Un viejo diccionario del año 1919 habría definido a la Argentina como como “un país de América del Sur (…) que está llamado a rivalizar en su día con los Estados Unidos de la América del Norte, tanto por la riqueza y extensión de su suelo como por la actividad de sus habitantes y el desarrollo e importancia de su industria y comercio, cuyo progreso no puede ser más visible”.
Imaginemos que algún aventurero de principios del siglo XX hubiese tenido la osadía de congelarse en aquellas épocas para deshelarse en estos días. ¡Qué grata sorpresa se habría llevado al comprobar que las predicciones eran ciertas! Al ver al Presidente en Europa, dando lecciones de responsabilidad ambiental, acompañado por una comitiva de 118 (sí, ciento dieciocho) funcionarios. ¿Cómo habría de imaginarse que ese jefe de Estado representa a un país con casi la mitad de su población sumergida en la pobreza y con uno de los salarios promedio más bajos del continente?
Lo que este viajero del tiempo no entendería es que lo que ese Presidente está haciendo no es gobernarnos, es distraernos. Si el objetivo realmente fuera gobernar -del latín gubernare, “pilotear un barco”-, se ocuparía de los principales problemas de los argentinos: desempleo, inflación, empobrecimiento sostenido. Sin embargo, nuestro capitán, mientras dirige el navío directo a una espectacular tormenta, lejos de cambiar el rumbo o al menos de repartir chalecos salvavidas, lo único que hace es colocar una cinta en los ojos de cada pasajero para evitar que vean lo que se aproxima.
La inflación está arriba del 50%, es decir, si no estás atento e invirtiendo de alguna manera tu dinero, en un año la mitad de tus ahorros desaparecieron. Todos sabemos muy bien que el origen de la inflación es el gasto público descontrolado y la emisión monetaria para financiarlo. Y no, no está en discusión, somos uno de los pocos países del mundo que aún tiene inflación de 2 dígitos, el resto dejó de engañarse hace tiempo ¿Qué hace el gobierno? Acelera el ritmo de emisión para financiar el gasto de cara a las elecciones de noviembre, aumentándola mes tras mes, de manera consecutiva, durante los últimos 5 meses. ¿Solución? Imposición de precios máximos y 5 muchachos controlando lo que cuesta un paquete de galletas en el supermercado. Ante el inevitable fracaso de estas “medidas anti-inflacionarias” no debería sorprendernos que el próximo paso sea romper el termómetro, es decir, intervenir el INDEC -déjà vu-.
“El aumento no es del dólar, es del dólar blue”, disparó recientemente Cerruti, portavoz presidencial, ante una pregunta relacionada a la actual brecha mayor al 100% entre el dólar legal -pero prohibido- y el ilegal -pero corriente-. Para bajar el dólar hay que atraer inversiones, generar riqueza y devolver la confianza en el peso, de manera que la oferta y demanda de moneda extranjera se estabilice, es un camino difícil pero es el único posible. O no, al menos para el gobierno. En lugar de persuadir y generar confianza y estabilidad con políticas concretas, su solución está en prohibir a un punto tal que ya ni los bancos podrían comprar dólares. Muchachos, no se puede imponer el país que pretenden y esperar que funcione. La Unión Soviética cayó, su modelo es fallido.
Por supuesto que nadie quiere invertir en un país en el que el Estado impone las reglas del mercado a gusto y piaccere: ayer podías comprar dólares, hoy no; ayer podías exportar carne, hoy no; ayer podías ponerle el precio a tus productos, hoy a algunos. ¿Y mañana? Depende de las elecciones. Es por eso que las únicas inversiones que pueden anunciar son prácticamente intangibles, una empresa australiana cuyo desembolso se concretaría años después de que el gobierno de Alberto Fernández finalice o una fábrica de chacinados en Tucumán que recibe aportes tanto municipales y provinciales como nacionales para poder subsistir, a la cual el mismísimo Presidente concurrió en persona para anunciar una inversión tan pobre que cualquier operación inmobiliaria podría superar.
La Argentina de la que provenía nuestro viajero del tiempo era uno de los principales países exportadores, se ubicaba, puestos más, puestos menos, entre las diez economías más ricas del mundo. Era uno de los principales destinos de las inversiones extranjeras a nivel mundial, millones de personas la elegían por su increíble potencial. Sin embargo, hoy, casi la mitad de los argentinos considera emigrar, limitándose muchos de ellos solo por la falta de alguna ciudadanía extrajera que les abra las puertas. Qué triste que, luego de una vida entera de trabajo, la herencia más importante para muchos sea el pasaporte que sus abuelos les dejaron y no la posibilidad de continuar de construir sobre sus hombros el futuro que ellos soñaron.
Quizás deberíamos dejar de ser simples pasajeros de este barco, quitarnos las vendas de los ojos y exigirle al capitán un cambio de rumbo.
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