La campaña que busca emparentar a Javier Milei con el nazismo

Se agarran pequeñas verdades, se le suman descontextualizaciones descabelladas y exageraciones deshonestas, para mezclarlas con mentiras y obtener el combo buscado: artículos confusos y argumentos rebuscados

Milei junto a Victoria Villarruel, que también será diputada nacional, y Ramiro Marra, quien se convertirá en legislador porteño

Técnicamente en el mundo ya no hay “nazis”, ya que no hay Partido Nacional Socialista Obrero Alemán. Sin embargo, el calificativo de “nazi” se usa bastante seguido, sobre todo cuando se busca asociar a una persona o espacio político al más atroz de los totalitarismos.

Claro que la asociación no siempre se aplica de la forma más justa. Aunque la izquierda y muchos medios de “centro” (en Argentina y en el mundo) busquen asociar a Javier Milei con el nazismo con argumentos tirados de los pelos, lo cierto es que lo único similar a la metodología nacional socialista es la acusación en sí. Es que no es más que la estrategia goebbeliana de insistir con una mentira hasta que se termine convirtiendo en realidad. La premisa de Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler, se cumple casi al pie de la letra. Se agarran pequeñas verdades, se le suman descontextualizaciones descabelladas y exageraciones deshonestas, para mezclarlas con mentiras y obtener el combo buscado: artículos confusos y argumentos rebuscados, que busquen asociar al fenómeno libertario con uno de los autoritarismos más inmundos de la historia de la humanidad.

Y es lógico que no sean pocos los que muerdan el anzuelo. No es la mayoría del público la que se interesa en la política, la historia y las ciencias sociales. Para la gente en general, las cosas importantes de la vida pasan por otro lado, aunque los más políticos consideremos que esa actitud, casi de menosprecio por la cosa pública, termine resultando carísimo. Incluso para ellos mismos.

De adolescente, con menos formación e interés en lo político, sin mucho acceso a internet e ignorante sobre el alcance de la manipulación mediática de la izquierda, yo lamentaba una contradicción incómoda. Uno de mis actores predilectos, protagonista de mi película preferida, “El planeta de los simios”, era nazi. Cada vez que veía a Charlton Heston y repasaba las líneas en mi cabeza de un guion que me conocía de memoria, me generaba problemática la cuestión que el artista, a mí, por mi condición de judío, me hubiese mandado a un campo de concentración y exterminio. Es que Charlton Heston era nazi. Lo había leído en varios artículos de diversos medios. Pertenecía a una organización de “extrema derecha” y se regodeaba de norteamericanos que, a pesar de haber sido los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, admiraban al Führer.

Lo cierto es que toda esa incomodidad que duró años fue absolutamente en vano. Cuando me interioricé un poco más en la cuestión política comprobé que Heston, el intérprete del Coronel solitario y valiente que lucha por escapar de los simios parlantes, no era nazi. Solamente formaba parte de una organización que defiende la tenencia de armas y era votante del Partido Republicano, como la mitad de la población de Estados Unidos. En Buenos Aires, un joven que poco le interesaba la discusión política norteamericana, vivía con un conflicto interno, producto de las mentiras y la desinformación emanada de los sectores más ideologizados del Partido Demócrata. Y parece que los progres son bastante parecidos en todo el mundo. Si hay algún extremista, racista o antisemita que forme parte de la Asociación Nacional del Rifle, que fácil que resulta hacer una ensalada, que no tenga otra finalidad que la de manipular al público.

Algo parecido pasó con la presencia del joven confundido que dijo presente el domingo en el Luna Park con una bandera confederada en la espalda. Hecho que llegó a todos los grandes medios, que no dudaron de tildar al acto como de “extrema derecha”, y de paso vincularlo hasta con el nazismo. Afortunadamente, las redes sociales mostraron que, como estuvo ese muchacho no representativo, también flameó una bandera del Estado de Israel, enarbolada por varios militantes. Sí, en el acto filonazi, del candidato que habla más de Moisés que de Jesús, y del que se vieron varias fotos con kipá en la cabeza, además de haber participado de diversos eventos organizados por la comunidad judía.

Simpatizantes de Milei en el Luna Park el domingo por la noche

Resulta increíble que una supuesta manifestación de otro asistente, que parece que dijo algo en contra de “los negros” en un momento del acto, sirva como argumento periodístico para comentarlo junto a un posteo en Twitter de un votante de Milei, de claro tinte antisemita. Si mezclamos esa cuestión con el hecho de que algunos supremacistas blancos en Estados Unidos utilizan la bandera de Gadsen, que nada tiene que ver con el racismo, parece que hay un caso sólido como para tildar de neofascista a un movimiento político que el fin de semana cosechó el 17% de los votos.

