El hombre más sexy del mundo es un padre de familia. Tiene dos hijos y la misma mujer hace quince años. No se le conoce ningún escándalo. Colabora con un hospital infantil y con una ONG contra la tartamudez. Cuando supo que era el elegido para la tradicional tapa de Sexiest Man Alive de la revista People, Paul Rudd, el héroe de Ant-Man, dijo: “¿Yo? ¿En serio? ¿Qué?”
Igual que a su personaje de Marvel, puede que Rudd sea atractivo, pero no hay nada genético que lo distinga más que haber sido un trabajador constante, como una hormiga. Podría ser el hijo del vecino. Eso sí, un vecino gracioso y agradable que cae lo suficientemente simpático para que el público quiera que le vaya bien.
La tradición de elegir al varón más deseado de la tierra comenzó en 1985 casi de casualidad. Alguien dijo durante una producción de tapa con Mel Gibson, que por entonces irrumpía en Hollywood, en pleno éxito de la saga Mad Max, “¡Dios mío! ¡Es el tipo más sexy vivo!”. Alguien más, con buen ojo periodístico, determinó que ese era el título que había que usar. Con 29 años, una carrera internacional que prometía despuntar, porte de galán y ojos azules para suspirar, el actor encajaba a la perfección con la máxima fundacional del recientemente fallecido editor original de People, Richard Stolley: “Joven es mejor que viejo. Lindo es mejor feo. Rico es mejor que pobre. La TV es mejor que la música, pero la música es mejor que el cine. Las películas son mejores que los deportes, y cualquier cosa es mejor que la política”.
Nadie podía saber entonces que, con el tiempo, la quintaesencia de la belleza masculina se transformarmaría en una máquina de atacar minorías. Racista, misógino, violento, homofóbico y antisemita, el protagonista de Arma Mortal y Braveheart hoy podría ser nombrado como el hombre más ofensivo vivo. Pero en 1985 se lo comparaba con Steve McQueen, esa clase de varón que podía proteger y hacer reír. Justo esta semana se cumplieron 41 años de la muerte del llamado “Rey del Cool” y leí decenas de notas sobre su (trágica) vida. Además de enterarme de que en el film animado Cars –que casi me sé de memoria porque mi hijo era tan fan, que en una época la veía todos los días, vestido con casco, volante en mano, y haciendo la mímica– el Rayo se llama así por él, y la voz de su maestro, Doc Hudson, no es otra que la de su eterno rival, Paul Newman, entendí que ellos –Newman, McQueen, y también Frank Sinatra con su Rat Pack, del que el actor de El gran escape (1963) y Bullitt (1968) prefirió hacerse a un lado después de filmar Cuando hierve la sangre (1959)– fueron el principio de una masculinidad deconstruida. Eran duros-blandos: podían ser lindos, divertirse, estar a la moda y ser los dueños del casino o de las carreras; eran creíbles en el desierto o en lo más brutal de la guerra, pero no dejaban de ser queribles ni de hacer un culto de la amistad. Eran machos bravos, pero tiernos, que llegaban para correr de escena a los galanes recios y sin sensibilidad.
McQueen, como Gibson, tuvo un historial violento fuera de la ficción: sus amores fueron tóxicos, él mismo vivía intoxicado con drogas de todo tipo, cigarrillos y alcohol. Pero aquella era otra época: jamás fue denunciado. Las mujeres que lo amaron, como Ali McGraw, lo respetan hasta hoy. Ellas también pertenecían a otra era. Por un lado, porque crecieron naturalizando ciertos niveles de agresión “tolerables”; segundo, porque se hacían cargo de su parte. Cuando la protagonista de Love Story habla hoy de quien fue su pareja entre el 73 y el 78, suele decir que no fue una víctima: “Sería muy fácil para mí mostrarme como la chica buena y que él fuera el villano”. Y, sin embargo, durante los cinco años que duró el tormento de aquella “tremenda atracción sexual”, McQueen fue el tipo de varón que no resistiría la prueba de la cancelación: machista de tiempo completo, infiel, celopático, con arranques de ira. De hecho, casi la obligó a dejar su carrera que, tras su separación, nunca fue la misma. Pero, si esta mujer de 82 años no se victimiza, ¿quién puede decirle que comprende o siente lo que vivió mejor que ella?
McQueen murió en 1980, a los cincuenta, y Gibson inauguró el ritual de la elección del hombre más sexy del mundo sólo cinco años más tarde, cuando aún no había cumplido treinta. En su filmografía también corrió con la suerte del Rey, porque –como escribe esta semana en una columna el editor del suplemento masculino de El País, Guillermo Alonso–, “sobrevivió a la cultura de la cancelación” por una cuestión temporal; todos sus exabruptos públicos fueron anteriores al despertar de la era Woke. Cuando People lo nombró por primera vez como “sexiest man alive”, su prontuario todavía estaba limpio. El actor que hasta encarnó el papel de un publicista que entiende con empatía total el alma femenina, en Lo que ellas quieren (2000), grabó hace once años un mensaje que se hizo viral en el contestador de su ex, a la que le había roto los dientes mientras sostenía a la beba de ambos en brazos. El heredero de McQueen se tomó tan a pecho aquello de que “amar es nunca tener que pedir perdón”, que no sólo le gritó a la grabadora de la pianista Oksana Grigorieva: “Te lo merecías”, sino que se las arregló para sintetizar en una frase un discurso de odio de amplio espectro, capaz de ofender a cualquiera: “Si te violase una manada de negros, te lo merecerías. Voy a ir allí, y voy a prender fuego a la casa, pero primero me la vas a chupar”. De esa y otras declaraciones se defendió diciendo que lo habían sacado de contexto, o que estaba tan borracho que no sabía lo que decía, y también amenazando periodistas. Pero así y todo, Gibson no llegó a ser cancelado, aunque hoy evite las apariciones públicas de manera preventiva.
