Para quienes, según la mentalidad de un partido, de una religión o de una cultura, son pensadores políticamente incorrectos, la vida siempre ha sido cualquier cosa menos fácil.
Allí está el ejemplo del filósofo Anaxágoras, quien no creía en los dioses en los que creían los griegos. Como era amigo del rey Pericles (otro pensador adelantado a su tiempo), sus detractores lo atacaron a él y a su amigo. Estos detractores habrán sido personajes importantes, porque lograron que se dictara una ley contra la blasfemia.
Según esa ley, los incrédulos y los que enseñaran teorías extrañas sobre el mundo celestial debían ser denunciados. Les fue fácil probar que Anaxágoras era un blasfemo que enseñaba a los griegos que sus dioses no existían.
En el tiempo a que aludimos, el ateniense común dirigía de mañana y de tarde sus plegarias al sol. Anaxágoras salió a decirles que el sol no era Dios, sino una masa llameante hecha de materia. La influencia de Pericles lo salvó de morir, aunque fue exiliado a Lampsacos, donde sí se lo trató con honor y respeto.
Otro pensador incorrecto
Después apareció otro pensador incorrecto, Protágoras, publicando un libro titulado “Sobre los dioses”. En el mismo decía: “No puedo afirmar que los dioses no existan, pero tampoco que no existan. El asunto es oscuro y la vida humana demasiado breve para andar pretendiendo esclarecerlo”.
A este también lo acusaron de cometer pecado de blasfemia y también debió huir de Atenas. Las copias de su libro fueron secuestradas y quemadas en acto público.
Otro ejemplo paradigmático lo dio Jesús, otro adelantado a su tiempo. A una tierra llena de fundamentalistas, trajo lo que hoy conocemos como justicia social y derechos humanos.
El sistema político, social y religioso imperante lo acusó de todo: de tener poderes demoníacos, de subvertir al pueblo con sus enseñanzas, de incitar a la rebelión. Lo más liviano que decían de él era “glotón, borracho y amigo de los publicanos”.
El galileo propiciaba una suerte de socialismo santo donde los esclavos no existieran, y además rechazaba la idolatría. Los romanos eran muy afectos a las dos cosas: a los esclavos y a la idolatría. Por eso, desde el principio, su final era previsible.
Los “locos escritos” de Orígenes
Otro pensador maltratado por pensar distinto a lo que pensaba la manada fue Orígenes (185-254). Siendo uno de los padres de la Iglesia católica de Alejandría, por sus “locos e impíos escritos” terminó siendo anatematizado por la Iglesia de Roma.
Era un obispo muy raro: defendía la doctrina de la reencarnación de las almas, no creía en el infierno y decía que el Nuevo Testamento contenía falsedades y fantasías.
Sobre los evangelios, ese teólogo alejandrino afirmó que en los mismos “hay cosas que se nos refieren como si fueran históricas, pero que jamás sucedieron porque eran imposibles como hechos materiales y otros que, aun siendo posibles, tampoco han sucedido”.
Aseguró haber leído más de veinte versiones distintas de los cuatro evangelios y se quejó tanto del pésimo estado de conservación de los documentos originales como de las malas interpretaciones que, debido a ello, hacían los escribas al copiarlos.
Por eso, concluyó, “nunca se puede estar seguro de la veracidad de los contenidos de las Escrituras”.
Trescientos años después de su fallecimiento, el 2 de junio del año 553 el Segundo Concilio de Constantinopla, en el punto once de sus conclusiones, proclamó: “Si alguno no anatematiza a Arrio, Eunomio, Macedonio, Apolinar, Nestorio, Eutiques y Orígenes, juntamente con sus locos e impíos escritos, condenados por la santa Iglesia Católica y Apostólica, como también a los que han pensado o piensen como los dichos herejes, y que permanecieren hasta el fin en su impiedad, ese tal sea anatema”.
Para entonces hacía ya tres siglos que Orígenes estaba muerto. Pero como seguía vivo a través de sus escritos, quemaron todos los libros de su autoría que se encontraran. Y él fue condenado a la “Damnatio Memoriae”: el olvido eterno.
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