Retrato intermitente de la Argentina

Los argentinos han fracasado como organización social. La desconfianza entre dirigentes y dirigidos es muy grande

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Este domingo se celebraron las elecciones generales (REUTERS/Agustin Marcarian)
Este domingo se celebraron las elecciones generales (REUTERS/Agustin Marcarian)

Se ha votado. Un día de mucha luz, temprano, a poner boletas en las urnas. Hay que decir que, aún en las franjas y sus personajes representativos de lo que expresa sin ocultarlo un poder “natural” emanado del pueblo, el país se ha asentado en su democracia. A los ponchazos, pero ahí está.

En esta caso, no se ha tratado de peronismo o antiperonismo. Un poder transformador en crecimiento económico, transparencia, sin manifestaciones, casi porno de corrupción y desprecio por los matices de opinión, se hubiera impuesto en las legislativas. Pero no. Un aire viciado fue envolviendo todo y el cansancio venía anunciándose. El Gobierno gobernará como está establecido cuando fue elegido de manera legítima, aunque desde el principio estuvo a la vista que la fórmula era formal, pero no verdadera en la manija del poder: como una emboscada, se tendió la posibilidad de eternizarse.

Todo ha sido analizado y examinado en buenas piezas de periodismo – ensayos veloces a menudo- muchas veces y con libertad de expresión alta. La insistencia fóbica y política acerca de los “medios hegemónicos” que manipulan cerebros y una realidad distorsionada para tapar otra, verdadera y radiante, es un ariete para conseguir una voz única donde se pudiera ofrecer un mundo feliz parido por héroes de una revolución imaginaria. Ya nadie compra, en sus cabales, ese vejestorio ideológico y peligroso. A sus personeros se les ve el plumero.

Aunque la mayor intensidad democrática y su naturalización resulta un hecho valioso, en el pensamiento del observador curtido -un aporte sin pretensión y en tranquila soledad, sin secta ni corporación- la Argentina tiene que darse cuenta de sus errores y falsedades que conciernen a la construcción colectiva. Allí hay una deuda grande, y si no se cambia y satisface, si se continúa con miopía y soberbia -una mezcla muy desagradable si se le agregan unas gotas de mediocridad rampante-, no avanzaremos del todo frente a los desafíos abismales que nos muestran los colmillos.

La decadencia de un país que -y es un solo un dato- en 1945 tenía mucho menos analfabetos que en Italia y en España, aunque se tropieza ahora a cada rato con un retroceso desolador, recorre la mezquindad extendida, la manera rencorosa de vinculación entre personas o grupos, el mal trato impenitente entre nosotros. Tratarse bien entre las personas mejora, cambia en todo aspecto: confianza, optimismo, energía comercial, cultural, relación entre generaciones, actitud favorable hacia el respeto entre ideas. Durante la segunda presidencia de Mitterand se empleó como política de Estado. En el principio se tomó con sorna: “pase usted”, “cómo no”, “muchísimas gracias”, como mofa por parte de franceses históricamente malhumorados. Pero al tiempo dio resultado con efecto en la economía, el turismo, un rodar de la vida más serena, más distendida.

Aquí –además del mecanismo de la democracia y los hechos específicos de estas horas, ya en buena salud-, ocurre lo contrario. Cada vez nos tratamos peor. Sería ilusorio que el tobogán argentino no incluyera a las mentes de quienes habitan el gran espacio que abarca la Argentina. Manifestaría su tendencia a disfrazar la verdad o la invención de una verdad que pone en un paquete disparatado: la Europa de América Latina, todo lo “familieros” que somos –por favor-, nuestro amor por la cultura -por favor-, la belleza de nuestros ejemplares humanos tan distintos a los seres pequeños del vecindario geográfico. Nuestro juego limpio en el deporte -por favor-, nuestra ya definitiva gritería como estilo de conversación y vínculo. En los viajes en avión produce un malestar que no falla cuando llegan las bromas vociferantes, las canciones, la exhibición de las compras: por favor, por favor, por favor.

Se declara la prensa de tanta pobreza, pero hasta ahí, chau, olvídate, se ha puesto de moda decir. No pocos líderes encumbrados hablan y hacen discursos con errores, con insultos al idioma y la inteligencia. Manejar en calles y carreteras es espantoso. Violencia, amenazas, velocidades de miedo. Los más feroces asesinos pasean las calles.

Tenemos, sí, esta democracia y no habrá vuelta, una democracia ya puesta entre pecho y espalda. Es mucho, vale mucho. Pero los argentinos han fracasado como organización social. La desconfianza entre dirigentes y dirigidos es muy grande.

Entre gente de todos los días también. Y esa es la fisura entre la democracia sostenida y la congregación de los habitantes del país. Una aclaración pertinente es que el observador curtido no reúne estos apuntes como salidos de un cubilete desde la lejanía o por arriba. Hace parte de lo expuesto, tiene que ver. No se trata de una crónica marciana. Solo que ponerlos -los apuntes, incompletos porque sería una historia sin fin, retrato intermitente por eso mismo- se niega, no se aceptan por vanidad o espíritu aldeano. Mencionarlos y puestos a distancia de los ojos, pueden verse o mirar para otro lado. Es posible.

Hacerlo, sin embargo, no sobra, todo lo contrario. La mirada social de dron deja un panorama yermo. Es la razón para visualizarlo cuanto antes, ya. No es para mal de ninguno. Cualquiera puede completarlo.

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