Mucho se ha hablado acerca de lo que enseña la escuela y si ello es significativo para los estudiantes. Sin embargo, poco se ha hecho para dar vuelta la hoja y mirar para qué, qué y a quien se enseña.
Historia 1: Chiqui González, ex Ministra de Innovación y Cultura de la provincia de Santa Fe durante 12 años y ex Secretaria de cultura de Rosario, cuenta que en su recorrido escolar, cuando cursaba tercer grado, llamaron a sus padres porque era una niña muy imaginativa y se distraía fácilmente. Esa imaginación excesiva es lo que nos permite hoy a los rosarinos y santafesinos disfrutar el Tríptico de la Infancia y el Tríptico de la Imaginación respectivamente; dos proyectos pedagógico-culturales formidables. Ambos constituyen circuitos urbanos, con tres espacios públicos cada uno. En Rosario, La Granja de la Infancia, El Jardín de los Niños y La Isla de los Inventos proponen ámbitos de convivencia, donde los ciudadanos de todas las edades pueden participar de espacios de integración y juegos creados con los principios de igualdad de oportunidades y construcción de ciudadanía, considerando a la ciudad como un gran escenario de aprendizajes diversos y escuela de la democracia. El exceso de imaginación de que la acusaba la escuela le sirvió para crear, para buscar alternativas a una ciudad que abarcara a todos.
Historia 2: Flor Balestra, ex Subsecretaria de cultura de Rosario y reconocida dibujante, suele contar que su profesora de Dibujo de la escuela secundaria le pidió a su curso que copiaran los listones de madera de la pinotea del piso de la vieja escuela Normal. Ella, “una desacatada” y hoy destacada artista, lejos de copiar, los dibujó con la impronta que luego la catapultó como virtuosa, pero fue desaprobada por la docente y debió rendir la materia.
Otras historias más conocidas demuestran la “ineficacia” de la escuela. Edison, conocido como el inventor de la lamparita, tenía un problema de audición. Su maestra lo consideraba un niño con grandes dificultades para aprender, es por ello que fue educado por su misma madre y en su propia casa desarrolló una gran curiosidad. Realizó más de mil inventos; entre ellos la luz eléctrica, el generador de electricidad, la batería eléctrica y el primer aparato para grabar y reproducir sonidos.
Otro caso conocido es el de Einstein, quien no habló hasta los cuatro años de edad y en la escuela lo calificaban como lento para aprender, nada sociable y siempre soñando. Sin embargo, es el gran científico del siglo XX.
Charles Darwin también padeció mucho del rigor escolar. En un internado, su desempeño fue pésimo y no le interesaba aprender. Prefería dedicar sus tardes a observar la naturaleza y coleccionar plantas e insectos, actividades que su padre consideraba una pérdida de tiempo. Y, si bien se inclinó por la medicina, la aversión a la sangre le hizo dejar la Facultad y luego se inclinó por la zoología, siguiendo los relatos de Humboldt.
El mismísimo Churchill, Primer Ministro Inglés, reflexionó sobre su propia educación y dijo: “Las escuelas no tienen necesariamente mucho que ver con educación. Más que todo son instituciones de control, que inculcan unos hábitos básicos en los jóvenes. Educación es algo muy diferente y tiene muy poco lugar en la escuela”.
Más allá de los relatos, todos estos “inadaptados escolares” son reconocidos en la historia por sus descubrimientos o provocadores de avances científicos o sociales.
Incluso, quien les habla, con carrera de grado y posgrado en Pedagogía y apasionada por la disciplina, en cuarto año de la escuela secundaria, rindió en diciembre la materia homónima por no haber dado cuenta del contenido en lecciones orales durante el año escolar.
¿Qué puede hacer la escuela?
- Promover la creatividad, el pensamiento divergente, es decir la mirada desde múltiples perspectivas, desarticulando modelos rígidos, a fin de buscar más de una respuesta y a ensayar o establecer nuevas asociaciones; no como una habilidad específica, sino como la síntesis de múltiples operaciones de índole cognitiva y afectiva, resultante de saber observar, analizar, sintetizar, formular y verificar hipótesis, interrogar e imaginar. A decir de Mael, “desarrollar la creatividad es enseñar el uso inteligente de la propia imaginación”.
- Tener en cuenta las inteligencias múltiples, descriptas por H. Gardner hace más de tres décadas. La inteligencia corporal, lingüística, intrapersonal, interpersonal, naturista, viso- espacial, musical y lógico- matemática son fundamentales a la hora de plantear un cambio radical en el aula y una visión más abarcadora de los sujetos con quienes trabajamos a diario.
- Desarrollar en las clases las habilidades cognitivo-lingüísticas, habilidades que implican al pensamiento y al lenguaje, y que promuevan en los alumnos la capacidad de describir, explicar, definir, argumentar, justificar, entre otras. A sabiendas de que el 70% de los estudiantes secundarios trabajarán, en un futuro no tan lejano, con conocimientos que aún se desconocen, ya no resulta útil memorizar datos, sino aprender ciertas destrezas para un futuro incierto.
- Educar las emociones y las habilidades sociales; en realidad, la aplicación inteligente de las emociones para con los otros y para consigo mismo. Es decir, no sólo reconocer los propios sentimientos, sino el de los demás, a fin de motivarlos y de manejar adecuadamente las relaciones. Empatía, solidaridad y respeto son aprendizajes fundamentales en estos tiempos.
- Reconocer y trabajar en el aula las problemáticas de un mundo demasiado complejo, tales como noviazgos violentos, embarazo adolescente, violencia de género, consumo problemático o cambio climático para que el propio recorrido escolar permita tomar conciencia de aquello que lo oprime o lo perturba.
Estas y otras estrategias podrán hacer a la escuela más significativa para los estudiantes; de lo contrario, ya no tiene sentido el enseñar y el aprender dentro de ella. Cambia tu aldea y cambiarás el mundo. La revolución comienza en el aula.
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