Esta noche sabremos los resultados de las elecciones legislativas de medio término. Dicho resultado empezará a delinear el mapa del poder, tanto en el oficialismo como en la oposición, con vistas a la elección presidencial del 2023.
Por supuesto que, respecto de la vida económica de los argentinos en los próximos meses, resulta más importante el posicionamiento y la actitud de los socios de la coalición gobernante, que el correspondiente a la oposición.
Es en el ámbito del oficialismo donde prevalece hoy la incertidumbre. Ignoramos, o al menos ignoro, si el Presidente intentará ejercer el poco poder que le queda. Si serán los gobernadores peronistas los que buscarán copar la conducción, o si la Vicepresidenta elegirá un repliegue táctico de su gente, mientras el resto hace el trabajo sucio, a la espera de “reunificarse” para las elecciones del 2023, o, por el contrario, difundirá una nueva carta determinando los lineamientos del gobierno para los próximos dos años, tratando de imponerse sobre sus socios.
Fundamentalmente, importa el grado de gobernabilidad y poder que le quede al oficialismo para los próximos dos años.
Esa incertidumbre se traslada a su vez, a cómo intentará el Gobierno, en sentido amplio, corregir y/o convivir con las certezas económicas que asoman en el horizonte.
La primera certeza. Sin reformas de fondo, sin otro marco político, sin cambio de régimen, el fenomenal e impagable gasto público (dicho sea de paso, en los últimos dos años creció, medido en dólares oficiales, casi 30%), obliga, para financiarlo, a mantener el elevado impuesto inflacionario de estos últimos años. El problema es que una tasa de inflación viajando a velocidad crucero de 3-4% mensual puede, en un “descuido”, espiralizar y volverse incontrolable. Acá, la certeza es que no habrá un plan de estabilización potente que reduzca la tasa de inflación a valores civilizados. A lo máximo que se puede aspirar es a que la economía se “tranquilice” en torno a estos valores de variación de precios, con algún mes debajo de 3% y algún otro mes por encima del 4%. Pero la incertidumbre está en el cómo. Porque resulta imprescindible achicar el déficit fiscal y su consecuencia, el financiamiento monetario directo o indirecto (vía liberación de Leliqs) de dicho déficit. Algo menos de déficit fiscal con reducción segmentada de subsidios a la energía, y algún ordenamiento del gasto público, para que la licuación de salarios y jubilaciones no sea tan brutal o, alternativamente, insistir en los controles de precios, y la represión tarifaria, aumentando la distorsión de precios relativos y preparando la explosión del día después.
Ligado al programa fiscal, que lleve a menos emisión para financiar el déficit, surge directamente la cuestión cambiaria-monetaria.
La certeza que habrá que enfrentar es que una brecha cambiaria del 100% entre el precio del dólar oficial y las distintas variantes del dólar libre resulta insostenible.
La brecha opera como un gigantesco impuesto a las exportaciones y un enorme subsidio a las importaciones, destruyendo el balance comercial y, por lo tanto, la capacidad del Banco Central de atender los compromisos de deuda pública y privada impostergable y recomponer sus reservas. Es un lujo que la Argentina no se puede dar.
Habrá que cerrar la brecha. O bien en el marco de un programa cambiario-monetario y un acuerdo con el Fondo que permita subir el precio del dólar oficial sin un fuerte traslado a los precios internos, para que mejore el tipo de cambio real, y poniéndole un techo al dólar libre, cambiando expectativas y ordenando, en lo que se pueda, el descontrol monetario actual. O se puede cerrar la brecha profundizando el control de precios y salarios, introduciendo más policía, cepos y regulaciones para la pesificación forzada y sin acuerdo con el Fondo. En otras palabras, certeza en el objetivo e incertidumbre en los instrumentos, los cuales, a su vez, dependen de qué socios de la coalición gobernante predominen desde mañana.
Entiéndase bien, no estoy poniendo ambos caminos con la misma probabilidad de éxito, en cuanto a sus resultados, simplemente digo que, dado que achicar la brecha es fundamental y prioritario, no queda claro quiénes lo harán y con qué método. Insisto, certeza en el problema, incertidumbre en la forma en que se buscará la solución.
Vinculado con la cuestión cambiaria está la cuestión monetaria y tiene que ver con el balance del Banco Central.
El activo “verdadero” son un puñado de dólares que juega contra un monumental pasivo de deuda en pesos. Tratar de mejorar este balance, en el corto plazo no es sencillo. Y esta es la cuestión más compleja. Porque incrementar el activo, sin crear condiciones para el ingreso de capitales, implica volver a ganar la lotería de la soja y del crecimiento de las exportaciones a Brasil, y licuar el pasivo obliga a mantener la tasa de interés que paga el Banco Central por su deuda, por debajo de la tasa de devaluación, pero por encima de la tasa de inflación, para que no siga cayendo la demanda de dinero. Pero si la tasa de inflación se mantiene elevada para cerrar el déficit fiscal y el ritmo de devaluación tiene que superar a la inflación (para mejorar el tipo de cambio real) y la tasa de interés tiene que superar a la tasa de inflación, pero ser inferior al ritmo de devaluación, para licuar el pasivo del Banco Central, la “solución”, en estos valores se torna cuasi imposible. Salvo un salto de una vez en el tipo de cambio, sin traslado pleno a precios, que independice la tasa de interés y la tasa de inflación, del ritmo de devaluación. Para lo cual, otra vez, es necesario poder político, acuerdo con el Fondo, y capacidad de gestión.
Un párrafo especial sobre el contexto cambiario-monetario. Nos hemos olvidado, o hemos subestimado, que la política monetaria y cambiaria actual, si puede llamarse política, no sólo tiene control sobre el movimiento de capitales, no sólo tiene intervenido el precio y el mercado de todos los dólares, sino que, además, tiene intervenida la tasa de interés. Ir a un desdoblamiento del mercado de cambios, para oficializar un segmento financiero libre, como otra alternativa para ir ordenando el descalabro actual, requiere liberar la tasa de interés en pesos, para que regule el equilibrio de ese mercado libre. Pero liberar la tasa de interés con más de 4,5 billones de pesos de deuda remunerada del Banco Central, termina en más emisión y más descontrol monetario.
Insisto, entonces, en el mercado cambiario-monetario, la mala praxis ha terminado armando tal desbarajuste, que desarmarlo en forma gradual y pacífica dependerá de la gobernabilidad, del eventual acuerdo con el Fondo, de capacidad de gestión y …de la suerte.
Y todo esto, en un escenario internacional en dónde los principales Bancos Centrales del mundo pondrán a prueba su bien ganada reputación y credibilidad, para frenar la “transitoria” aceleración de la tasa de inflación global.
En síntesis, esta noche despejaremos la primera incertidumbre, el resultado de las elecciones. Pero mantendremos las dudas en torno a qué camino elegirá el Gobierno para “aguantar” los próximos dos años. Si instrumentará un programa modesto con respaldo del FMI, para mantener una inflación alta pero estable, achicar la brecha en el mercado de cambios, y ordenar algo la cuestión fiscal. O si seguirá profundizando el fracaso por el camino de la “heterodoxia” y la policía. Y todo en medio de un escenario global, mucho más adverso y a la espera de que, finalmente, la pandemia se termine.
Continuará…
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