A la descontextualización engañosa, se le suma la mala intención de visibilizar lo que cualquier partidario pueda decir en sus redes sociales, y asociarlo al pensamiento de un determinado candidato. ¿Alguien se imagina que declaraciones podríamos obtener en un acto del Frente de Todos? Sin ir más lejos, este domingo de elecciones, estuve compartiendo una de las mesas de la escuela La Salle con un fiscal kirchnerista que era, lisa y llanamente, un nazi hecho y derecho. Planteaba que “por algo” los judíos tuvieron problemas en todos lados a lo largo de la historia, argumentaba los oscuros intereses económicos sionistas que dominan el mundo y hasta se animó a cuestionar aspectos del holocausto descritos la historia oficial de la Segunda Guerra, ya que la misma fue escrita por el bando ganador.

En ningún momento lo interrumpí. Probablemente si el joven hubiera sospechado que estaba debatiendo con un judío hubiese al menos medido sus palabras. Prioricé escuchar sus descabellados argumentos, solamente para tratar de comprender qué tiene esta gente en la cabeza. Claro que, bajo ningún punto de vista, se me ocurriría responsabilizar al candidato Leandro Santoro o al presidente Alberto Fernández por los desvaríos de su partidario. Esto, que sonaría una locura por donde se lo mire, además de una deshonestidad intelectual descomunal, sí pasó con un fiscal de Milei en las PASO, que tenía lo mismo de nazi que Charlton Heston. Un sociólogo kirchnerista comentó preocupadísimo en su cuenta de Twitter, que conoció a un joven fiscal de La Libertad Avanza con el “águila nazi” en su pantalón. El comentario viralizó primero a manos de la platea kirchnerista denunciante, pero luego gracias a los libertarios irónicos, ya que se supo que lo que tenía puesto el chico era un short de la selección de Alemania. No son muy futboleros los progres.

Puesto de merchandising de Milei y La Libertad Avanza en las afueras del Luna Park

La campaña, la fiscalización y el acto de la fuerza libertaria porteña tuvo varias desprolijidades. Es un hecho. Lo cierto es que se trató de un debut en tiempo récord, y si bien uno puede señalar con el dedo diversas cuestiones como la de un hombre de seguridad que amagó con desenfundar un arma ante una eventual amenaza, la verdad es que no es fácil armar de la noche a la mañana una estructura semejante a la de las fuerzas tradicionales. Los nuevos diputados liberales, si desean seguir creciendo en el mundo de la política, deberán profesionalizarse en estos sentidos más técnicos, que poco tienen que ver con la discusión ideológica, ámbito donde son más fuertes. Lo que es un desatino es que espacios como el peronismo se manifiesten indignados por estas cuestiones cuando, antes de ayer, ya que no hace falta irse a la masacre de Ezeiza en los setenta, se agarraron a tiros en San Vicente, el día del traslado de los restos del General.

Los espacios políticos mayoritarios como el macrismo y el kirchnerismo, que se rasgan las vestiduras y fogonean estas fake news exageradas y descontextualizadas, tienen dirigentes en la primera línea que han manifestado varias barrabasadas en los últimos años, muchas de las cuales se dijeron hasta en el parlamento. No hace demasiado tiempo, Miguel Ángel Pichetto, candidato a vicepresidente de Mauricio Macri, manifestó en el recinto que habían “argentinos de religión judía” y “argentinos argentinos” que fallecieron en “el denominado atentado de la AMIA”, dando a entender que los judíos vendríamos a ser una especie de ciudadanos de segunda categoría, o, al menos, diferentes a los argentinos de verdad. Leopoldo Moreau, radical histórico y actualmente hombre de Cristina Kirchner, acusó al diputado Waldo Wolff de estar vinculado al Mossad, sin evidencia más que su condición de judío.

Pero, aunque los partidos mayoritarios tengan a estos personajes en sus máximas líneas de representación, utilizan como argumento descalificador la bandera de un partidario en soledad, el símbolo de la serpiente que mal usan un grupo de inadaptados en Norteamérica o el comentario de un seguidor en las redes sociales.

Nada de todo esto es serio. Aunque se repita y se repita, en todos los medios y como un mantra, como recomendaba el encargado de la comunicación del Tercer Reich. Pero, lamentablemente, siempre en la cabeza de la gente, algo queda.

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