, buscan imponerlo a fuerza de relato y ese relato termina chocando en colisión frontal con la realidad al filo del abismo. Lo mismo está pasando ahora. Y lo peor es que esos problemas que no se solucionan se agravan.
En estas horas, el organismo de crédito, admitió que mantiene un “fuerte y frecuente” intercambio con las autoridades de Argentina, aunque señaló que no hay un cronograma de negociaciones. Volvieron a hablar de la necesidad de un plan integral duradero que tenga amplio apoyo político y social. Si en efecto no hay opción a acordar, y se requiere un amplio apoyo político, al menos en la dimensión pública, el Gobierno aún no da señales de cohesión interna sobre el acuerdo ni de una voluntad real de un llamado al diálogo a la oposición.
A cuatro días de la derrota electoral el gobierno no logra salir del modo pendenciero de campaña. El mensaje intrusivo del Presidente en medio de los resultados electorales pareció más despecho por la derrota que genuina vocación por retomar la iniciativa. Y el acto en Plaza de Mayo multiplicó el espíritu faccioso. Cuando el tiempo no sobra, otra vez la interna peronista parece imponerse sobre las urgencias.
El economista y sociólogo Juan Llach describía la gravedad del momento en estos términos: “Urge una acción certera para evitar sufrimientos mayores a millones de argentinos. Si la dirigencia política no reacciona, más y más personas se preguntarán para qué sirven la política y la misma democracia, como se vio en más abstenciones y votos antisistema en las elecciones recientes.”
Definitivamente, se terminó la hora de las careteadas. Ojalá se den cuenta. Ojalá estén a la altura.
* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” (Radio Mitre)
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