
A dos años de iniciado el Gobierno de unidad peronista, kirchnerista y de la izquierda no trotskista, han concluido las elecciones PASO y las recientes elecciones legislativas. En ambos casos, Juntos se impuso por un porcentaje levemente superior al obtenido por la fórmula “Fernández-Fernández” en la primera y única vuelta del 2019. Por decisiones que quedarán para los historiadores, el Gobierno dejó pasar la oportunidad de avanzar fuertemente en un acuerdo con el FMI en el momento más caliente de la pandemia durante la segunda mitad del 2019.
Más de un año después, el clima con ese organismo internacional, donde los EEUU y, en menor medida Europa y Japón, tienen un poder decisivo, dista de ser fluido. El plan, vamos viendo, ya no tiene margen y la excusa de no dar malas noticias o rasgar el relato anticapitalista hasta las elecciones del 2021, ya no tiene más utilidad.
Todo ello en contexto de una inflación proyectada a más del 50 porciento durante el presente año y más del 60 porciento para el que viene. Así como una raquítica proyección de crecimiento del 1.2 del PBI para el 2022. Todo sobre un volcán social con más del 42 porciento de pobreza y una fuerte caída del salario real en el decreciente mundo de los trabajadores en blanco, sin mencionar a los de la economía informal.
Estos dos años también estuvieron acompañados por una política exterior más pensada en las minorías intensas pequeño burguesas del frente oficialista, que en la tercera sección electoral del conurbano bonaerense. Un mix de sobreactuación ideológica, tomando abiertamente partido por sectores políticos dentro de países como Brasil, Chile y Perú; y al mismo tiempo de aplicar selectivamente el tema de no injerencias en los asuntos internos de los Estados frente a dictaduras, como Nicaragua, Cuba y su muy controlada Venezuela.
Al mismo tiempo, mostrarnos como compañeros de ruta en el relato de Andrés Manuel López Obrador en ciertos temas de política externa. Olvidando que el mandatario mexicano, que ya está pensando más en el día después de cumplir su mandato y el rol de símbolo y referente que busca tener, tiene muy claro qué líneas rojas no cruzar en su vínculo estratégico con Washington. La Casa Blanca y las principales agencias de los EEUU saben qué tomar en serio y qué no del gobernante mexicano. En otras palabras: dos jugadores que se conocen de memoria y que les basta hacerse alguna seña o mirada para que todo esté claro.
Nada de lo que tenga el Gobierno argentino con los mandos políticos de la superpotencias americana. En caso de duda, ver los videos sobre el diálogo entre el Presidente argentino, Alberto Fernández, con Joe Biden en la pasada reunión del G20 en Roma. Ni qué decir con John Kerry. En otras palabras, hacer seguidismo de México en temas que sean del interés de Washington es jugar las Champions League con un equipo de primera B.
Por todo ello y en vistas a los próximos dos años, cabe preguntarse si esa política exterior al servicio un relato interno que hace agua por todos lados y que no rinde electoramente, continuará o se pondrá al servicio de una relación fuerte y pragmática con los EEUU, Europa, Brasil, Chile, Colombia, Uruguay, entre otros.
Esa falta de pragmatismo llevó a postergar la recepción de vacunas contra el COVID-19 que no fuesen chinas o rusas. Cabe recordar el discurso de la hipervicepresidente de Argentina, Cristina Fernández, cuando el pasado 24 de marzo dijo que China y Rusia eran los aliados y socios frente a la pandemia y que para EEUU quedaba el rol de Orlando y sus parques de divertimento y Nueva York, pasándola bien en familia.
Para bien o para mal, el mundo en general y el argentino en particular sigue pensando en dólares, su presupuesto de Defensa es 10 veces el ruso y más de 3 veces el chino, el 90 porciento de las primeras 20 mejores universidades del mundo son americanas, sus empresas privadas llevan personas y cargas al espacio como una tarea ya casi rutinaria, la mayor parte de las redes sociales que usa el mundo son empresas americanas y el mismo servicio GPS en nuestros autos y teléfonos, proviene de una treintena de satélite del Pentágono. Eso sin mencionar que son el único país con el suficiente porcentaje para poder vetar por si solo cualquier acuerdo con el FMI.
A escala más regional, cabría ser más cuidados en la proyección lineal sobre que la izquierda se quedará sí o sí con Chile en las próximas elecciones y Bolsonaro tiene como destino escrito en piedra, tener un solo mandato. Una política exterior más ligada a los intereses nacionales y menos a los relatos internos con rendimiento decrecientes será de suma utilidad para ayudar al país a comenzar a salir de su actual situación crítica.
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