Comienza un país distinto, con más de lo mismo

Lo verdaderamente importante es que Argentina no puede seguir en la senda de irresponsabilidad, la negligencia y el atraso que ha transitado hasta aquí durante los últimos tiempos

El Congreso de la Nación

El fin del proceso electoral marca definitivamente cambios en este nuevo período que comienza. Poco importa a esta altura el conteo por la composición final de las Cámaras en el Congreso Nacional o el desdén que pueda mostrar el gobierno hacia el impacto que puedan tener en los hechos el reciente resultado electoral. Lo verdaderamente importante es que Argentina no puede seguir en la senda de irresponsabilidad, la negligencia y el atraso que ha transitado hasta aquí durante los últimos tiempos. Tampoco importa a esta altura si el kirchnerismo cree que todos los males han sido responsabilidad de Mauricio Macri, de la pandemia o “del capitalismo que no funciona”. Las circunstancias obligan a partir de ahora cambios que indefectiblemente deberán ser parte del recorrido que queda.

El Gobierno se enfrenta a la encrucijada de tener que elegir entre tres caminos bien diferentes entre sí: la ortodoxia y la racionalidad por un lado, la radicalización hacia más autoritarismo y menos sentido común por el otro, o definitivamente seguir trazando el fracaso a través de lo que han puesto en práctica hasta aquí: intentar aguantar con la esperanza puesta en que todo este delirio resista hasta el 2023.

Las circunstancias obligan a partir de ahora cambios que indefectiblemente deberán ser parte del recorrido que queda

La ortodoxia y la racionalidad tienen que ser el único camino. Los 19.000.000 de pobres, los 5.000.000 de indigentes, el 10% de desocupación, la marginalidad social, el conurbano bonaerense hundido en la miseria más absoluta atravesado por las huestes de la inseguridad y el descontento general que emana de una sociedad harta, infieren en la necesidad de que la racionalidad sea la gran victoriosa.

Desde que asumió Alberto Fernández hasta aquí se han creado a razón de 4.000 nuevos pobres por día: 2.000 de ellos han sido indigentes. Más villas de emergencia, más muertos por inseguridad, menos trabajo y menos educación. Esto es absolutamente inviable. Entender que Argentina no puede seguir así es el primer paso para intentar hacer de esta una tierra más normal. Dejar de lado el hostigamiento al sector privado, entender que el mundo debe ser nuestro socio principal, que las deudas deben pagarse y que la generación de empleo a través del fortalecimiento de las instituciones (especialmente de la Justicia) y de las inversiones debe ser el principal motivo por el que cada día los políticos de este país se levanten de sus cómodas camas. Dejar de lado el pobrismo del asistencialismo social, la humillación al que menos tiene haciéndoles creer que su alimento depende del puntero político, y la estigmatización del que aún tiene algo más que muchos porque logró evitar la pobreza generada por el kirchnerismo, es también parte del sentido común.

Desde que asumió Alberto Fernández hasta aquí se han creado a razón de 4.000 nuevos pobres por día: 2.000 de ellos han sido indigentes

El otro camino posible es la radicalización. El miedo de muchos sectores de que el camino hacia la venezualización de la Argentina se acelere aún más, sin freno ni retorno. Este escenario siempre es una posibilidad, aunque cada vez más remota: la radicalización es incongruente en un país ya sin recursos, con buena parte de la sociedad que quiere un país distinto y con las fuerzas de seguridad siempre del lado de la gente, este camino sería tan dañino, excéntrico y letal como improbable. Por desgracia este horizonte parecería ser muy deseado por el núcleo más duro de la coalición gobernante.

La última opción que tiene el gobierno es seguir haciendo lo mismo hizo hasta ahora durante los próximos dos años. Más impuestos, más desorden institucional, más ataques al sector privado, más intentos por terminar de alejarnos definitivamente del mundo y más degradación en cada aspecto de la realidad argentina. Por delante hay cientos de desafíos que hacen difícil pensar en que esto pueda ocurrir: vencimientos de deuda que de implicar una cesación de pagos multiplicaría la pobreza y el conflicto social, una realidad inflacionaria peligrosa, una pobreza que no cesa y un futuro que muchos entienden que ya no está.

El gobierno está obligado a empezar a hacer las cosas bien simplemente porque la Argentina no da más. Si la política no lo ha comprendido hasta aquí, será porque verdaderamente estamos destinados a la más absoluta decadencia.