Es un milagro, incluso, que el premio al hombre más sexy del mundo resista. Cuando en el mundo tambalean o desaparecieron todos los concursos que juzgaban a las mujeres de acuerdo a los cánones de la belleza hegemónica, la tradicional tapa de People en noviembre aún es noticia. Como en el caso de Vogue y otras publicaciones que durante años pusieron exclusivamente en tapa a esa gente joven, rica y bella desde una mirada heteronormativa, la que en realidad pelea por su propia supervivencia es la propia People. En 36 años desde aquella primera portada, la revista sólo incluyó en su lista de ganadores a varones mayores de 50 en tres oportunidades: en 1989, fue un Sean Connery canoso –algo pelado incluso– y de casi 60. En el 1992, Nick Nolte, a sus 50. En el 1998, Harrison Ford, con 56. La de Paul Rudd, de 52 años, es otra excepción, la cuarta. Como señala Alonso, en la lista, que es larga, e incluye a otras figuras cuyo sex appeal hoy se desvanece detrás de las revelaciones oscuras sobre sus vidas –por ejemplo, el dos veces ganador, Johnny Depp (2003 y 2009)–, todos han sido heterosexuales, cis y, casi siempre, blancos.
Lo que surgió como una manera de promocionar la película del año, también es un reflejo de la industria. Y con el mismo afán por mantenerse a flote que los premios de la Academia y la mayor parte de las producciones cinematográficas post #MeToo, en los últimos años, People ha buscado hacer de su elección un manifiesto. Si hasta 2016 el único afroamericano sexy según la publicación había sido Denzel Washington en 1996, en el último lustro el giro fue de 180 grados: Dwayne Jonhon, Idris Elba, John Legend y Michael B. Jordan, el héroe de Black Panther, le pusieron su cara a ese intento de reparación histórica.
La elección de Rudd, cuando algunos esperaban el turno de un latino –y no heterosexual, ¿o acaso no es obvio que esa lista no puede ser creíble si Ricky Martin no está?– parece procurar un regreso al punto de partida. Difundir su nueva comedia negra junto a Will Ferrell –El psiquiatra de al lado, que Apple TV estrena hoy–, y reconciliar a sus lectoras (el 70% son mujeres) con la imagen del galán tierno que emerge después del sacudón de Hollywood (y del mundo) contra el patriarcado. De nuevo es un hombre cis, blanco y heterosexual. De hecho, basta con comparar la última portada con la primera: gracias a los avances de la ciencia y el photoshop, no hay mucha diferencia entre aquel Gibson joven y este Rudd de cincuenta. Esta vez, eso sí, es tanto o más importante que su atractivo que no tenga un historial comprometido.
Una carrera larga hasta su primer protagónico: la popularidad le llegó cuando llevaba años de casado. Un buen vecino que, cuando no está trabajando, dice ser apenas “un marido y un padre”.
¿Está mal que los varones sean cosificados? Las mujeres lo hemos sido toda la vida, y de todos modos, la implicancia nunca es la misma. La belleza hegemónica es un arma eficaz que abre puertas a varones y mujeres, la diferencia fundamental es que, del mismo modo que los varones trabajan igual sin tener que mostrar certificados de mérito ni la mitad de las credenciales que suponen los ascensos o una carrera de éxito para sus colegas femeninas o LGTBIQ+, para las mujeres, no responder a esos patrones cierra puertas. Millones de mujeres en todo el mundo sienten que su cuerpo no es lo suficientemente atractivo y eso las limita en todos los aspectos de su vida. La depresión y los trastornos de ansiedad y alimentarios no se ven en las tapas de las revistas. Son, como las definió la modelo inglesa Charli Howard: “enfermedades sexies”. Elegir al tipo más atractivo también es un guiño para esas mujeres, es decirles: a veces pueden cosificar –y en voz alta–, también ustedes.
De hecho, desde 2019, People abrió la votación y nuevas categorías (incluyendo el extranjero más sexy). En todo caso, si hay críticas, pueden decir que la decisión es de la gente. La que elige, consume y determina lo que es sexy. Porque podemos darle vueltas a la cuestión, acabar con todos los concursos, prohibir para siempre la palabra “bello”, pero la cosificación va por dentro. No la cambia solamente la tapa de una revista, sino nuestra propia mirada de los otros y la de cada día frente al espejo.
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